Melodía de Verano

Capítulo 1

La directora de la facultad de artes aparece en el escenario del auditorio y se hace silencio en la sala, pese a los aproximadamente 200 alumnos sentados en las butacas.

—Jóvenes, como ya saben, ha concluido ya el segundo año, y como es lógico, deben elegir un camino para enfocarse el resto de su vida como universitarios.

Se escuchan algunos aplausos y vitoreos aislados así como cuchicheos.

—Sé que les entusiasma poder dedicar su tiempo completo al área de su preferencia, sin embargo, es importante mencionar algunas partes técnicas, a fin de que el proceso se lleve a cabo de la mejor manera posible.

Muchos de mis compañeros saben desde que ingresaron en qué arte se quieren especializar; otros cuantos lo fueron descubriendo a lo largo de estos dos años. Yo, como es de suponerse, no tengo ni la más remota idea de es lo que más me gusta.

He convivido prácticamente toda mi vida con todas las artes, y la verdad es que todas me gustan; sin embargo, no me gusta cómo me es enseñada desde hace algunos años, por lo que tampoco me entusiasma mucho decidir. Siento que sería como firmar una sentencia.

—Pese a que algunos de ustedes han tomado ya una decisión, no todos lo han hecho. —prosigue la directora. —Es por ello que el periodo para firmar definitivamente su futuro se extiende hasta después de las vacaciones de verano. No obstante, se hará una lista tentativa terminando esta junta, por lo que tienen el resto del día para pasar a mi oficina e indicar su área de interés. Y los que no sepan, tranquilos, aún tienen un par de meses para decidir.

La junta sigue con un par de especificaciones y presentaciones de algunos profesores de cada área, a fin de que conozcamos cada una de las opciones que tenemos.

 

♫♫♫

 

Caminando por los pasillos al salir del auditorio, coincido con Lucía. Es lo más parecido a mi mejor amiga, pues es una de las pocas personas con las que he podido entablar una conversación de tanto en tanto. 

—¡Eh! ¿Qué tal el año, Elisa? —dice mientras se acomoda el cabello rubio detrás los hombros.

—No me quejo… ¿Qué tal el tuyo? Escuché que tu exposición fue todo un éxito. Felicidades.

—¡Gracias! Aunque no te vi por ahí…

—Sí, bueno, estaba-

—Ocupada…. —me interrumpe con una sonrisa. —Lo sé. Deberías descansar un poco. Aun así, me hubiera gustado que fueras.

—Iré a la próxima, lo prometo. —le digo mientras la miro con una sonrisa. Corresponde el gesto y se detiene.

—¿Tienes algo que hacer en este momento?

—Evitar la oficina a toda costa.

—Las listas, ¿huh?

—Si…

—¿Te apetece ir a la cafetería? Han terminado las clases, pensé que podríamos tomar algo mientras nos ponemos al tanto de la otra, ahora que no tendrías por qué estar tan ocupada.

—Claro.

 

♫♫♫

 

—Supongo que ya has te has anotado en fotografía, ¿no?

—Sí, desde que terminó la presentación. ¿Tú no tienes idea de qué quieres?

—La verdad es que no.

—Ya veo… ¿Sabes? Santiago es mayor, y tal vez puede ayudarte.

 

Supongo, que ya se había tardado en mencionarlo. Lucía es lo más cercano a una hermana que he tenido, y honestamente me gusta platicar con ella, pero la historia con su hermano mayor es… complicada. Lucía y Santiago han estado presentes en mi vida desde hace muchos años, pues sus padres y los míos son amigos y socios.

Cuando éramos muy pequeños, solíamos jugar juntos, pero en cuanto mis padres decidieron que la heredera del viñedo debía convertirse en una dama y se obsesionaron porque tomara tantas clases, cada vez hubo menos tiempo para convivir. A diferencia de mis padres, los señores Dacosta los dejaban elegir sus clases vespertinas y se podían salir de una para poder probar otra.

Santiago es 4 años mayor, y con ese cabello rubio siempre bien peinado y las pecas sobre su cara, podría ser la ensoñación de cualquiera. Mientras crecíamos, a pesar de no pasar tanto tiempo juntos, lo miraba con un rubor permanente en mis mejillas.

Al crecer, cuando Santiago alcanzó la edad suficiente como para dejar de temer a las niñas (como todo buen hombre), comenzó a acercarse más a mí.

Nos volvimos muy amigos, y de vez en cuando nos escapábamos por la noche al lago que queda entre su casa y la mía, simplemente para contarnos historias y reír a carcajadas. Con él me sentía libre, pues no necesitaba mantener la compostura ni las apariencias.

Al cumplir los 15 años, se convirtió en dueño de mi primer beso, y comenzamos una especie de relación a escondidas, pues mis padres pensaban fervientemente que no debía involucrarme sentimentalmente con ningún joven hasta que mi futuro estuviera decidido. Pese a ello y a mi falta de tiempo, Santiago y yo encontrábamos tiempo para nosotros; principalmente con ayuda de Lucía.

Mientras pasaban los años, Santiago y yo nos distanciábamos cada vez más, a la vez que él se involucraba más en la relación entre nuestros padres. Opinaba más acerca del negocio del viñedo y las inversiones, y cuando nos veíamos en las cenas ocasionales de negocios, no intentaba siquiera que nos desapareciéramos un rato, como era costumbre.



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En el texto hay: musica, romance, amor de verano

Editado: 22.03.2020

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