Mi nariz sangra sin parar. Me descuidé por un momento y estas son las consecuencias. Siento como la sangre caliente brota, mientras moja mis labios con su sabor metálico; cada pulso de mi corazón lo vuelve más intenso. Esto no es nada, no se comparan a sus golpes, me digo a mi misma, mientras llevo mi mano a la nariz y con el dorso limpio la sangre que brota. En ese instante el tipo intenta darme otro golpe; lo esquivo y le encesto una patada en la mandíbula, se desploma al momento.
–¡Oye Nick levántate! ¡No seas marica!. –El acompañante del patán intenta levantarlo; pero el otro no responde.
–¡Perra! –Me grita el patán número dos, abalanzándose sobre mí. Su lento y pesado puño no es más amenazante que la del tipo en el suelo, que solo logró golpearme porque la lluvia camufló sus pasos y por eso no me di cuenta que me seguían. Son unos malditos cobardes, son los tipos que más asco me dan. Me inclino hacia abajo para esquivar su golpe y le doy un puñetazo con mi puño derecho en el mentón. Puedo escuchar el crujir de sus dientes. Con la palma de la mano izquierda le acomodo la nariz en su ridículo rostro. Cae al suelo junto a su compañero. Agito mi mano y cierro el puño, repetidas veces para calmar el dolor en mi muñeca.
–¡Rayos! A Margaret no le gustará esto. –Esbozo al verme la ropa empapada por la lluvia y llena de sangre.
Veo a los dos tipos desmayados en el suelo de aquella oscura y fría calle, noqueados. Les lanzo un escupitajo.
–¡Idiotas! –Le digo a los dos tipos desmayados.
Me pongo la capucha de mi chaqueta, meto mis manos a los bolsillos y sigo mi camino a casa. No pensé que me toparía a estos tipos nuevamente, supuse que la paliza que les di el otro día cuando intentaron robarle a Leo sería suficiente para ellos; pero así son las escorias, no tienen una pizca de cerebro.
Veo las gotas lluvia reflejándose en las luces de los autos que pasan, mientras camino a casa. La lluvia es cada vez más intensa, al menos borrará un poco la sangre en mi camisa, así Margaret quizás no lo note. Lamento el hecho de no llevar una camiseta negra y llevar una gris claro en su lugar, al menos la chaqueta es negra, no se estropeará tanto. No me gusta darle problemas a Margaret, porque de todos los hogares sustitutos a los que fui, éste es el único al que he podido ver como lo más cercano a un hogar; aunque apenas tangible y frágil como el papel.
Llego a la antigua casa. Los escalones crujen por lo viejos y deteriorados que están. No es la casa más agradable a la vista; pero es el mejor lugar donde he vivido. Un techo con goteras que tapamos y siempre vuelven a aparecer; pero un techo al final. Las paredes viejas con un papel tapiz verde olivo, con flores que apenas se logran distinguir. El piso de madera cruje a cada paso. Es una casa con un diseño extraño, al entrar das directo a la sala de estar, con una mesa antigua y un viejo televisor donde Margaret ve sus novelas, justo en frente de la puerta de entrada está la puerta del patio trasero a unos 6 metros, a la derecha la puerta que va a dar al comedor y cocina y a la izquierda en medio de la pared el marco de una puerta que va a dar a las altas escaleras, que llegan a los cuartos de Margaret y de los chicos que vivimos en esta casa. Abro la puerta y veo a Leo, cargando toda la ropa, siendo aplastado por ella en realidad. Seguramente trató de meterla antes que la lluvia la mojara por completo, es una de sus tareas.
–Hola, Megan. –Sus ojos se abren como platos–. ¿¡Qué te pasó!? –Deja caer la ropa en una silla que Margaret mantiene en la entrada para que nos quitemos los zapatos y no ensuciar la casa "somos pobres pero limpios" su frase favorita.
Leo se acerca intrigado. Es mi pequeño doctor.
– ¿Te duele? –Me pregunta mientras se inclina para revisar mi nariz.
–No mucho.
–Tienes un poco de sangre por acá. –Me limpia la nariz con la manga de su suéter. –Parece que no está rota.
–¡Nah! el patán pega como chica.
–Tú eres una chica y mira como pegas. –Dice con expresión divertida e irónica.
Ambos comenzamos a reír. Leo es el niño más atento en la casa. Cabello castaño y enormes y excesivamente expresivos ojos café. Siempre traté de no encariñarme con nadie; cuando vives una vida como la mía, solo puedes preocuparte por ti mismo; aun así, ya veo a Leo como a un hermanito, solo tiene 12 años, es huérfano como yo, como todos los niños de esta casa. Para su suerte y la de los demás, vinieron a dar a este lugar. A mis 19 años, cambié de tantos hogares y cada vez el infierno era peor. Me alegra que él esté aquí, que todos estén aquí. Margaret es estricta; pero no es mala persona, si lo sabré yo.
–¡Ya es hora de la cena! –Margaret se asoma desde la cocina y noto como su mirada se enfoca en mi camisa.
–¡Megan! ¿Es en serio? ¿Peleaste otra vez? ¿Qué te he dicho sobre eso? Prometiste que no volverías a hacerlo, ¿o es que quieres que vuelvan a cambiarte de hogar? –Sus ojos chispeaban de enojo.
Me encogí de hombros.
–Juro por Dios, que esta vez no fue mi culpa, fueron los tipos que le quisieron robar a Leo la otra vez. Se querían vengar; y no tuve otra opción que partirles la cara. –Levanto mis manos en señal de inocencia y le hago un guiño a Leo. Él me ve con complicidad y admiración.
–Espero que así sea, por tu bien. Mira como traes la camiseta, rápido ve a lavarla, antes que la mancha no pueda salir. No puedo creer que esta niña sea incorregible... –Se aleja alegando como vieja refunfuñona; pero es buena.