Meliflua

CAPÍTULO 12

Capítulo 12 
El día que fuimos paz 

Exámenes, exámenes y exámenes. Era de lo único que se hablaba en los pasillos y lo que ponía a los estudiantes más ansiosos que de costumbre. A mí no me interesaba mucho realmente. 

"La espero en la cafetería. 
-Atrio" 

Entonces el timbre sonó, informándome que las clases del día habían terminado, o al menos para mí.  
Tomé mi mochila y a pasos largos salí del salón. 
—¡Mía!— la voz de Liam me detuvo.  
Llevábamos alrededor de cinco días sin hablar, y no por estar peleados ni nada parecido, simplemente a él no le interesaba hacerlo y yo no quería molestar. 
Esperé impacientemente a que llegara frente a mí en el pasillo, traté de disimularlo acomodando mi falda a cuadros. 
El castaño avanzaba lento, con tranquilidad, como si tuviese todo el tiempo del mundo, y yo tenía que irme. Llevaba su mochila en un solo hombro y un único auricular conectado. Me gustaba pensar que caminaba al ritmo de su música. 
Comencé a dar golpecitos con mi pie esperando su llegada. 
—¿Cuándo me darás tutorías?— fue lo único que pronunció. 
Creí que no le interesaban. 
—¿Jueves en la tarde está bien? 
Asintió y se volteó sin más. Liam avanzó hacia el ascensor y yo hacia las escaleras.  
El sonido de los relojes en cada nuevo piso me recordaban que un detective esperaba mi llegada. Me reuniría con él a espaldas de Emily, de Johann y, por supuesto, de Ann; no porque tuviera que ocultar algo, simplemente para no escuchar ninguna clase de reclamo. 
Un traje beige, un periódico y lentes oscuros fueron lo que llamaba la atención al ingresar en aquella cafetería. Desencajaba. 
Comencé a avanzar en su dirección y al instante elevó la mirada hacia mí. Bajé la vista y leí el título de su periódico: journal, el de Emily. Así deduje que estaba bastante al día en cuanto a los asesinatos. 
Me senté frente a él, depositó el periódico doblado sobre la mesa y elevó una pequeña taza con ambas manos. 
—Mía Pepper. 
Tomó un sorbo y levantó sus lentes. 
—¿Detective? 
Me dedicó una breve sonrisa. 
—Nacida el 12 de octubre del 2001, en Montevideo, Uruguay— lo observé detenidamente—. Hija de Steve Pepper y Leticia Pepper, quienes son pintores y dueños de una galería. Hermana de Kyle Pepper, desaparecido. Publicó su primer libro a los trece años, y a partir de allí publicó otros cinco más con la misma editorial; tres de ellos son best-seller's. Fue criada en su casa y su talento fue descubierto por su institutriz, Ann Hamed, quien actualmente es su representante. Tuvo apariciones en programas televisivos como... 
Lo detuve. 
—Conozco mi vida— me recosté un poco en la silla. 
—Es asombroso todo lo que se puede saber de alguien a través de internet— sonrió—. Felíz cumpleaños, por cierto. 
—Gracias— murmuré. 
—¿Pedirá algo?— cuestionó extendiéndome la carta—. Es un regalo. 
Negué igualmente, leyendo por arriba los alimentos que ofrecían. 
El detective dejó salir un pequeño suspiro. 
—Supongo que sabe porqué estoy aquí. 
—Por Inna— asentí. 
—Principalmente— asintió—. Pero resulta que éste internado es mucho más interesante de lo que creí— elevó las cejas—. Y usted me parece una pieza muy importante, en éste y otros casos. 
Sus ojos color café parecieron brillar por un momento. 
