Melanie Jenkins: la llave del infierno

Capitulo 1: El nacimiento


Poco a poco comenzó a abrir sus ojos. Los parpados le pesaban. Estaba cansada, pero a la vez con mucha más vitalidad que antes. Por un momento le pareció extraño sentirse así. Era como si algo hubiera cambiado dentro de su interior y ya no se sintiera ella misma.

No recordaba el porqué de aquella sensación, ni tampoco le importará mucho eso ahora, solo quería saber dónde se encontraba. ¿Qué hacía ahí?, ¿Por qué sentía que se estaba olvidando de algo mucho más importante?

Tardo un poco más en acostumbrarse a la luz de las velas que iluminaban la habitación. Cuando su vista se normalizó pudo darse cuenta que veía todos los detalles a la perfección, aún en los rincones mas oscuro de aquella tetrica recámara. Las paredes eran de piedra color cobrizo, algo rústicas y agrietadas. Las telarañas que colgaban del alto y majestuoso techo asi como las manchas de humedad y el musgo verde que sobresalia de la pared daban la sensación que llevaba mucho tiempo sin ser usada. Una pequeña ventana con barrotes la separaba del exterior, por esta no se veía mas que la escasa luz de la luna que se reflejaba sobre las gotas de la espesa neblina e iluminaba el ambiente dandole un toque de brillo que lo hacia llamativo en medio de toda la suciedad del lugar. Con sumo cuidado se sentó en el borde de la cama matrimonial en la que segundos ante se encontraba dormida para poder explorar con las detalle el lugar, y así tratar de recordar que hacia ahí. En la habitación no había más que la cama y un desgastado y ordinario escritorio, en el que reposaba una especie de papiro. Lo tomo entre sus manos, dorpresivamente pude leer a la perfección las palabras expresadas en un idioma que ella jamás había estudiado, ¿cómo es que puede leer en latín antiguo?. Aunque aquello no era lo más extraño, ni siquiera su repentina sed de sangre se podía comparar con aquellas confusas letras que la hacian dudar de la realidad.

 

 

Pandora Jenkins

Hora de muerte/nacimiento: 23hs pm

Día: 12 de noviembre de 1842
 

 

 

¿Estaba muerta?

Un escalofrió la recorrió de pies a cabeza de tan solo pensar en esa posibilidad. Colocó dos dedos en su muñeca derecha para buscar pulso, pero  no hallo nada lo que indicaba que eventualemnte su corazón se había detenido. ¡No podía estar muerta, era imposible!, ¿cómo es que seguía de pie? ¿Se trataba todo de una ilusión, de un truco de su mente?.

Nerviosa y algo aturdida, se paso la mano por su cuello tratando de tranquilizarse y pensar con claridad, y fue en ese momento cuando pudo notar que tenía una herida. Dos puntos bien marcados como si se tratarán de colmillos reposaba en su blanquecina piel.

Su mente hizo clic.

Recordó que su hija iba a nacer, su marido la llevó según él, con un experto para que la ayudará en el parto y así evitar complicaciones. También le llegó a la mente imágenes de un hombre alto de cabellos largos amarrados en una coleta baja, su cola de caballo llegaba hasta la mitad de su espalda o tal vez un poco mas. Su espalda ancha contrastaba con los musculos de sus brazos que se marcaban sobre la tela del sobretodo de cuero negro que llevaba puesto. Su rostro robusto, con apenas arrugas y unas cuantas cicatrices que recorrian sus mejillas lado a lado eran invisibles ante la intensidad de sus brillantes ojos color escarlata como la sangre, y sus colmillos filosos y blancos, relucian en las penumbras de la noche.

Rememoró el miedo que siento en ese momento, pero no por ella sino por su bebé, no soportaría si algo malo le llegará a pasar a su pequeño retoño.
El tan solo hecho de pensar en el bienestar de su bebé la hizo volver en sí e inmediatamente se llevó las manos al vientre. Comprobando a si que este estaba más chato que antes.

¡Su hijo ya había nacido! Una alegría descomunal la envolvió. Por fin tendría a su bebé en sus brazos después de haber luchado por mucho tiempo. Pero ¿Dónde estaba? ¿Porque no estaba con ella, su madre?
La sola idea de que su hijo hubiera muerto en el parto la abrumó. Se negaba a creer que después del esfuerzo que hicieron con su esposo, todo haya sido en vano. Pero, ¿Y si aquél tipo le hizo algo también a su criatura?

Descartó enseguida esa posibilidad de su cabeza. Se acerco a la puerta y decidida a encontrar a su familia con fuerza pateo la puerta de madera de pino partiéndola en dos para luego arrancar los pedazos sin importarle que les estilllas se clavaran en su piel, ni siquiera le dolió solo quería encontrar a su hijo. Corría por los oscuros pasillos que aquel extraño lugar sin saber exactamente a donde debía dirigirse guiada por la desesperación. Sus gritos retumbaban sin recibir respuesta alguna. La angustia y ansiedad cada vez se apoderaban más de su ser no dejándola respirar por algunos momentos. ¿Acaso no había nadie que le dé respuestas?

Cuando estaba perdiendo la esperanza, una voz sonó a sus espaldas haciéndola reaccionar dándose cuenta que estaba parada en el borde de una cornisa, un paso en falso y caería al vacío.
No entendió muy bien como logró llegar hasta ese sitio, si hasta hace unos instantes vagaba por los pasillos del lugar sin rumbo alguno. Lo único que sentía, era que si no tenia a su hijo con ella ya no tendría ninguna razón para seguir adelante.

—¿Pandora que haces ahí?— con dificultad se giró al escuchar aquella voz tan conocida, encontrándose con la mirada preocupada de su marido quién cargaba con un pequeño bulto entre sus brazos. Era su bebe, estaba a salvo. Su esposo había cumplido con su promesa y las salvo a ambas. Nunca dudo de él.
Bajo de un salto y corrió a sus brazos, aliviada de tener a su familia de nuevo a su lado.

—Magnus...— se limitó a decir mientras alzaba a su hija y la mecía contra su pecho. Era realmente hermosa, cabellos pelirrojos como llamas ardientes de lava, piel tan blanca como la cal, labios violáceos como pétalos de purpuras. Si no fuera por el subir y bajar de su pecho indicándole que respiraba podría jurar que estaba muerta — Oh es hermosa, mi dulce y tierna bebé




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