La clase era molesta, su humor negro la tenía saturada. Nunca paraban de juzgar, parecía que se preocupaban más por como olía que de estudiar.
Aunque la chica no olía a nada, con el tiempo comenzó a creer lo que sus compañeros comentaban.
—Que olor a pasto quemado.
—¿Pasto quemado? A basura tendrías que decir, jajaja.
Los comentarios empezaban desde que ella ponía un pie en el salón hasta que se iba.
Luego de las vacaciones de invierno, Heisel se tomó la costumbre de aplicarse perfume antes de salir de la casa, sin embargo las críticas de sus compañeros seguían escuchándose...
"Quizás necesite usar un perfume mas fuerte", pensaba Heisel, a medida que su corazón se comprimía por el dolor de las palabras.
A la semana, Heisel se aplicaba el perfume cada dos horas intentando así satisfacer a las fosas nasales de sus compañeros, pero estos eran tan exigentes que seguían con sus hirientes comentarios, provocando que Heisel se obsesione con el uso excesivo de los perfumes, y se convierta en una maniática de la higiene personal.
—¿Cómo? ¿te bañaras otra vez? Pero si acabas de bañarte hace menos de dos horas...— Decía su madre.
—Estoy sucia, estoy sucia...— murmuraba su hija, desde que se metía al baño hasta que salía.
La locura de la joven fue tal, que su madre tuvo que pedir ayuda en un hospital psiquiátrico.
—Muy bien, Heisel ¿por qué crees que tu madre te trajo aquí?— Le preguntó el psiquiatra una tarde.
—Este lugar está muy sucio — Decía Heisel mientras repiqueteaba los dedos en el asiento.
—Mmm ¿Has estado tomando las pastillas que te asigné Heisel?
—Las pastillas producen mal aliento.
—Ya veo, pero no tienes otra opción Heisel...— Suspiró el doctor.
—Claro que la tengo, en cuanto salga de aquí me bañaré en alcohol y luego en jabón y...
—¡Heisel! — Exclamó él, obteniendo la atención de la joven —¿Qué es lo que sucede, chiquilla? ¿Por qué estás tan obsesionada con el perfume?
—N-no lo entendería, no lo entendería...
—Si sigues así terminarás mal...
—Quiero vengarme, necesito vengarme.
—¿Vengarte de quién?
Heisel fulminó al psiquiatra con la mirada, se acercó a él y le dijo:
—¿Por qué cada vez que entro usted abre las ventanas?
—Porque tu perfume es demasiado fuerte y lo utilizas en exceso — Le respondió el doctor tratando de no cubrirse la nariz por el fuerte olor a fresias.
—¡Mentira! — Gritó ella y tomó al doctor por el cuello— Usted lo hace porque huelo mal ¿Cierto?
—No es verdad, tú tienes muy lindo aroma — Dijo ya quedándose sin aire.
—Estas... ¡Mintiendo! — Ella tomó una jeringa y la clavó en la yugular del médico.
Este gimió de dolor, y se la quitó a medida que la sangre se le escapaba como si fuera una canilla. El hombre avanzó unos pasos hacia Heisel que guardaba distintos frascos en su bolso.
La mirada del psiquiatra comenzó a nublarse, y exhalando su último suspiro, cayó en medio de la habitación, ensuciando el piso con la sangre de su cuello.
—Es una lástima que no lograra entenderme señor Torrence... Usted era tan guapo y apuesto...— Se acercó al cuerpo y susurró —Me gustaría besarlo, pero sería asqueroso... Pronto se pudrirá y sabrá al fin mi obsesión con el perfume...
Antes de salir ella dejó al lado del cuerpo del doctor un frasco de perfume.
—Lo necesitará si quiere oler bien en el más allá — Rió de forma tétrica mientras salía del consultorio.
Al salir a la calle, se dirigió hacia el cementerio, ese era el único lugar que nadie la criticaba o la veía con gestos raros. El silencio de la muerte cubría cada rincón, nada se escuchaba, excepto por los pequeños sollozos de una niña pequeña.
Heisel, caminaba entre las tumbas y allí la vió. Acurrucada contra la cruz.
—¿Qué te sucede? — Le preguntó Heisel.
—Me están matando — Sollozó la niña.
—¿Matando? ¿Quién?
—Ellos — dijo dándole la cara a Heisel.
Heisel retrocedió unos cuantos pasos para atrás al ver que la pequeña, era idéntica a ella.
—P-pero qué mierda. — Murmuró Heisel.
La niña se puso de pie y en su mano tenía una cuchilla.
—Les parece divertido burlarse de nosotras porque somos raras, pero la venganza caerá sobre ellos.
—¿Qué?
—Puedes acabar con tu sufrimiento — decía la chiquilla mientras le daba la cuchilla —Matalos, y termina con esto. Mátalos como mataste al doctor.
—N-no podré hacerlo.
—Claro que puedes, y cuando lo hagas sentirás la satisfacción más grande del mundo. Házlo. Sé que en el fondo nosotras queremos acabar con ellos.
Heisel respiraba de manera entrecortada, y cuando ella inhaló, la niña aprovechó para adentrarse en su cuerpo, que dejó la dejó inconsciente durante 15 minutos.
—¿Despertó? — Preguntó una voz.
—Oh, dios mío ¿Y que rayos hacía en el cementerio?—Dijo otra.
—¿Mamá, papá? — preguntó Heisel —¿Qué hacen aquí? ¿Dónde estoy?
—Oh, cariño despertaste — y la abrazó su madre —Estuviste inconsciente durante 15 minutos, el sepulturero del cementerio te encontró.
—¿Qué hacías allí Heisel? — Preguntó firmemente su padre.
—Papá yo...
—¡No vuelvas a desviarte del camino! Tú lo único que tienes que hacer es salir del psiquiatra, y volver a casa ¡¿Cuánto te costaba hacerlo?!
—Cariño ya — intentó calmarlo su mujer —Lo importante es que está bien...
De repente entro la enfermera, que al ver a Heisel despierta dejó caer unas planillas.
—¿Ya despertó? — Preguntó incrédula.
—Pues si — Respondió la madre con un tono de obviedad.
—P-pero el doctor dijo que... que estaría inconsciente durante 15 minutos más, a-ademas...
—Enfermera, mi hija despertó.
—Lo sé, pero...
— Pero nada — la interrumpió el padre —La chica está despierta, así que dele el alta. Tengo cosas que hacer, no tengo tiempo para quedarme otro maldito segundo más en este hospital...
—Esta bien. Ha-hablaré con el doctor.