¿me quieres a mi o a su corazón?

¿Te gustan los gatos?

 

Mmm… ¿mejor el pelo suelto? Así dejo menos visible mi cara. Mmm… ¿pero el contraste? Buff, no sé ¿mejor atado?

Indecisa estaba ella, recogiéndose su larga cabellera negra y soltándola.

¿Suelto o atado?...

Tengo la cara cansada, no he dormido en toda la noche. Si tan solo fuera un poquito guapa, igual él se fijaría en mí. Y tampoco es que este uniforme me favorezca mucho. Mejor me voy, que no quiero hacerle esperar y tampoco es que pueda hacer mucho con esta cara pálida.

Puso la mano en el pomo de la puerta principal y se detuvo un momento. Respiró hondo y continuó abriendo la puerta.

— Buenos días, señorita — dijo Noah mientras la esperaba con la puerta abierta.

Disimuló la sonrisa que le producía verlo y, cruzando miradas, le respondió:

— Buenos días, No… —avergonzada, no pudo terminar de pronunciar su nombre y miró para el otro lado.

En el coche iban los dos con un silencio incómodo. Ella lo miraba de reojo y, cuando sus miradas se encontraban en el espejo retrovisor, miraba hacia fuera tímidamente.

Al llegar al colegio, ella se apuró para bajarse y se marchó sin despedirse

 

A primera hora tenia Literatura, una asignatura que le encantaba, pero ese día estaba demasiado distraída como para atender. El profesor lo había notado, así que al finalizar la clase le dijo que se acercara para hablar.

— Señorita Roldán, es usted una buena estudiante, pero le sigue costando integrase. Aunque asista más a menudo a clase, no ha podido congeniar con sus compañeros. He encargado un trabajo para la clase y contará un 30 por ciento de la nota final. Como usted no estaba, le asigné al grupo de la señorita Betancourt. Creo que se podrán ayudar mutuamente, ya que ellas necesitan aprobar y usted sociabilizar más.

Qué humillante el señor De Castro preocupado por mi vida social. Más bajo no podía caer —pensaba Celeste.

— Por cierto, señorita Roldán, no sé qué le preocupa, pero debería prestar más atención en clase.

— Sí, señor, no volverá a pasar.

— Eso, que así sea, porque no quiero tener que concertar una reunión con sus padres para ver qué es lo que ocurre con su nivel de atención.

— Sí, no se preocupe, no tendrá que hacerlo.

Celeste se dio prisa para no llegar tarde a la siguiente clase, pero por el camino no dejaba de pensar en la mala suerte que había tenido. Tener que compartir grupo precisamente con ellas, con el “trío de las pupuris” del colegio, que siempre se juntan con los de último curso. Incluso había rumores de que el año anterior Ingrid Betancourt había salido con un profesor. Aunque no se sabía si era cierto o no, era algo que no pensaba preguntar.

Por la mañana se levantó y su único problema era estar muy pálida. En menudo marrón se había metido. Cómo se lamentaba por no haber asistido a clase el día anterior.

La mañana pasó con su rutina habitual: leyendo entre clases y en los descansos, comiendo con sus auriculares y su libro… pero fue en ese momento del día, en el comedor, cuando el grupo de “las pupuris” se le acercó, entrometiéndose así entre ella y su entretenida lectura.

— Hola, Celeste. El profesor De Castro te ha asignado a nuestro grupo. Estamos deseando trabajar contigo —dijo Ingrid entre risas, y enseguida las demás le siguieron el juego riéndose.

Sin dar oportunidad de que Celeste les dijera algo, las tres se marcharon.

¿Es cosa mía o me estaban intimidando?  —pensó Celeste ofuscada.

Recogió sus cosas y se fue a clase, no quería encontrarse con nadie que le pudiera dar más problemas.

La jornada estaba terminando, y Celeste estaba impaciente por ello.

Ese reloj me está poniendo nerviosa. ¿No se terminarán las clases de una vez? —refunfuñaba para sus adentros.

Tic-Tac. Tic-Tac

¡Rin, Rin!

Todos observaron cómo Celeste se marchaba rápidamente. Se quedaron un tanto asombrados, ya que siempre la veían en un rincón en silencio, tranquila y sin llamar la atención.

Ella salió por la puerta principal del colegio con una gran sonrisa al verlo allí delante esperándola. A medida que se acercaba, trataba de disimular su alegría.

— Buenas tardes, señorita —dijo mientras le abría la puerta.

— Buenas tardes —dijo ella avergonzada tratando de no mirarlo.

 

Otra vez el trayecto en silencio…

— Señor Andrade, hoy tengo clase de piano.

Dios, qué tonta, ¿cómo puedo llamarlo “señor”? Pensará que lo veo mayor —se lamentaba Celeste en silencio.

— Sí, señorita, tengo el horario que su madre me envió por correo.

La breve conversación que por fin había cortado el silencio termino ahí.

En poco tiempo había llegado ya a su clase de piano.

— Gracias por traerme —dijo ella marchándose deprisa.




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