—Bien, ¿puedes decirme dónde estámos?.
—Éste es mi departamento, —abre sus brazos a su sala espaciosa— en la calle Torres #16.
Suspiro de alívio al darme cuenta de que sólo estoy a unas 7 cuadras de mi casa, aunque sigue estándo muy lejos, pero puedo tomar un taxi.
—¿Vives sólo?. —lo miro curiosa.
—Algo así, —hace una mueca incómodo— tuve unos problemas con mi padre.
Decidí no preguntar sobre el tema. No conozco a éste tipo pero tampoco quiere decir que me sentaré a tener una charla con él sobre sus problemas familiares.
—¿Cuantos años tienes?.
—19. -me mira a los ojos— ¿y tú?.
Revoleo los ojos ignorando el hecho de no haberme escuchado hace unos minutos.
—18. Pronto terminaré la preparatoria.
Asiente lentamente.
—Ya veo. Puedo preguntar, ¿qué sucedio en el callejón?. —se sienta en el sofá de dos asientos.
Me quedo tensa sobre el umbral de la puerta de su habitación que al mismo tiempo se une a la sala. Fue un cambio de tema repentino.
Me llena de temor saber que él vió todo lo que sucedió anoche. Y entonces aparece Cael sentado a su lado, lo mira con las cejas arqueadas y luego pasa su vista a mí.
Debo desviar el tema lo mejor que pueda pero es que ni siquiera soy buena con las conversaciones. Sólo tengo una pregunta en mente.
—¿Cuál es tu nombre?.
Me observa unos segundos antes de responder.
—Daryl. Daryl Peyton. —repite.
Asiento lentamente mirando mis pies.
—¿Cuál es tu nombre?. —devuelve.
Levanto la vista y respondo:
—Rita Mynor.
Levanta una ceja.
—Me gusta tu nombre.
Me sonrojo un poco y en respuesta le doy una sonrisa forzada. En cambio Cael ríe por lo bajo.
Comienzo a pasar mi vista a mi alrededor nuevamente. Tiene unos hermosos estántes de madera cerezo en la pared a su izquierda, en él reposan un par de delicadas copas de vídrio y unos cuantos retratos fotográficos.
Justo frente al sofá se encuentra una mesa de centro donde se hayan un par de libros de James Dashner, una botana de papas fritas y dos control remoto.
Al otro lado de éste se encuentra una pantalla plana sobre un estánte clásico de televisión. Parece que éste chico vive muy bien.
Después de todo no terminaste con un drogadicto con posilga como hogar.
—¿Ya terminaste de comer mi departamento?. —ironíza el pelinegro interrumpiendo mis pensamientos.
Parpadeo un par de veces y asiento.
—Es lindo.
—Gracias. ¿Ya puedes responder mi pregunta de hace dos minutos?. No puedes excusarte de eso, lo vi perfectamente.
Suspiro fastidiada pero a él parece divertirle ya que tiene una sonrisa pícara en sus carnosos labios.
—¿Qué viste?. —me cruzo de brazos. Tal vez parezco una niña berrinchuda.
Se inclína hacia adelante posando sus codos sobre sus rodillas y entrelazando sus dedos, mirándome con un aire acusatorio.
—Vi tu secreto.
Paso mi mano por mi cabello, furiosa.
Apuesto a que no llevo ni 30 minutos con él, al menos dirigiéndole la palabra, y ya está dandome un dolor de cabeza.
Lanzo una mirada perdida y dentro de éste aparece mi amigo Cael frente a una ventana, regalándome una mirada de disculpa, lo asesino con los ojos. Es justamente por él, el motivo que me tiene aquí.
Si no hubiera obedecido, si no hubiera ido a aquel callejón anoche, tal vez esto no estaría pasando. Estuviera despertando en casa de mamá, con un desayuno de sábado por la mañana esperándome en el comedor. Pero no es así.
Y con sólo la mensión de "desayuno", mi estómago comenzó a rugír un poco por deborar comida.
Resóplo con frustración y miro a Daryl.
—Explícate, no sé de qué secreto me hablas.
Pongo los brazos como jarra.
Él se levanta en dirección a la ventana donde se encuentra Cael en un silencio que le agradezco y que no le conviene romper.
—Vi cómo desapareciste de entre esos hombres.
Deja caer sus hombros. Como si lo que acabara de decir fuera lo más normal del mundo. Lo fulmino con la mirada aunque él tenga la suya al otro lado del cristal.
—Dices que, viste a esos hombres acercarse a mí, con intensiones de robarme, o secuestrarme, o violarme, e incluso asesinarme, ¿¡y no hiciste nada!?. —levanto la voz para llamar su atención pero sigue mirando por el cristal.
—Te vi la primera vez, supuse que lo harías de nuevo. —responde indiferente.
Dejo escapar una risa cínica, no lo puedo creer.
—¡Estábas espiandome! —grito— de acuerdo, entonces, ¿qué habría pasado si no hago lo que "viste"?. —hago las comillas con mis dedos y por fin me mira a los ojos.
—Entonces sí hubiera hecho algo, niña. —vuelve a su asiento en el sofá.
Cierro los ojos con fuerza tratando de mantener la calma. Éste chico me está provocando.
—En serio, eres un idiota.
—¿Por qué todas las chicas dicen eso?. —exclama con los brazos abiertos.
—Supongo que es la mejor manera de describír la actitud de un hombre. —me encojo de brazos con una sonrisa desafiante.
—Claro, ¿ahora soy malo?.
—Como sea. Si tanto aprecias tu vida, más te vale no decir nada a nadie. —le señalo con el dedo.
—¿Qué harás, niñita?. —reta.
—Yo..., pues..., de momento no lo sé, ¿ok?. —revoleo los ojos y veo cómo Cael se traga lo que parece ser una gran carcajada. Pero al sentir mi mirada se detiene.— ¿dónde están mis cosas?.
—En la entrada. —dice tomando un control remoto y pulsa un botón que enciende la pantalla.
Busco un poco torpe la puerta de entrada en su departamento y no me es difícil encontrarla ya que está pasando la sala. En eso escucho unas voces que me son un poco familiar y me vuelvo para ver quién nos hace compañía.
Entonces me doy cuenta de que no es nadie, sólo se trata de lo que pasa en la pantalla que Daryl está viendo. Pasando una escena de la primer película de The Maze Runner, camino de vuelta y me detengo a lado del sofá preguntando: