Melancolía

II

 

Había pasado toda la semana llorando en su pequeño departamento.

Y no era para menos. No había encontrado nada de trabajo, y en los trabajos que ella encontraba, le daban le típico "Te llamaremos".

Además, intentó una vez más seguir sus sueños, pero era inútil, si la habían rechazado cuando el límite de sus sueños y esperanzas era el cielo, ahora esta vez no iba a ser diferente.

Elizabeth miraba al techo de su casa, veía el techo que se encontraba maltratado. La pintura estaba separándose de la estructura original y podía ver algunas pequeñas grietas.

Cerca de la habitación dónde ella estaba descargando sus tristezas, en el suelo estaba un pedazo de una hoja rota, una carta que decía algo así:

"Ciudadana Elizabeth Brown.

Nos dirigimos a usted para hacerle saber que su solicitud para ingresar a la Escuela de Cine y Arte de Nueva York ha sido rechazada"

El resto de la carta estaba desaparecida en alguna parte del departamento, pero lo primero era suficiente para matar las esperanzas de salir adelante que le quedaban a la muchacha. Y sin contar que la comida y el dinero se estaban acabando.

Decepcionada y triste, se levantó del sillón donde estaba recostada, fue al baño y se limpió el rastro de las lágrimas que quedaron secas en su rostro. Se volvió a vestir de forma decente, tomó unos papeles y salió de su departamento.

A pesar de que ya contaba con el apoyo familiar, Elizabeth no quería volver a tener roces con su familia, o lo que le quedaba de ella. De verdad que por salud mental no quería volver a encontrarse con esas personas.

Cuando bajaba las escaleras porque el elevador tenía desperfectos (Cuando no), la carta de rechazo resonaba en su cabeza. Al bajar por completo y salir a la calle, volvía a arrastrar la carta en su mente como castigo. Castigo por haber confiado en su instinto y dejarse guiar por el "Soy joven y viviré una vez en mi vida".

Compró un periódico, entró de nuevo a esa cafetería simplona que odiaba pero que se ajustaba con su presupuesto, pidió un Omelette y un café para iniciar el día y empezó a buscar trabajos.

Que tristeza era encontrar anuncios donde se decía "Se solicita enfermera para cuidar a mujer de 70 años", "Se solicita administrador para trabajo de oficina", "Se solicita abogado para Bufete, "Se requiere título universitario", "No se permiten solicitudes sin formación universitaria".

Decepcionada, dio vuelta a la hoja donde estaban los trabajos en donde no se requería título universitario, volvió a buscar.

Nuevamente encontró la decepción, no había mucho para escoger.

Un anuncio que le había llamado la atención fue sobre un trabajo como "Dama de Compañía", pero la poca dignidad que tenía le dijo que no tomará ese trabajo o no la volvería a ver en muchísimo tiempo.

Molesta, miró por la ventana, recapitulo un poco los momentos de su vida donde había triunfado sin dificultad, ¿En qué momento todo se complicó?

Miró su café y lo tomó entre manos, esperando encontrar una respuesta en este, ¿Ahora iba a volverse una adivina? No. Y su café no iba a darle la respuesta que ella estaba buscando.

De reojo, observó el anuncio de “Dama de Compañía”, ¿De verdad era buena idea intentar eso? Sabía que sólo iba a ser de compañía, pero en el fondo, eso no era cierto. Sabía de los verdaderos riesgos de ese tipo de trabajo, la esclavitud sexual convertida en "Consentimiento". Tal vez ni siquiera tendría el derecho de elegir a sus clientes.

"No pienses en estupideces" Pensó Elizabeth.

Después de un desayuno, estaba por levantarse y continuar su camino de conseguir un trabajo decente, observó una escena bastante oportuna.

—¡Estoy harta de esta mierda!— Una mesera se quitaba de su pecho su insignia con su nombre y la tiraba al suelo —¡Me largo de aquí! ¡Váyanse a comer mierda todos!— Salió de la cafetería.

El dueño y otra mesera se quedaron perplejos ante la situación.

—¿Y ahora que haremos?

—¿Que haremos? ¡Conseguir a alguien más! Es hora de poner de nuevo un letrero que diga "Se solicita mesera", y esperar que a alguien le interese en—

—Estoy interesada— Escucharon los dos la voz de Elizabeth desde su mesa —¿Puedo iniciar?

—Oh... Vaya... No esperaba esto tan rápido— El dueño sorprendido se rascó la cabeza —¿Cuándo puedes iniciar?




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