Me Vale Madre La Voluntad de Dios

XVIII.1 COCHINADAS EN EL BAÑO

XVIII.1 COCHINADAS EN EL BAÑO

El siguiente conflicto que tuve en el convento fue por el baño. Yo siempre he sido una mujer muy cuidadosa con mi aseo personal. En mi casa me acostumbraron a bañarme cada sábado, anduviera sucia o no. En el convento debíamos tener un camisón de baño, con el cual nos debíamos bañar. Nos teníamos que bañar vestidas para que nuestras manos no tocaran nuestro cuerpo, en especial las partes íntimas. Yo consideraba que bañarme vestida no me permitía lavar bien mi cuerpo y me bañaba desnuda. Al terminar mojaba el camisón y lo ponía a secar después. La rutina me hizo descuidada y a veces salía del cuarto de baño vestida con el camisón seco. A veces ni siquiera lo llevaba al cuarto de baño.

Un sábado en la tarde, estaba desnuda en el baño, sentada en un banquito, enjabonándome y enjuagándome con jícaras de agua tibia que sacaba de una tina. Estaba concentrada en mi limpieza, cuando la puerta del baño —que no tenía pasador— se abrió de repente y entraron varias monjas, encabezadas por la madre Loreto, la ecónoma del convento:

—Hermana Cayetana, ¿por qué grita? —preguntó la madre Loreto.

—¿Qué le sucede, hermana? —preguntó la hermana Angelita.

—¿Qué está haciendo? ¿Por qué se está tocando ahí? —preguntó la hermana Adalina.

Traté de cubrir mi cuerpo, pero la madre Loreto puso el camisón fuera de mi alcance. Realmente fue humillante estar oyendo acusaciones mientras trataba de cubrir mis desnudeces. No sabía exactamente lo que pretendían la madre Loreto y las otras religiosas, pero lo supe cuando vi que la madre Carmen entró al cuarto de baño, atraída por el escándalo.

Las madres Carmen y Loreto se odiaban a muerte. Eso era algo muy evidente en el convento, pero a pesar de eso no desperdiciaron la ocasión para hacer equipo en contra mía.

—¿Qué sucede aquí? ¿Por qué tanto escándalo? —preguntó la madre Carmen al entrar.

La madre Loreto, mirándome fijamente a los ojos, le respondió:

—Oímos gemir a la hermana Cayetana y pensamos que se había caído y necesitaba nuestra ayuda, pero parece que estaba haciendo… otras cosas.

—¿Por qué está desnuda, hermana Cayetana? —preguntó la madre Carmen—. ¿Dónde está su camisón de baño?

—No lo usa para bañarse —intervino la madre Loreto—. Allí lo tiene en ese rincón.

La madre Carmen miró inexpresiva a la madre Loreto antes de dirigirse a mí:

—Hermana Cayetana. Por favor vístase y vaya a mí oficina. Necesitamos hablar.

La madre Carmen salió del baño sin mirar a ninguna de las religiosas que estaban ahí, ni a las que se habían congregado en la puerta de entrada. La madre Loreto sonrió con burla mientras me arrojaba el camisón y me dijo antes de salir:

—Ya lo oyó, hermana Cayetana. Deje de hacer las cochinadas que estaba haciendo y vaya a su oficina. En buen lío se ha metido.

Me sequé, me vestí y fui hasta la oficina de la madre Carmen. Cuando entré la encontré sentada frente a su escritorio. Señal de que se iba a tomar las cosas con mucha seriedad y rigor.

No esperé a que me invitara a tomar asiento y me senté frente a ella. No la miré al rostro. Mi mirada paseaba por la colección de imágenes religiosas que había en una vitrina detrás de ella.

—Y bien, hermana Cayetana —inició la madre Carmen—, ¿hay algo que quiera decir a su favor?

Mi mirada pasó de la vitrina hacia ella y le respondí:

—No tengo nada que defender. Yo estaba en un lugar privado, haciendo cosas privadas y las hermanas entraron sin permiso.

—Recuerde, hermana Cayetana, que no está en su casa, está en un convento, está en una comunidad y aquí no hay lugares privados…

—Si no hay lugares privados aquí —la interrumpí—, ¿por qué tiene puerta el baño? Si no hay lugares privados, quítele la puerta a su oficina y a su habitación.

Miré que la expresión indiferente de la madre se cambió por una ligera expresión de fastidio.

NOTA DEL AUTOR

Tengo 65 años y estoy jubilado.

Durante 40 años fui profesor de Historia y otras materias en secundaria y preparatoria. La mayor parte del tiempo trabajé en colegios privados. Colegios religiosos.

Mi papa fue profesor rural, y no quería que yo fuera maestro. "De perico perro nunca vas a salir", me decia. Cada día de pago me arrepentía de no haber seguido su consejo.

Me esforcé por ser un buen maestro (y lo logré), porque quería que se sintiera orgulloso de mí. Lo que más me hizo sentir realizado profesionalmente, fue la tarea que me impuse (y por la cual no recibí sueldo): ser promotor de lectura. Hice que mis alumnos leyeran doce libros por semestre. Novelas que los hicieran conocer otras épocas, otros lugares, otras personas, otras formas de vivir y de pensar; que los hicieran desarrollar gusto por la lectura y amor por los libros.

Algún día les contaré que me impulsó a escribir esta novela, pero ¡quedé satisfecho!. Les gustó a mis siete hermanos, que leen mucho. Mis padres, quienes también leían mucho, murieron hace más de veinte años, pero sé que les hubiera gustado y que, desde el cielo,se sienten orgullosos de mí.

Como profesor siempre traté de ser justo al evaluar a mis alumnos, porque eso les permitiría identificar sus fortalezas y sus oportunidades de mejorar. Esta plataforma te permite calificar las publicaciones del autor. Me serviría de mucho conocer la calificación que le das a algunas partes que consideres importantes.




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