CAPÍTULO 4. Jonah
Esperaba por Felicia, impaciente junto a mi auto. Veía la hora en mi celular a cada minuto, estaba ansioso por volverla a ver y pedirle disculpas por todas las babosadas que dije la semana pasada en esa cena del demonio.
Yo no tenía intenciones de herirla, pero bien dicen que las palabras mal dirigidas y dichas, dañan más que las acciones. Las palabras duelen más que un puñal en el corazón. Y yo fui un estúpido en todo sentido de la palabra, y como dice Felicia, y en mayúsculas.
Mi intención no era herir a Felicia, mi intención era hacer entrar en razón a esas personas adultas que tenemos como padres. ¿Cómo se atreven arreglar un matrimonio entre mi casi hermana y yo?
Lo repudio. ¡Santo Dios! Me siento sucio de solo pensarlo o de solo llegar a ver a Felicia con ojos de deseo. Y no es que ella no sea una mujer hermosa, al contrario tiene una belleza que a cualquier ciego encantaría, y no solo su belleza física, también está la belleza de su noble corazón. Siempre queriendo ayudar a los que menos tienen. Tratando de dar lo mejor de sí, para que la sociedad en la que vivimos no la critique.
La ansiedad me está matando, la culpa más que nada. Siento la necesidad de entrar a su casa y subir a su habitación para decirle lo mucho que lamento haber dicho tales palabras, pero es que cuando me siento presionando soy solo un chico iracundo de diecinueve años que no piensa bien, que no razona la situación y suelto palabras sin antes conectarlas bien con mi cerebro. Cuando me toman por sorpresa, como la de la semana pasada, hago estupideces y lastimo a las personas sin pretenderlo.
No soy bueno cuando me acorralan.
Mamá siempre me dice, que cuando acorralan a un hombre, se vuelve una bestia salvaje. Me temo que la semana pasada me volví más que una bestia salvaje.
Me volví una bestia estúpida e iracunda.
Me pongo tan recto como un soldado, en cuanto veo la melena rubia ceniza de Felicia, sale de su casa acompañada de su padre. Mi ceño se frunce cuando su padre le dice que en un momento pasa por ella.
Ella se queda parada junto a su puerta mientras acomoda su bufanda color caqui, alrededor de su cuello. Su vestido beige se menea con la brisa fría que hay, unas mallas negras cubren sus piernas, sus pies enfundados en unas botas de peluche color caqui, me sonrío examinándola, ella siempre preocupada por no perder su estilo de moda. Desde esta distancia puedo observar su nariz rojiza por el frío al igual que sus mejillas. Sonrío, porque sé lo mucho que odia que su piel sea tan blanca que cualquier apretón o cambio de clima hace que su piel se enrojezca.
Su mirada viaja hasta mí en un segundo, me paralizo. Sus ojitos miel me miran por escasos segundos y después redirige su mirada hasta el auto de su padre que viene haciendo reversa.
Suspiro. Uno de los mayores defectos de Felicia es que guarda demasiado rencor, es demasiado dura para perdonar.
La veo subir al auto de su padre, quien me saluda afable y le devuelvo el saludo, pero ella ni un pio me dio. El auto desaparece ante mí.
Así que decido montar a mi auto e ir a la universidad.
[...]
Llego a la universidad, después de haber pasado a la florería. Bajo de mi auto junto con un ramo de rosas amarillas. Todos me observan, saludo a los que conozco y a los que no, también. Porque más vale caerles bien, que mal.
Así me ahorro enemigos. Hombre inteligente vale por dos.
Camino hasta el edificio donde estudia Felicia, en el camino las cosas se me complican.
Mayday, mayday.
Tenemos un problema.
Lana viene con una gran sonrisa sobre mí, y a lo lejos observo como Felicia mira la escena.
—Amoorr —chilla Lana. Envuelve sus lindos brazos alrededor de mi cuello, y sella el abrazo con un beso de piquito que me toma por sorpresa, porque solamente estoy viendo en dirección a Felicia quien no deja de observar la escena con los brazos cruzados a la altura de su pecho—, ¡Qué lindo! ¿Son para mí? —inquiere, observando las flores en mi mano con una sonrisa, y sus ojos brillantes de felicidad.
Trago grueso alternando mi mirada, de Felicia a las flores y después a Lana. Lana me observa impaciente esperando por una respuesta. Mientras yo lucho contra mí dilema. A Lana no le gustan las flores, en realidad ella es más de árboles bonsáis, verdes sin ningún tipo de color floral.
Le doy una última mirada a Felicia, y siento la potencial miel de sus ojos sobre mí.
—¿Amor? —Lana llama mi atención tronando sus dedos cerca de mi rostro.
—¿Sí?
Respondo enfocando su lindo rostro. Ella tiene ligeramente arrugado su entrecejo.
—Te estoy preguntando si esas flores, ¿son para mí?
Reacciono. Observo una vez más la flores y miro en dirección a Felicia, o más bien donde se encontraba. Porque ya no está por ningún lado.
—Lana, amor —le digo—. Tanto tú, como yo, sabemos muy bien que las flores no son de tu agrado. Sé tus gustos, y las flores no son uno de ellos —Lana frunce sus labios, y se cruza de brazos. Seguro ya se dio cuenta para quien son las flores—. Sabes que te adoro y te respeto, como también respeto nuestra relación, por lo que espero me entiendas...