CAPÍTULO 5.
FELICIA.
Tenía una semana en la cual no había hablado con Jonah. Estaba demasiado dolida por sus palabras para siquiera mirarlo a los ojos, o sea... decir que no podía verme como una mujer, y que no le parezco para nada atractiva y que no soy de su gusto... eso definitivamente hiere el ego de cualquier mujer, y más el mío. El cual mamá y papá se han encargado de subirlo durante diecinueve años, y que Jonah Lee, me lo haya bajado en una sola noche, con un par de palabras, es definitivamente hiriente.
Pero a pesar de eso no puedo odiar a Jonah. El dolor que Jonah causo en mí, con sus palabras es tipo: como si mi libro favorito, me cayese en el rostro mientras lo leo, al instante me duele y lo boto a un lado, pero después de unos minutos vuelvo a tomarlo entre mis manos, y leer sus lindas y preciosas páginas, adorando sus letras y el significado de cada una.
Tipo así es el dolor que Jonah causo en mí. No dejo de quererlo en ningún instante, adoro cada partícula de su ser, adoro el hecho de que sus padres no hayan usado protección, porque gracias a eso, él existe. Y aunque sus palabras me hayan herido el ego, jamás dejare de quererlo, ni porque le haya traído mis rosas favoritas a su linda y ñoña novia.
—¿Qué traes lindura? —giro mi rostro en dirección a Ophelia, mi compañera de clases. Una asiática esbelta y bien cariñosita, bien preciosa en todos los sentidos, con sus ojitos rasgado color azabache y su sonrisa que es miel, ella desborda dulzura hasta por los poros. Le sonrío.
—¿Tristeza? ¿Soledad? ¿Decepción? Ay, no sabría responder Ophe —dejo caer mi rostro entre mis manos, mirando a Ophelia.
Ella imita mi posición. Sus codos apoyados al escritorio, y dejando caer su rostro entre sus manos.
—¿Es por tú novio? —inquiere, abanicando sus pestañas varias veces. Hago una mueca y arrugo mi nariz.
—¿Novio?
—Sí, ese lindo hombre blanco que estudia medicina —dice—. Con el que siempre vienes.
—¿Jonah? —ella asiente, con una sonrisa.
—Sí, ese lindo y sabroso hombre —responde soltando una risilla traviesa.
—¡Qué cosas dices Ophe! —tapo mi rostro riéndome— Jonah no es mí...
—¿Yo, no soy tu qué...? —me giro al escuchar la voz de Jonah.
Está bajo el marco de la puerta de entrada del aula. Con las rosas amarillas en una mano, y en la otra con un vaso de lo que imagino es chocolate caliente. Su sonrisa bonita ilumina toda el aula, Jonah siempre ha sido un lindo chico, con esos ojitos de diferente color que causan ternura, su nariz recta, esas pobladas cejas y sus pestañas rizadas—lo envidio—, unos pequeños hoyuelos que se dibujan en sus mejillas al sonreír, y lo que más me encanta de él... los rulos negros azabache que tiene como melena.
Jonah es hermoso.
—Mi... ¿Qué haces aquí? —cambio mi respuesta rápidamente, mirando de soslayo a Ophelia que esta con esa mirada desbordando miel, mientras nos observa a Jonah y a mí.
—Rotkäppchen —dice y da un paso. Muerdo mi labio y aguanto un suspiro—... Yo...
—Me están llamando, por allá, nos vemos al rato lindura —interrumpe Ophelia, la veo salir del aula y guiñarme un ojo.
Jonah hace lo mismo y suspira.
Seguro tiene una lucha mental. Ojalá y pierdas en todas por idiota, jé.
—Vas a hablar o solo vienes a recordarme cuán desagradable soy a tus ojos —murmuro con acidez.
¡Ay, Gesú odio ser tan rencorosa!
Me vuelvo una caca cuando me dañan, pero no puedo contenerme.
—Felicia... ¡Dios! ¿Cómo dices eso? —inquiere. Su carita muestra incertidumbre. Jonah nunca ha sido muy bueno con las palabras— Cometí un error la semana pasada, y me odio tanto por eso, no medí mis palabras y te hirieron, lo sé... Porque yo también me siento herido y sucio por haberte dicho semejantes babosadas.
Muerdo mi labio. Mis ojos arden.
Otro maldito defecto, ¡Soy una chillona!
—¿Es que acaso no piensas? —susurro entre un sollozo.
—¡Soy un estúpido cavernícola cuando me acorralan! —se defiende rápidamente— Sabes lo que dice mamá y tía Charlotte, cuando un hombre es acorralado se vuelve estúpido y cavernícola, eso me sucedió y me temo que fui el más estúpido de todos... Te ruego disculpes mis palabras sin sentido, sabes que no son verdad...
—¿Hablas en serio? —hago un puchero aguantando mis lágrimas.
Odio tanto ser sentimental, lloro por todo.
—A ti nunca te mentiría Rotkäppchen. Perdóname...
Y eso basta para que la marea se lágrimas se desorde de mis ojos y salgan. Doy los pasos que faltan hasta Jonah y lo abrazo, aspiro su lindo y fresco aroma llenándome de él. Me hacía falta escuchar su corazón y sentirme protegida como ahora.
—No llores por favor, soy un idiota —súplica junto a mi oído.
—Eres el más grande de los idiotas...
—Lo sé, yo soy su líder —me rió, porque él tiene ese don de hacerme reír hasta en los peores momentos—. Te quiero, Felicia Nothendreen.