—¿Por? 
—Los asesinatos están basados en sus libros, ¿no?— se inclinó hacia adelante—. ¿Tiene alguna clase de trastorno psicológico que no se encuentra en internet? 
Fruncí mi entrecejo. 
—No. 
—El 15 de septiembre falleció un estudiante— se detuvo por un segundo—, y de una forma peculiar, permítame decir. Pero lo más interesante de eso es que usted visitó este internado ese mismo día para confirmar su inscripción— me miró fijamente, esperando alguna reacción, supuse—. 17 de septiembre, primer día de la gran Mía Pepper dentro del internado, segunda muerte dentro del mismo— se mantuvo en silencio esperando alguna clase de participación mía en su monólogo, pero no recibió respuesta así que continuó:— 28 de septiembre, primera fiesta de Mía Pepper, muerte de Inna Pasternaka. 
Bajé lentamente la mirada hacia la carta, para disimular un poco la tristeza. 
—¿Y por esas razones me vas a mandar a la cárcel?— pregunté sin elevar la vista, pero el señor Atrio no me contestó—. Creo que voy a querer un té de manzana. 
Había sonado muy segura de mí, pero realmente solo quería reunirme a llorar con mi hermano. No aspiraba a mucho en mi vida, pero no quería terminar encerrada por delitos ajenos. 
Elevé la mirada, él me contempló y se recostó en su asiento. 
—Usted sabe que si así fuera únicamente me tomaría el tiempo de hablar con usted luego de tenerla tras las rejas— tomó un sobro de su bebida—. Y, aunque podría colocarla ahora mismo como acusada principal, es muy obvio que tiene cosas más importantes que hacer, como escribir un libro de romance, buscar a su hermano o escapar de la presencia de su padre— detuve mi mirada por unos segundos sobre la suya tras oír eso—. Pero realmente la contacté porque sabe todo sobre sus libros, y no me hará desperdiciar tiempo al leerlos. 
—Dicen que no son tan malos— acompañé mi única respuesta con una sonrisa. 
Era obvio que me tenía bien investigada. 
—Seguro también se está preguntando porqué razón ayudarme— volvió a inclinarse hacia adelante—. Seré breve. Yo soy comprensivo y quiero encerrar al verdadero criminal pero, por otro lado, en cuanto su directora no pueda seguir pagando a los medios de comunicación y la información cause pánico, los policías van a querer encerrar a la presa más fácil, y esa es usted. 
—Ya sé—murmuré. 
Levantó levemente su mano para atraer a algún mesero y en cuanto lo logró, pidió mi té junto a un pie. 
—¿Y sabe algo sobre lo que está pasando?— volvió a tomar su bebida. 
—De seguro no más que vos— elevé los hombros. 
—Pero estoy seguro de que sabe que está bastante involucrada, porque no se lo hubiera tomado tan a la ligera en caso contrario— analizó—. ¿El día que nos encontramos estaba buscando pistas, no? ¿Trata de salvarse o realmente está involucrada por fuera de únicamente inspirar? 
Estaba por contarle sobre Emily cuando un deje de miedo apareció en mí al procesar que, quizás, era el asesino intentando saber cuánto sabíamos. 
—¿Por qué tendría que confiar en que es un detective en serio?— me atreví a preguntar, en espera de algo similar a nervios por su parte. 
Sonrió con relajación, tomó su celular y comenzó a teclear. 
—Es tan simple como buscarlo en google— contestó extendiéndome su celular, para que visualizara la pantalla. 

