Melanie Jenkins: la llave del infierno

Capitulo 4: Entre cuatro paredes

 

Massachusetts, City Death. 23 pm

Ni bien llegaron a la dichosa ciudad de City Death, encerraron a la niña en una habitación oscura de la cuál apenas lograba entrar la luz de la luna gracias a un pequeño hueco en la pared. Sus padres temían que escapará y se encontrará por ahí envuelta en nuevos peligros.

Los humanos podían llegar a set peligrosos, con sus nuevas armas de fuego eran capaces de asesinar a cualquier criatura, incluido los vampiros, que pese a ser considerados como "inmortales" por su larga vida eran vulnerable a ciertos minerales de la naturaleza que se utilizaban para fabricar los arsenales de duchar armas. Lo único que de alguna manera los mantenia a salvo era el anonimato pues muchos creían que los vampiros o cualquier ser sobrenatural eran mitos de los antepasados. Aun así no debían bajar la guardia, por los cazadores que desde hacia siglos combatian contra los sobrenaturales en protección de la humanidad.

Mantener a la pequeña Melanie bajo llave fue la mejor opción que encontraron. Odiaban tener que hacer aquello, pero sabían lo curiosa que podía ser su hija. No podían arriesgarse a ser descubiertos, no cuando estaban tan desprotegidos y débiles.

—Serán unos días, luego podrás salir

Fue lo que sus padres le dijeron para calmarla y hacerle notar que todo estaría bien. Pero no fue así. Con el tiempo los días se convirtieron en semanas. Las semanas se transformaron en meses, y los meses en años. Melanie creció aislada del mundo exterior sin nadie con quién jugar o charlar. Sin tener un amigo a quién contarle sus penas, ni que la consolase en los momentos en donde quería acabar con su vida y gritar hasta que se desgarrara su garganta.

Interactuaba con sus nuevos hermanos, Kenneth y Crystal que habían sido mordidos y convertidos en vampiros por sus padres cuando chocaron contra su carreta matando a toda su familia y por ende dejándolos huérfanos. Pero, aunque ellos la visitarán se seguía sintiendo sola. Nadie podía entender el gran dolor y pesar que habitaba en lo más hondo de su interior.

—¿Cuándo podré salir?— volvió a preguntar otra vez, aun sabiendo que la respuesta seguiría siendo la misma. Hacía la misma pregunta todos los días desde que la encerraron con la esperanza de que algún día la respuesta fuera la que ella esperaba.

—Pronto cariño ya verás

La niña, de ahora once años, asintió fingiendo creerle. Dejó de confiar en sus padres hace mucho tiempo, los veía como simples desconocidos y trataba de evitar lo más posible cualquier contacto. Ellos respetaban su decisión y la dejaban sola sin entender que eso era lo que menos necesitaba en esos momentos.

Lo único que la mantenía cuerda y evitaba que se derrumbara era la esperanza de salir algún día de ese lugar. Eso la motivaba a sobrevivir cada día en ese cautiverio, aquél que ella misma creo por el solo hecho de existir. Cualquiera en su situación ya se habría vuelto loco. Existía algo dentro de ella, algo en ese lugar que le hacía sentir que su libertad estaba más cerca de lo que ella pensaba. Quería confiar firmemente en aquello, aunque solo fuese una mera ilusión creada por sí misma en su loca idea de que no todo lo que vivió había sido en vano y que la recompensa por aquél precio que debió pagar estaba más cerca de lo que pensaba.

Sentía que estaba destinada a una aventura mucho mayor. Solo por eso no se dejaba vencer por aquellas cuatro paredes que la rodeaban y le quitaban mucho más que su libertad.

(...)

Pasaron algunas semanas desde la última visita que recibió. Llegó incluso a pensar que la habían abandonado en ese lugar, pero sabía que no era así pues escuchaba a su madre cantar una canción de cuna, los demás de seguro habían salido a cazar. ¿Acaso no se daba cuenta que la lastimaba con aquella actitud tan distante?

Suspira decepcionada por su miserable vida y volvió a centrarse en mirar fijamente la puerta. Casi todos los días se la pasaba sentada en el suelo frente a esta esperando que se abra mágicamente. Muchas veces se imaginaba saliendo del lugar, correr por el bosque, cazar algún animal... o persona.

¡Grrr!

Su estómago gruño. De tan solo pensar en el sabor delicioso de la sangre humana se le hacía agua en la boca. Llevaba mucho tiempo sin probarla y cada vez que pensaba en ella crecían más sus ganas de salir y matar. Esto preocupaba mucho a su familia, pero no podían culparla cuando hasta a ellos mismos les era difícil resistirse.

¡No! ¡Eso no está bien!

Melanie sabía que no debía tener esa clase de pensamientos. No eran buenos. Si quería salir de ese sótano debía demostrarles a sus padres y a ella misma que tenía control sobre su cuerpo. Por eso se auto-castigaba cortando su piel con una estaca de metal. ¿Pero que iba a poder hacer ella contra su propio instinto animal? Solo tenía esa solución para controlarse ¿Qué más podía hacer?

—¡Melanie! — grita su madre aterrorizada al entrar en aquél sótano y ver lo que su hija se había provocado a sí misma. El olor a sangre le había llamado la atención y fue a corroborar que todo estuviera bien, pero ahora comprendía que nada estaba bien con su hija— mi niña ¿por qué te haces esto?

—Tengo pensamientos malos y a la gente mala se la debe castigar.

—No cielo tú no eres mala, solo eres una dulce niña a la que le han pasado cosas muy difíciles- su madre se quedó toda la tarde con ella leyendo libros y curando sus heridas. Eso era lo que necesitaba Melanie, sentirse querida y que todo iba a estar bien. Al menos por un rato, poder imaginar ser una niña normal sin tantos problemas por los que preocuparse.




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