Medianoche

1. Felicia.

CAPÍTULO 1.

FELICIA.

—Felicia, cariño, ya es hora de levantarse.

¡Bom! Me levanto de mi hermoso y precioso nido—mi cama—, de un santiamén al escuchar la voz elegante y tierna de mi madre. Dos toquecitos en la puerta de mi habitación me ponen alerta, abro mis ojos impresionada por lo que pueda suceder si mi madre llega abrir la puerta.

Entorno mi mirada hacia la puerta de entrada de mi habitación y después al chico rubio que duerme semidesnudo en mi cama.

¡Oh, cazzo di merda!

—Henry —meneo al rubio—, Henry... Cariñito —sigo moviéndolo. Mi madre vuelve a hablar y tocar la puerta, cazzo, cazzo.—¿Sí madre? —muerdo mi labio inferior, mientras le doy un golpe en la costilla a Henry.

—¿Puedo pasar?

¡Puttana, Puttana. Cazzo di merda!

Henry abre los ojos y se queja por el golpe.

—Guarda silencio, baby —le tapo la boca, mientras pienso dónde demonios esconderlo. ¿Por qué me tiene que pasar esto a mi, señor? Henry me mira con su linda carita, está adolorido—. Sí madre, un momento... Hemm... Estoy... —volteo a mirar alrededor de mi habitación buscando que inventar. Hasta que mis ojos recaen en la crema de especias rehidratantes que ella prepara, para cuidar el cutis— estoy aplicándome una mascarilla, ahora voy, dame cinco.

Me bajo de la cama y le indico a Henry que salga a mi balcón y se quedé unos segundos mientras hablo con mi madre.

—Pero hace frío allí fuera, Felicia —se niega a salir.

Merda.

—Vamos, Henry cariño, solo serán unos segundos —le insisto y lo empujó fuera, queriendo o no. Henry lloriquea cuando le cierro la puertilla de mi balcón. Le tiro un beso y el rueda los ojos frunciendo su ceño.

Cuando me he asegurado de que Henry no hable y no se asomé, corro hasta mi tocador, destapó la crema y me la unto por todo el rostro. Es de concistencia pegajosa parecido al moco, en color amarillo. Iugh.

—Felicia... Voy a entrar he

—Hola mami, buenos días —le sonrió ampliamente al momento que ingresa a mi habitación.

—Buenos días, cariño —responde con estrañeza mirando alrededor de mi habitación. Abro mis ojos como platos al ver la camiseta de Henry colgando del penacho de mi cama.

Gesù!

Me levanto rápidamente del tocador y corro hasta donde esta mi madre, obstruyendole la visión hacia mi cama.

—¿Ves mejoría en mi rostro madre? —inquiero de manera melosa y checha, tratando de desviar su inspección a mi habitación.

Estoy segura de que sospecha de mi tardanza al abrir la puerta, que al final ella abrió.

—Cariño, la tienes embarrusquiada de la mascarilla, no puedo ver mejorías.

—Cierto —me hago la tonta. Cosa que no me cuesta, según Jonah—. ¿Qué te parece si me ayudas a retirarla? —la tomó del rostro y hago que me mire— ¿me ayudas? —insisto. Estoy muriendo de nervios, Cazzo.

—Claro, amor.

—En la cocina mami —la tomó del brazo dirigiendola fuera de mi habitación.

—Pero...

—Vamos.

Cierro la puerta de mi habitación rápido. Suelto un suspiro cuando bajamos las escaleras hacia la cocina.

[...]

—Me debes una más...

—Ya lo sé, Jonah —ruedo los ojos—. Nunca lo olvido, porque siempre me lo andas recordado verme.

Jonah se echa una carcajada haciendo que su cuerpo lo incline hacia atrás de manera exagerada pero linda. La risa de Jonah es ronca con un toque de sintonia digna de escuchar. En sí, la risa de Jonah es linda.

—Nunca vas a dejarme de faltar a mi persona en italiano, ¿verdad? —niego— pues en ese caso, también te quiero verme.

Le saco la lengua y me subo a su coche, rumbo a la universidad.

Fue todo un caso sacar a Henry—quien lo había olvidado en la intemperie de mi alcoba—, de mi habitación. No pude hacerlo sola, tuve que pedir ayuda de mi adorado Jonah, que, si no fuera por él, ahora estaría frita en manos de mi madre.

Jonah llegó en mi rescate—como siempre—. Entretuvo a mis padres, cosa que no le costó tanto, porque mis padres adoran a Jonah, lo ven con ojos de estrellita, Jonah delante de mis padres es el ejemplo para cualquier chico de su edad. Cabelleroso, responsable, educado, inteligente, atractivo y con dinero. Lo último no interesa mucho, pero igual cuenta en los requisitos de Charlotte y Kilian Nothendreen.

Mientras Jonah les hablaba de saber Jesús qué, yo aproveche para escabullirme y subir a mi habitación a rescatar al pobre Henry, quien estaba muriendo de hipotermia, bueno, no tanto así, pero sí estaba frío como una paleta de hielo.

Me disculpe una y otra vez con Henry, en todas me dijo que sí me disculpaba. Pero que mejor hasta ahí dejáramos nuestra relación. Le dije que estaba bien, la verdad no me dolió, ni me hizo sentir mal que terminará conmigo algo que nunca empezó. Al final Henry y yo siempre fuimos amiguitos de compañía mutua en la cama.




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