—Vamos a ver..., piensa —insistió Lucy—. Warren es guapo y tiene
una posición de escándalo, y...
—Warren no es lo que yo quiero en mi vida, Nana —suspiró su
hermana, molesta.
—Pero él y sus padres son amigos de toda la vida y...
—Espero que lo sigan siendo, aunque yo no quiera volver a verlo —
aclaró—. Y por favor..., ayúdame a que los papis lo entiendan, aunque,
bueno, ya cuento con el histerismo de mamá.
—Pero ¿qué ha pasado? ¿Qué ha ocurrido para que rompas con el
guapísimo Warren?
—Nana —dijo Ana, clavando los ojos en ella—, no quiero hablar de
eso.
Lucy abrazó a su hermana. Era la mejor, a pesar de que muchas de sus
amigas la considerasen un bicho raro porque no le gustara el rosa ni ir a la
peluquería todos los días.
—Vale, soy una pesada. —Ana, por fin, esbozó una sonrisa, y
entonces Lucy le preguntó—: ¿Cuándo piensas contarles a papá y mamá
tus planes?
—No lo sé.
—¡Jopelines, Patoooooooooooo!
—Es que no encuentro el momento y no quiero jorobarte la boda.
—Tienes que decírselo ya. Mañana me caso, me iré de viaje de novios
y no estaré aquí para apoyarte.
—Lo sé.
Ana sonrió de nuevo. Adoraba a su hermana aunque no tuviera nada
que ver con ella y su manera de ver la vida. Pensó en decirle la verdad
sobre Warren, pero al final decidió ahorrarle el sufrimiento.
—Debes decírselo hoy.
—Vale, vale...
Lucy la miró y asintió.
—No te preocupes, Pato; lo entenderán, seguro. Mamá nos deleitará
con uno de sus numeritos histéricos llenos de hipos y expresiones como
«qué dirán», pero papá te comprenderá y la calmará. Ya lo verás.
—Eso espero. —Y tras mirar de nuevo el vestido de novia, preguntó
—: ¿Estás segura de que Christopher es el chico de tu vida?
—Sí, segurísima.
Christopher Edwards, su futuro cuñado, no era objeto de devoción de