"•Detective privado Renzo Atrio resuelve asesinato en serie que no había vuelto a ser sacado a la luz desde 1967.  

•Homicidio de Valentina Garelli resuelto por Detective Renzo Atrio. 

•Renzo Atrio: el detective privado que llegó para salvar a nuestra generación de los degenerados." 

Elevé la vista del teléfono hacia él y me remojé los labios antes de hablar. 
—Podría estar usando la identidad de ese detective y no serlo— repliqué. 
Expandió su sonrisa. 
—No es nada tonta, le concedo eso— cedió. 
Aún con la pantalla de su celular a mi vista entró a la primera noticia, apareció su foto y, aunque eso pudiera resolver mis dudas, también ingresó a las siguientes para confirmarlo del todo. 
—La jefa del periódico esco... 
—Prefiero dejar el tema de los fallecidos para la oficina— me cortó mirando hacia los costados—. Lo primordial es que usted sepa que no estoy en su contra y que la espero en mi oficina en unos días. No se sabe quienes están escuchando aquí— murmuró. 
En cuánto terminó de hablar llegó la mesera con nuestro pedido. 
— Hacen un buen café— se levantó de su silla y le entregó dinero a la trabajadora—. Nos vemos. 
Me sonrió. 
Suspiré y lo observé alejarse. Con lentitud y seguridad; me encantaría caminar así. 
Me quedé allí por algunas horas. Observando por la ventana, respondiendo a quienes me deseaban felíz cumpleaños, escribiendo algunos párrafos sobre amor en una libreta, tomando un poco de té para relajarme y degustando ese maravilloso pie. Finalmente, cuando mi celular marcó las 19:00, me retiré. 
Mientras caminaba entre los edificios comenzó a oscurecer y las luces automáticas se encendieron, iluminando el camino. Mi celular vibró mientras estaba a tan solo unos metros de mi edificio y, al ver que era mi padre, no me quedó más opción que contestar. 
—No me mandaste los nuevos escritos— fue lo primero que formuló. 
—Los envié. Podés revisar en la carpeta de spam— mentí. 
—Está bien— cedió—. Tu madre te desea feliz cumpleaños. 
—¿Por qué no llama ella?— pedí. 
—Sabés que no le gusta la tecnología— reprochó—. Me tengo que ir. 
—Bueno. Mándale besos— murmuré antes de que me cortara. 
Ingresé a mi edificio en absoluto silencio, la melancolía parecía seguirme y envolver todo a lo que me acercara. Subí los escalones con lentitud, sin apuro. La puerta de mi apartamento estaba abierta, lo que en sí, ya era raro; Liam jamás la dejaba abierta, y yo tampoco. 
En completo silencio y atenta a cualquier estímulo ingresé. 
—¡Celal no puede seguir amenazándonos con eso!— la voz de Nick me sobresaltó, me tranquilizó y me volvió a sobresaltar en cuanto recordé que había invadido la habitación de su hermano. 
Amenazándonos. 
Amenazándolos. 
Amenaza. 
—Si no pudiera no lo estaría haciendo— Nibbas hablaba igual de cansado que siempre, pero como si todo estuviese bajo control. 
¿Debía irme? Debía irme. 
Desde el sofá Liam elevó la mirada hacia mí y de forma sincronizada los dos rubios también. Nibbas dejó su expresión cansada de lado y se mostró irritado, Nick igual de molesto que cuando estaba hablando hace algunos segundos y Liam indiferente, como siempre. 
—¿Podrías irte en vez de ser una maldita chismosa?— Nibbas se levantó del sofá enfadado. 
Observé a Nick, para saber que pensaba, tal vez para que lo controlara, pero tenía la vista en un punto fijo, así que con lentitud, procesando, me volteé. 
—No te vayas, Mía— me pidió Liam.  
Sorprendida regresé mi vista hacia ellos. El castaño se había levantado. 
—Liam— la voz de Nibbas sonó a advertencia. 
—Es su apartamento— mi compañero remarcó el "su" hacia su hermanastro. 
—And what?— el rubio menor dio un paso hacia Liam. 
—This is important— Nick finalmente se dignó a regresar a la realidad. 
—Es su apartamento— repitió el castaño, quizás hasta enfadado. 
—¿No escuchaste a Nick? Esto es más importante que su apartamento. Y en todo caso esta mierda es nuestro internado.  
