—Es precioso. Vas a estar muy guapa.
Entonces, la futura novia se quitó la mano de los ojos, entró en la
habitación y, después de dar unos pequeños saltitos, muy típicos de ella,
comenzó a chillar.
—¡Me encanta, me encanta! ¡Oh Diossssssssss, voy a estar
guapísima!
—Sin duda —sonrió Ana, a quien si algo la diferenciaba de su
hermana era el egocentrismo.
Incapaz de contener la alegría, la joven siguió saltando, hasta que
volvió a decir:
—¿Te he dicho ya que me encanta, me enloquece y que adoro mi
vestido de Balenciaga?
—Sí.
—Stephanie y Myrian se van a morir de celos cuando lo vean.
Ana asintió. Esas chicas eran las mejores amigas de su hermana, unas
muchachas tan pijas y superficiales como ella, a las que sólo les interesaba
estar guapas, la moda y los hombres. Por ese orden.
—Ven..., tócalo. ¿A que tiene un tacto increíble?
—Sí, increíble.
—Y mira el velo. ¡Ohhh, voy a estar espectacular con el velo!
Durante más de veinte minutos, Lucy gritó y saltó ante su vestido de
novia mientras Ana, sentada en la cama, escuchaba y disfrutaba de aquella
locura. Lucy era escandalosa y, en ocasiones, estresante, pero sabía que
cuando se separaran incondicionalmente la echaría de menos. Cuando por
fin la futura señora Edwards se tranquilizó, se sentó junto a su hermana y
preguntó:
—Pato, ¿vas a arreglar las cosas con Warren?
—No.
—¡Caray!, debes hacerlo.
—No —respondió Ana con rotundidad—. Y no vendrá a la boda. Se lo
he prohibido.
Con los ojos como platos, Lucy exclamó:
—¡Mamá se pondrá furiosa cuando lo sepa! Adora a Warren y...
—Mira, Nana, lo nuestro se acabó. Y por mucho que mamá adore a
Warren, no es ella quien lo tiene que soportar. —Y mintiendo, se rascó la
oreja mientras decía—: Ambos estamos de acuerdo en romper nuestra
relación, y no quiero verlo.