Sandra había sido acechada en silencio durante toda el festejo. La misma mujer de la copa se había encargado de preparar todo para lograr capturar a Sandra.
Al despertar lo último que Sandra recordaba antes de desvanecerse era un aroma dulce y embriagador que la envolvió repentinamente, y después una mano firmes y frías sujetaron su cuerpo mientras cubrían su rostro con un pañuelo.
Ella estaba en un lugar completamente oscuro y frío. El suelo bajo ella era de piedra, y el eco de gotas cayendo en la distancia era el único sonido que rompía el silencio opresivo. Sus manos estaban atadas con una cuerda áspera, y aunque trató de moverse le fue imposible.
El aire era húmedo y frío. Un olor a tierra mojada y algo metálico impregnaba el ambiente, haciendo difícil respirar. Sandra abrió los ojos lentamente, su cabeza dolía como si hubiera sido golpeada con fuerza. Al principio, todo estaba borroso, pero cuando su visión se aclaró, se dio cuenta de que todo estaba terriblemente mal.
Sus manos y pies estaban atados con sogas ásperas, y un pañuelo apretado cubría su boca, impidiéndole gritar. Estaba acostada sobre un suelo de piedra, rugoso y helado, mientras la tenue luz de unas antorchas parpadeaba, proyectando sombras en las paredes de una cueva oscura y cerrada. El miedo la golpeó como una ola.
Sandra intentó moverse, pero las cuerdas lastimaban su piel, provocándole un dolor punzante. Su respiración se volvió rápida y descontrolada, y un grito ahogado escapó de su garganta, amortiguado por la mordaza. El pánico empezó a apoderarse de ella.
Mientras luchaba inútilmente contra las ataduras. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, mezclándose con el sudor frío que cubría su piel. Su desesperación llamó la atención de alguien.
Desde las sombras, de escucharon pasos acercándose lentamente. Sandra se congeló, el pánico creciendo en su pecho. Dos hombres aparecieron ante ella. Uno con una miradas frías y calculadoras, mientras que el otro sostenía un cuchillo que brillaba bajo la luz de las antorchas.
Uno de los hombres se agachó frente a ella, inspeccionándola como si fuera un objeto. Sus labios se curvaron en una sonrisa cruel mientras le retiraba la mordaza con brusquedad.
Sandra tosió, tratando de recuperar el aliento, y luego gritó con todas sus fuerzas:
-¡Ayuda! -Grito mientras intentaba alejarse de los sujetos. Ambos hombre soltaron una carcajada seca.
-Oh niña, quien pensaría que una jovencita como tú iba a terminar en las garras de esa mujer -Dijo el sujetó mientras seguí observándola.
Antes de que pudiera cuestionar algo el hombre con el cuchillo se acercó más a ella. Sandra gritó y trató de retroceder, pero no había a dónde ir. El cuchillo trazó una línea ligera sobre su brazo, lo suficiente para hacerla sangrar, pero sin causar una herida profunda. El dolor la hizo jadear, y las lágrimas comenzaron a caer más rápido.
El hombre aún agachado limpio la sangre con un pañuelo y observándola como si fuera un experimento. El otro sujeto estaba dispuesto a torturarla.
Cada movimiento de ese hombres era calculado, diseñado para quebrarla emocionalmente tanto como físicamente. La tortura no era solo el daño físico, sino la absoluta impotencia que sentía, la certeza de que estaba completamente a su merced.
Después de lo que pareció una eternidad, los hombres se retiraron, dejando a Sandra sollozando en el suelo, su cuerpo temblando por el dolor y el miedo. Fue entonces cuando una figura femenina emergió de las sombras.
Era la mujer de la copa. Su presencia era inquietante; había algo en ella que no era normal. Su sonrisa era fría como el hielo, pero sus ojos estaban vacíos y resplandecían regularmente mientras sus pupilas estaban dilatadas.
-Pobre Sandra -dijo la mujer acercándose lentamente. -Si tan solo te hubieras dado cuenta que la escena que viste fue intencionalmente causada y que ambos estaban inconscientes -Sandra cerro sus ojos con fuerza al saber a qué se refería la mujer.
Sandra intentó hablar, pero estaba demasiado débil para responder. La mujer chasqueó los dedos, y los hombres regresaron, levantándola como si fuera un muñeco de trapo y colocándola sobre una especie de altar de piedra.
Sandra notó que la mujer llevaba un frasco vacío en la mano, esperando ser llenado. Uno de los hombres sujetó su brazo mientras el otro preparaba una especie de tubo que ya conectado al frasco. La sangre de Sandra comenzó a fluir lentamente, llenando el recipiente.
Sandra intentó resistirse, luchando débilmente contra las ataduras, pero su cuerpo era demasiado débil en ese momento. Su visión comenzó a nublarse, y el mundo alrededor de ella se volvió borroso. Las últimas palabras que escuchó antes de perder la conciencia nuevamente provenían de una voz que ya conocía:
-Erick, por favor, te necesitamos más que nunca -Fue la voz de Kiara la que se despidió de ella antes que cayeran en aquella profunda oscuridad.
Cuando Sandra volvió a perder el conocimiento, la cueva quedó en silencio, con solo el sonido rítmico de las gotas de sangre cayendo en el recipiente.