Nibbas avanzó tanto hacia Liam que estuvieron a solo centímetros y noté que tenían la misma altura. 
—Es su apartamento y tiene más derecho a estar acá que ustedes— replicó mi compañero. 
El hermanastro mayor avanzó hacia ellos y, siendo el más alto, parecía tener el poder absoluto. Los separó un poco. 
—Pero Mía no tiene problema en irse, ¿no? 
Nick volteó hacía mí sonriendo con disculpa y yo negué con lentitud antes de volver a girarme hacia la puerta. Sabía que lo hacía para tranquilizar la situación. 
—Y yo tampoco. 
Con el silencio de la sala podía sentir los pasos de Liam aproximándose a mí. Pero no lo volteé a mirarlo; no lo hice hasta que envolvió su mano en mi muñeca y no pude evitarlo. Él no me miró, solo avanzó con sus ojos ardiendo en llamas y, para no ser arrastrada, lo tuve que seguir. 
No sabía a dónde íbamos, siquiera sabía si íbamos, pero Liam no habló y, como siempre, yo tampoco. 
—Lo lamento— murmuré. 
—No hay nada que lamentar— suspiró. 
Continuamos avanzando. Rodeamos la cuadra de nuestro edificio, luego Liam desenvolvió mi muñeca y guardó su mano en su bolsillo. Seguimos el camino en completo silencio hasta que llegamos al mismo arroyo que había visitado con los periodistas el día anterior. 
Liam avanzó hacia el borde, se sentó allí y se conectó sus auriculares, creí que lo hacía para huir. Avancé hasta llegar junto a él y me senté hecha bolita, apoyando mi cabeza sobre mis rodillas y mirando el arroyo. Así que allí me permití pensar. 
¿Por qué los estaban amenazando? ¿Tenía que ver con la falla? ¿O con el accidente? Nibbas había dicho que tenía relación con los frenos. Comencé a divagar. 
Volví mi vista al arroyo y la detuve en una roca, tan pequeña e insignificante que sentía que debí guardarla en mi bolsillo, para que alguien la cuidara. 
—¿Podrías ignorar lo que pasó?— Liam llamó mi atención. 
Lo miré nuevamente. 
Tarde. 
—¿Ignorar qué?— pregunté estirándome. 
—Lo qué ocurrió en el apartamento. 
Asentí y continué con la vista en el agua. 
—En realidad no le estaba dando mucha importancia— mentí. 
—Mejor— murmuró. 
Lo observé meter una mano en el bolsillo de su chaqueta y luego sacar una cajetilla de cigarros. La abrió, tomó uno, volvió a guardarla y luego lo encendió. Lo miré llevarlo a sus labios, aspirarlo y luego soltar el humo con lentitud.  
—El cigarro es una droga— comenté. 
—Todos sabemos eso— contestó con la vista fija al frente. 
—¿Eso no te hace un drogadicto?— burlé, tratando de relajar nuestro vínculo. 
Soltó humo, volteó muy brevemente su rostro hacia mí y luego me sonrió. 
—¿Por qué viniste?— preguntó tras un pequeño silencio, volteando por completo hacia mí. 
—¿Qué? 
—Aquí, al internado— aclaró. 
—¿Para estudiar?— cuestioné con obviedad, dirigiendo mi mirada al cielo. Ya estaba oscureciendo. 
—¿En septiembre? 
Volví a mirarlo. Tenía las cejas elevadas y una sonrisa que solo indicaba ironía. 
¿Saben? Realmente las personas somos muy fáciles de manipular. Generar un vínculo con alguien es mucho más sencillo de lo que parece y hacerlo confiar en ti aún más. Es cuestión de conocer a la persona. A Liam no lo conocía, y eso era suficiente para saber cómo lograr que confiara en mí. 
Así que elegí decirle. Cuando alguien te cuenta cosas de sí mismo es porque quiere entablar un vínculo, y el castaño probablemente lo notaría hasta de forma inconsciente. Necesitaba vincularme con Liam por dos razones: quería llevarme bien con mi compañero de habitación y, si alguien tenía respuestas sobre Nibbas, era Liam. 
—Hace tres meses publiqué un libro: Could lips. Los lectores supusieron que unos personajes secundarios tenían química, así que se dedicaron a crear el hashtag "#dedóndevinoelamor", hasta hacerlo viral. A la editorial le gustó la idea y me dijeron: "hey, tenés que escribir una buena historia de amor o serás despedida"— hice una voz grave y Liam me sonrió—. Pero nunca sentí ninguna clase de amor. Así que estoy acá, solo para poder escribir un libro. 
