Me Vale Madre La Voluntad de Dios

XX.1 CHISMES EN EL CONVENTO

XX.1 CHISMES EN EL CONVENTO

Al día siguiente no esperé a que la madre Clemencia me mandara llamar, fui a su oficina a buscarla. Le pregunté si ya le habían informado del incidente y me dijo que por desgracia sí; que ya las hermanas le habían reportado el “bochornoso” incidente. Cuando dijo “hermanas”, en plural, supe que se refería a las madres Carmen y Loreto; que ambas le habían contado su versión de los hechos, la cual no me sería favorable. Hubiera sido posible defenderme de la acusación de una de ellas, pero no de las dos juntas. La madre Clemencia sabía que ellas se odiaban y que nunca se pondrían de acuerdo para unirse, mentir y perjudicarme. Comprendí que sería inútil intentar defenderme; me limité a inclinar la cabeza y escuchar a la madre superiora decir lo decepcionada que estaba con mi actitud; lo equivocada que había estado la madre Martha por haberme permitido ingresar a la comunidad, la cual estaba contaminando con mi conducta.

—Además, hermana Cayetana, me han dicho que usted frecuentemente ofende y humilla a sus compañeras religiosas.

Cuando escuché la acusación me quedé sorprendida, porque quizás alguna vez podría hacer una broma que a alguien no entendiera o un comentario que se malinterpretara, pero de eso a ofender y humillar deliberadamente a alguien había mucha distancia, por lo cual me atreví a preguntarle:

—¿Quiénes le dijeron eso, madre? ¿A qué hermanas ofendí?

—No tiene caso decirle quién me lo dijo, porque ésa es su función: tenerme informada de lo que pasa en el convento. Pero me dijeron que usted se burló e insultó a las hermanas…

La madre Clemencia mencionó el nombre de varias religiosas, algunas jóvenes y otras mayores. ¡No lo podía creer! Las religiosas jóvenes eran amigas mías y bromeábamos, pero nunca dije o hice algo que las pudiera ofender. Las religiosas mayores tenían la edad de mi madre o de mis tías y las trataba con algo de familiaridad, pero con total cortesía y respeto. Recuerdo en especial a esas dos religiosas mayores, a quienes muy seguido las encontraba platicando en algún pasillo; yo pasaba, sonreía, las saludaba y les decía:

—Ahorita les traigo una silla y un café para que platiquen a gusto.

Ellas se reían y me respondían, fingiendo seriedad:

—Si por favor, hermana. Con leche y tres cucharadas de azúcar.

—También nos trae una concha con nata.

Después de esto, reíamos las tres.

Yo sabía que a ninguna de ellas había ofendido, y sabía que ninguna de ellas se quejó de mí. De hecho, lo comprobé en el transcurso de los días siguientes, cuando, de una en una, las fui buscando y les pedí disculpas por si las había ofendido o humillado con algo que dije o hice. Todas, lo recuerdo bien, me miraron extrañadas y me respondieron que eso no había ocurrido. No les dije de dónde había sacado esa idea.

—¿Por qué no les manda hablar para que compruebe que eso no es cierto? —recuerdo que le propuse a la madre Clemencia.

—No, hermana Cayetana. No tiene caso que hagamos de este asunto un chisme de vecindad y que andemos con dimes y diretes —respondió la madre Clemencia.

Me decepcionó comprobar cómo la madre Clemencia era capaz de enjuiciar, sentenciar y castigar a alguien sin oír su defensa. Me decepcionó como muchas religiosas abren sus oídos a la maledicencia y sus labios a la calumnia. Desde antes que yo entrara a su oficina yo ya estaba enjuiciada y condenada. Solo me faltaba oír la sentencia. Me faltaba saber cuál era mi castigo.

—Hermana Cayetana —continuó la madre Clemencia— consideramos que las labores que está efectuando en la comunidad no le están permitiendo alcanzar el crecimiento espiritual que es necesario para una religiosa, por lo tanto, le vamos a asignar nuevas funciones dentro de la casa. No lo tome usted como un castigo, porque no lo es. Estas nuevas tareas son distintas, pero igual de importantes que las que usted ha realizado hasta el momento. Además, también me han dicho que hay ciertas cosas que no están bien en su coro infantil.

—Me dijeron que los niños…

La madre Clemencia siguió hablando, yo la miraba y la escuchaba, pero en mi mente no captaba su voz, en mi mente escuchaba la voz de cotorra de la profesora Virginia de Hoyos Ábrego:

—“Los niños deben de aprender a cantar por nota, no por oído”.

—“Las piezas clásicas deben cantarlas en francés, italiano o alemán”.

—“Las canciones mexicanas son muy corrientes”.

—“Las canciones españolas son muy vulgares”.

—“Los niños deben aprender la vida y obra de los grandes compositores”.

—“Los niños deben tener un álbum escrito con todas las canciones”.

—“Los niños deben cantar con un estilo más operático”.




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