Me dirijo a casa y, al llegar, todo parece estar en calma.
«Como de costumbre.»
Las personas que ayudan con la limpieza y el jardín me saludan mientras estaciono el automóvil. Todos han sido siempre muy amables, y han estado presentes cuando mis padres salían de casa.
—¡Señorita, qué alegría verla! —dice el mayordomo al abrir el gran portón de madera de la entrada principal.
—Hola, Antonio. ¿Qué tal su mañana?
—Bastante tranquila. —responde el hombre mientras rasca su blanquecina cabellera. —¿Qué tal el último día de clases?
—Haciendo travesuras como siempre. —río mientras frunce el ceño y se pierden sus ojos entre sus ya presentes arrugas.
—Niña Elisa, no cambia.
—Es broma, Antonio. Yo siempre me porto bien. —le digo con una sonrisa. —¿Están mis padres en casa?
—En el despacho.
—Gracias.
—¿Le digo a Jazmín que le prepare algo?
—No es necesario, almorcé en la universidad.
—De acuerdo. Si necesita algo, llámeme.
—No se preocupe, puede ir a descansar. —el dulce anciano asiente y se retira.
Subo la escalera alfombrada y después de dar un par de vueltas por los corredores, entro a la oficina de mis padres.
—Buenas tardes.
—Buenas tardes, Elisa. —saluda mi padre sin despegar los ojos de la computadora.
—Hija, ¿qué tal la escuela? —dice mi madre un tanto más efusiva.
—Bien.
«Si supieras...»
—¿Sólo bien? Pensé que estarías más emocionada. Cuéntanos. ¿Qué firmaste?
«Diablos. Estoy frita.»
—A decir verdad, yo... —trago saliva —...no he firmado. —agrego en un susurro.
—¿Cómo dices?
«Un padre no asesinaría su única hija, ¿no?»
—No he firmado.
—¿Crees que es un chiste? —dice mi padre antes de que pueda balbucear nada. —¿Te parece correcto que TÚ, siendo quien eres, te des el lujo de hacer ese tipo de tonterías?
No respondo nada, y desvío la vista al suelo.
«Aquí viene de nuevo…»
—¡ERES UNA VILLAMAR, ELISA! ¡DEBES COMPORTARTE COMO TAL! —vocifera al tiempo que se levanta del escritorio. —No he gastado la mitad de mi fortuna intentando que seas alguien en la vida como para que la única vez que puedes, y debes, tomar una decisión por ti misma, lo tires todo a la basura.
No levanto la mirada del suelo.
—Elisa, hija, ¿por qué no lo has hecho?
—Yo, realmente no me siento feliz en ninguna de las clases. No son las áreas como tal, me encanta todo; sin embargo, la forma en que las enseñan es aburrida. El arte no debería ser así. El arte debería ser menos cuadrada y gris.
—Deja de decir estupideces, Elisa. Es la escuela de artes más cara de toda España. Creo que saben lo que hacen, a diferencia de ti.
—Padre, por favor. Ya he hablado con la directora. Ella me ha dado hasta el final del verano para decidir.
—¿Sabes lo que pasaría si la gente se llegara a enterar? “La hija de los Villamar no puede tomar decisiones por sí sola”. Nadie te tomaría en serio al frente del viñedo.
—Pero papá…
—Retírate a tu alcoba. A las 8 es la cena con los inversionistas en el Grand Palace, así que espero que por lo menos seas capaz de tomar la decisión de cómo vestirte apropiadamente.
Salgo del despacho sin decir palabra. Ha sido peor de lo que imaginaba. Supuse que ni siquiera recordarían que hoy era el día de firmas, pero creo que los subestimé.
Mi padre nunca ha sido el padre más cariñoso, ni cuando era niña, pero con el pasar de los años, se ha vuelto más frío, y su apellido ha pasado a ser lo único que le interesa. Nunca me preguntó si yo quería tomar alguna de esas clases, o si en el día me ha ido bien. Parecerá triste, pero ya estoy más que acostumbrada.
Mi madre, es la mano derecha de mi padre, y aunque nunca los he visto con algún gesto romántico, creo que se complementan bien. Ella siempre ha sido más expresiva y alegre, pero tampoco ha sido la madre más presente.
Es por ello, que, en mis pequeños ratos libres de la infancia, me encontraba en la cocina, mientras Jazmín, me dejaba comer la masa de galletas de la cuchara. A veces, ayudaba a los jardineros a plantar un par de flores, y luego, Esther, mi nana, me ayudaba a limpiar antes de que mis padres regresaran. Antonio me contaba historias que relataban comúnmente en el pequeño pueblito en el que creció. Y claro, a veces jugaba con Lucía y Santiago por el lago y el viñedo.
En fin, pese a mis padres y a mi horario, tuve una buena infancia. A veces me gustaría regresar a esos días. La vida era un tanto más sencilla.
Al llegar a mi habitación me recuesto sobre la mullida cama y miro el techo con la mente en blanco, perdida entre los focos navideños hasta que me quedo profundamente dormida.