Y para escapar. 
—¿Ninguna clase de amor? 
—Ninguna— negué en su dirección, evitando pensar en mi hermano. 
—Que triste— comentó antes de soltar humo. 
—Si no lo conozco no puedo saber si realmente es triste no tenerlo. 
Volvió la vista a mí. 
—Muy cierto. 
—¿Vos sentiste amor?— me atreví a preguntar. 
¿Por qué usar la palabra "atrever"? Era Liam. Cualquier cosa que quisiera saber sobre su vida se sentía como un atrevimiento. 
—Sí— guió el cigarrillo a su boca—. No sé si decir que lastimosamente, o si tuve suerte— elevó los hombros. 
—¿Qué clase de amor sentiste? 
Me miró. 
—Creo que todos, pero el sentimiento siempre parece… nuevo. 
Quitó la vista de mí, yo de él y nos quedamos en silencio. Podía sentir el leve murmullo de su música entre los sonidos de la naturaleza. 
Su cigarrillo se comenzó a reducir y finalmente lo soltó al agua. 
—¡Ey! 
Me levanté y detuvo su mirada en mí. Avancé hacia el lago, me coloqué de rodillas para poder inclinarme, y tomé el cigarrillo con facilidad. 
—¿También cuidas el medio ambiente?— preguntó con humor cuando llegué a su lado, con la vista fija en mí. 
—Sería bastante irónico sabiendo que mi trabajo se basa en dejar que destruyan árboles— lo miré elevando las cejas—. Pero si algunas cosas se pueden evitar, se evitan. 
Guardé el cigarrillo húmedo en mi bolsillo. 
No agregó nada más, yo tampoco. 
Al cabo de unos minutos se recostó en el césped y se sostuvo con sus codos, mantuvo la vista fija en el cielo. Detuve mi mirada en él por algunos segundos y pensé en que había sido nuestra primera vez manteniendo una conversación. 
—Estudiás música— recordé y se volvió a mirarme—. ¿Cantás en algún lugar? 
—En la ducha— rió. 
Le sonreí. 
—¿Y qué esperás ser? 
Me miró con detenimiento tras oír mi pregunta. 
—¿De qué? 
—Ser un cantante famoso, subir covers a las redes, cantar en bares de New York...— le di ejemplos. 
—Siquiera espero llegar a vivir luego de los veintitrés— resumió, frunciendo el ceño hacia sí mismo. 
—Cuando le ponés límites a la vida generalmente aparece algo que la mejora. 
—¿Tú crees? 
Extrañamente no noté ni un poco de ironía en su voz. 
Asentí. 
—¿Entonces qué querés ser? 
—Con ser me conformo— respondió volviendo la vista al cielo. 
Me recosté a su lado y me dediqué a mirar las estrellas, que a penas comenzaban a notarse. 
—¿Quieres escuchar?— llamó mi atención, señalando su celular. 
Asentí y, como respuesta, me extendió un auricular. Lo tomé, me lo coloqué y se recostó a mi lado. 
Una suave voz femenina silenció por completo el sonido de la naturaleza. 
Liam se dedicó a susurrar la canción de principio a fin y yo solo me dediqué a esperar antes de hablar. No podría definir si su voz se me hacía agradable, Liam solo murmuraba y la música sonaba más fuerte que su voz, pero puedo afirmar que en ese momento no fue incómodo, fue relajante. Fuimos paz. 
—Ése es Orión— señalé la constelación. 
—¿Cuál? 
—¿Ves las tres Marías?— señalé las estrellas más brillantes sobre nosotros—. Son su cinturón. 
Lo miré y asintió, dándome a entender que entendía. 
—Y allá está el escorpión. 
—¿Te gusta la astronomía?— devolvió la vista al cielo. 
—A mi hermano. Me llevaba al planetario de pequeña— conté—. La historia de Orión siempre fue la que más me llamó la atención. 
—¿Cuál es? 
—¿No conocés la historia de Orión?— me senté. 
—No— me sonrió, genuinamente me sonrió. 
—En realidad hay muchas leyendas sobre Orión...— aclaré. 
Liam escuchó atentamente cada una de mis palabras, cada una de mis historias. Por primera vez en todo ese caos me sentí realmente en paz y, de repente, mi cumpleaños ya no estaba siendo tan malo. 
Ese día lo miré por primera vez y de ahí no se sale. 
 



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En el texto hay: misterio, internado, romance

Editado: 01.06.2022

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