XXIX.1 TOÑO ES “RARO”
Un día, Romelia se acercó a mí y me preguntó:
—¿No se te hace raro Toño, mamá?
“¿Raro?” Me pregunté. Tuve hermanas, no hermanos. En el colegio, en Saltillo, había puras niñas. En el convento sólo conocí al padre Ismael y a los dos ancianos jardineros. Nunca conocí hombres de la edad de Toño, por lo tanto, no podía saber lo que era raro y lo que era normal en un hombre de esa edad.
—¿A qué te refieres? —le pregunté.
—A que ya tiene casi veinticinco años de edad y nunca ha tenido novia —me dijo Romelia.
Eso era muy cierto. Toño era muy serio y trabajador, pero no era tímido o reservado, al contrario, era muy alegre y platicador, pero nunca recuerdo que haya tenido novia, ni cuando era estudiante, ni cuando se puso a trabajar en la tlapalería de Sacramento.
—Quizá no ha conocido a alguna muchacha que le llame la atención —le dije a Romi, a quien cada semana le aparecía un pretendiente nuevo.
—No creo que sea eso. Creo que Toño nunca se va a casar porque tiene un secreto que no nos quiere contar, especialmente a papá y a ti.
Creo que, si alguien conocía a Toño, incluso más que su abuela, era Romelia. Desde que llegó a vivir a la casa de Sacramento, Romi y él establecieron una relación de hermanos, en la que a veces andaban muy cariñosos, a veces se peleaban y a veces ni se hablaban, pero Toño siempre tuvo una actitud muy protectora con ella.
—¿Tú cómo sabes eso? ¿Te ha contado algo Toño? —le pregunté preocupada.
—¡Ay, mamá! A Toño no le sacas una sola palabra de algo que no quiera decir —me dijo Romi. Pero lo conozco como la palma de mi mano. Cuando él va, yo ya vengo de regreso —agregó—. Nunca va a decir lo que le pasa. Tiene miedo a sincerarse con nosotros y a decir lo que siente, por miedo a que lo rechacemos.
De repente lo entendí: ¡A Toño no le gustaban las mujeres! Era como Fabi. Entendía muy bien por qué lo guardaba en secreto y tenía miedo al rechazo, pero lo que no entendía era que Toño era demasiado varonil para ser como Fabi, a menos que fuera como los “novios” que Fabi tenía y que nadie se imaginaba que les gustara que les agarraran la “mazacuata”.
No quería pensar en lo que a Toño le gustaba o no le gustaba hacer. Sólo pensaba que era buen muchacho y que merecía ser feliz. En su familia nadie lo rechazaría por eso. Sacramento era muy educado y lo quería mucho. Romi era muy madura para su edad. Yo nunca permitiría que le hicieran algo parecido a lo que me hicieron a mí.
—Voy a hablar con él —le dije a Romi—. Ella me abrazó y me dijo:
—Sabía que lo entenderías —dijo agradecida.
¿Entenderlo? No, no lo entendía, pero no lo podía rechazar.
El siguiente domingo, en la tarde, me puse a arreglar unas macetas en el patio trasero y le pedí a Toño que me ayudara con unos costales de tierra. Decidí ser lo más directa que pudiera.
—¿Por qué no saliste a pasear, Toño? —le pregunté.
—Todos mis amigos tenían compromiso, Ma.
—¿No tienes novia, hijo?
Toño evadió la mirada y contestó:
—No, Ma.
—Me extraña, Toño. Eres un muchacho muy guapo, responsable y educado; debes tener muchas admiradoras —le dije.
—No es por eso, Ma. No me interesa ninguna de ellas y no quiero hacerles perder el tiempo. No es correcto.
“Muy cierto”, pensé. Lo peor para una mujer es perder su tiempo con un novio que no tiene intención de casarse con ella, y que sólo busca guardar las apariencias.
Suspendí lo que estaba haciendo. Me senté en un muro de piedra y le pedí a Toño que se sentara a mi lado. Le tomé la mano y le dije:
—Tú eres el hijo que Sacramento siempre quiso tener; él no piensa en ti como un padrino, piensa en ti como un padre. Yo no soy tu madre, pero me sentiría orgullosa de tener un hijo como tú, y queremos que seas feliz.
Toño iba a decir algo, pero no quise cortar el impulso y continué:
—Hemos visto que algo te falta. Que hay algo que tú quieres decir o hacer, pero no te atreves. Creemos que debes ser valiente para expresar tus sentimientos y luchar por tu felicidad. Nunca nos vamos a sentir defraudados por ti; te vamos a apoyar y a querer siempre como a nuestro hijo. Pase lo que pase.
Toño sonrió emocionado. Me abrazó y me besó:
—Muchas gracias, Ma. Creí que nunca se habían dado cuenta de lo que quería; pensé que se iban a enojar conmigo y que tal vez me corrieran de la casa. Esto que me acaba de decir me da el valor que me faltaba para luchar por mi felicidad. ¡Muchas gracias, Ma! —me dijo.
Toño me besó de nuevo, se levantó y se fue. Yo me quedé pensando en si sería necesario hablar con Fabi para que lo enseñara a coser vestidos. Por lo pronto no hablaría de eso con Sacramento hasta saber que planes tenía Toño.