—Papá, ya no quiero hacer esto, estoy harta de estudiar algo que no es para mí, sólo porque tú lo dices— Dije en voz alta.
—Pero, te falta poco, sólo continúa y verás que le encontraras el amor—Respondió en tono comprensivo.
—¡No!, no puedo más, esta es mi vida, ¿Por qué tengo que hacer lo que ustedes quieran con ella? —Continúe ignorando su mirada de decepción.
—¡Es suficiente Mary!, esta no es sólo tu vida, también es mía, nosotros te hemos criado durante tantos años y aun así te crees la única dueña de tu vida, pues te equivocas—Sus ojos marrones se tornaron oscuros, en verdad daba miedo, pero no me detendría, había dejado salir mi frustración contenida.
—Entonces, ¿para qué me diste la vida si luego la reclamarías como tuya?, explícamelo, tienes todo lo que quieres, dinero, esposa, una gran casa, todo un hospital para ti, ¿por qué eres tan codicioso con mi vida? —Refuté, aguantando el llanto.
En ese instante el rostro de mi padre se quedó pálido, y su expresión se tornó distinta, cómo si hubiera encontrado su talón de Aquiles. Comprendo que lo que dije lo lastimó, pero he pasado tantos años tratando de ser la hija perfecta, ha llegado un punto donde resulta demasiado frustrante.
De repente mi padre alzó su mano, ¿cómo se supone que debería reaccionar?, por primera vez me pegaría mi padre, quien siempre lo evitó por miedo de lastimar a su consentida hija, tengo que admitir que sus golpes psicológicos son incontables y considero que esos duelen más. Cuando me obligó a estudiar medicina, únicamente por su prestigio, cuando evitó que me continuara relacionado con personas “fuera de mi clase”, cuando destruyó mis sueños y metas, y no pararía de enumerar cuantas veces sentí un golpe directo a mi corazón, aturdiendo mi mente. También admito que lo merezco, pero no me arrepiento, había dicho lo que por años pensé y evité, al fin había soltado aquél nudo en mi garganta. Y en ese instante, cuando su mano, estaba por caer en mí, una voz hizo que se detuviera, mientras miraba extrañado su mano.
—¡Ustedes dos, paren ahora! —Dijo mi madre mientras tomaba la mano de mi papá evitando el golpe.
—Sabes Mary, si yo debería dejar de ser codicioso con tu vida, entonces tu tendrías que desistir de ser egoísta con ella, tu madre y yo te hemos criado con amor, dándote siempre lo que quieres, te lo recordaré nuevamente, tienes el apellido Collins, y con ello una responsabilidad—Continuó mi papá mientras trataba de relajarse.
—¿Dándome lo que quiero? Y que es exactamente eso, ni siquiera yo sé lo que quiero, lo entiendo, cargo con la maldición de ser Collins, no seguiré con esta discusión, me voy a la universidad, a mantener la imagen que tanto quieren, así que no se preocupen, adiós—Tomé mis cosas y volteé hasta la puerta.
Al salir por la puerta tomé un gran respiro, pues el ambiente en verdad que fue tenso, había tenido la suerte que antes de aquella escena, le había escrito a Edward para que me llevara en su coche, y allí estaba, en su infaltable Mercedes-Benz color gris, tanto presumía desde que lo logró obtener, con sus lentes oscuros con los que se hacía pasar por un chico genial.
—¿Se sube al auto mi querida madmuasel? —Preguntó Edward con su dulce tono que tanto me tranquilizaba.
Parecía que mi amigo se dio cuenta del humor que tenía desde que salí de casa, en verdad que él era perspicaz o ¿era muy obvio?, en realidad eso no era relevante ahora. Siempre lo consideré como uno de mis amigos íntimos y un día como hoy con más razón, se enteraba fácilmente de mis sentimientos y pensamientos, haciéndome sentir muy cómoda.
—Claro, a menos que me quieras dejar abandonada—Respondí con una sonrisa arrepentida, mientras trabada de ordenar las ideas dispersas en mi cabeza.
Me subí al auto conteniendo una sonrisa, pues se escuchaba una canción de esos grupos de pop asiáticos que son tan famosos, ¿quién pensaría que uno de los más codiciados chicos del campus era un obsesionado con esos grupos?, pero dada nuestra relación, éramos capaces de ser nosotros mismos, al menos cuando estábamos juntos podíamos dejar a un lado las imágenes que tanto luchábamos por mantener.
—¿Mary, te puedo decir algo? —Escuché de su dulce voz con tono de preocupación.
—Pues sí, no deberías ni preguntarlo—Respondí.
—Algo—Dijo con una gran sonrisa en su rostro, incluso sus ojos azules se tornaron más intensos.
—Estúpido, ¿Qué dirían la manada de chicas del campus cuando se den cuenta que el “cuatro segundos de hielo” repite el chiste más viejo de la historia? —Dije con una mirada picara, era divertido molestarlo y más aún cuando era reconocido en todo el campus por rechazar fríamente a cualquiera que le exprese sus sentimientos.
—Sólo me imp…—Cortó—Digo, nada, porque tu no dirás nada—Me devolvió la mirada picara, aunque con un poco de nerviosismo.