Médium. Beso a la muerte (libro 2)

Capítulo 9: Invitado inesperado

Capítulo 9:

Invistado inesperado

 

Ring.

Ring.

Ring.

Con los ojos entrecerrados me lanzó en una búsqueda por el suelo de la habitación. Estoy segura de que mi teléfono quedó dentro del bolso, que a su vez deje caer en alguna parte de la habitación. Juraría que cerca de la puerta. No. Allí no está. Gateo. Apartó los zapatos de Asier, llevándolos hacia debajo de la cama.

Ring.

El sonido viene de mi espalda, así que… Sí, lo dejé caer cerca de la puerta, del otro lado del pasillo. Me levanto. Doy una vuelta completa antes de orientarme. Abro los ojos muy grandes, un bostezo me hace cerrarlos de nuevo. Volver a la cama es tentador.

Ring.

Me apresuro. Abro la puerta y la cierro al salir. Recojo el bolso y busco el teléfono antes de que se corte la llamada. Dejo caer el bolso casi llegando a la sala y contesto.

—Buenos días. ¿Quién es? —vi voz no pudo haber salido más cansada.

El número no lo tengo registrado. Me estrujó los ojos, siento que no dormí lo suficiente. Nos acostamos muy tarde, ya ni recuerdo que hora era. Abro la ventana de la cocina. La luz de la mañana me encandila por unos segundos. Cubro el rostro con el brazo.

—Buen día, hermosura —el encantador Román.

Despabilo. Me atrapa el sentimiento del déjà vu. Ya estuvimos en esta situación una vez, estoy casi segura… ah, claro. Cuando al idiota se le ocurrió levantar a un muerto. ¡Por las almas del panteón! Que no haya cometido ninguna estupidez.

—Supongo que llamas por algo importante. Por qué si se te ocurrió levantar a otro muer…

—Oye. —dice casi ofendido. —Ya aprendí la lección, la próxima vez que necesite hacer algo te busco primero.

—Por supuesto que no. No me dedico a levantar a los muertos de sus tumbas. Así que, ni lo pienses.

Desviarme hacia la nigromancia no es algo que esté en mi lista por hacer antes de morir.

—Pero tienes el conocimiento.

—Si tienes tanta sed de aprender, ve con un nigromante, y luego asume las consecuencias de tus actos.

—Bien. Bien. No lo volveré hacer.

Me muevo por la cocina. Enciendo la hornilla, ubico una olla pequeña, abro el grifo y pongo a calentar un poco de agua.

—Si no te has metido en ningún problema, ¿por qué llamas tan temprano?

—¿Encontraste a Otto?

Mi abuela margarita encontró a Otto, solo que no podemos ir por él.

—Sí, y no. —Coloco el teléfono en altavoz y lo dejo a un lado del mesón. Busco entre la alacena, el café, la azúcar. Necesito una buena tasa para comenzar el día. —Sé que está bien. Pero no sé cómo llegar a él.

Hay una razón por la que Kelly no está aquí. En el momento en que Otto fue secuestrado, ella se fue con él. Mi abuela trajo noticias. Lo tienen en encerrado en un cuartito pequeño y oscuro, con apenas una estera y sábanas. Kelly se negó a dejarlo solo, le preocupa que lo lastimen como hicieron con ella. Lo que deja claro, quién está detrás del secuestro tuvo algo que ver con la muerte de Kelly y seguramente, de todas las demás niñas. El problema, la abuela regreso sin saber cómo llegar a él. O no, para ser precisa, ella sabe cómo encontrarlo lo que pasa es que no encuentra como mostrarme el lugar, no explicarlo. El usuario de magia no quiere ser encontrado, y está bloqueando toda la información así sea dada por un muerto.

—No quieren lastimarlo. —reflexiona Román. Dejo caer con cuidado el agua caliente en el colador con café. —¿Quizás se llevaron al herrero equivocado?

Le doy unos golpecitos al colador de café, el líquido baja con lentitud.

—No son tan parecidos como para que se hubieran equivocado —replico.

Dejo el colador en el fregadero. Voy por las tasas, solo tengo tres y está mañana solo se sirven dos. Otto debería estar bien, si no quieren lastimarlo y más bien atraernos de alguna manera, no lo dejarán morir de hambre. Ni sin café, ¿verdad?

Sirvo dos tasas. Asier no demorará mucho en levantarse. Es momento de darle otro enfoque a nuestra estancia en este pueblo, si no podemos ir por los asesinatos entonces buscaremos a Otto. Él es nuestra prioridad.

—Quizás no lo vieron bien al momento de atraparlo —insiste.

—¿Tu punto es? —endulzo el café.

—Abandona ese pueblo. Olvídate de Otto y si tu novio quiere quedarse, pues mejor, me dejaría el camino libre. Ahórrate problemas y sal de allí cuanto antes —la seriedad de su voz me preocupa.

Él sabe algo, o lo intuye. No está en mí salir huyendo, ahora me pica la curiosidad, más allá del peligro.

—No iré a ningún lado —le doy un sorbo a mi café. Uf, que delicia.

—¿Con quién hablas? —susurra Asier en mi oído, suelto una risita y casi derramó la tasa, su aliento contra mi piel me hace cosquillas.

—Al teléfono.

Quita la tasa de mis manos y la deja en el mesón, para luego atrapar mis labios con los suyos. Mejor que el café. La calidez de su boca es una sacudida de electricidad que me pone alerta. No puedo estar más despierta. Rodeo sus hombros desnudos, sus músculos se mueven al encerrarme entre sus brazos. Dedos expertos suben la tela de mi blusa y surcan mi espalda.




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