«¡Dios! ¡Pero qué dolor de cabeza!»
Levantarme de la cama parece toda una odisea, y la luz que entra por la ventana se siente como un millón de dagas que se dirigen a mi cabeza.
—No vuelvo a beber así, eso es seguro. —me digo a mi misma.
Anoche, después de la discusión con Santiago, seguí bebiendo con Lucía, y su chofer la llevó a casa. Ella se encontraba en un estado más inconveniente que yo, por lo que pude manejar y entrar sigilosamente y por mi propio pie sin que mis padres se enteraran.
Le pido a mi nana un jugo de naranja y saco de mi cajón una aspirina. Ayer fue un día de locos, pero me hizo darme cuenta de muchas cosas.
Realmente nunca he tomado unas vacaciones. Al menos no unas vacaciones de verano largas, como deberían ser. Debido a las clases constantes y al trabajo de mis padres, sólo nos tomamos una semana. Y me puse a pensar (pese a que tenía más etanol que sangre en mis venas), que necesito un tiempo para mí misma, lejos de todo y de todos, especialmente con Santiago en la casa vecina.
Enciendo el portátil y me dispongo a buscar la información que necesito si quiero que mi plan funcione.
La perseverancia es más poderosa que la resaca.
♫♫♫
Me dirijo a buscar a mamá en su estudio. Sé que si le planteo a ella la idea, es más factible que mi padre entienda la situación y esté dispuesto a escucharme sin discutir.
—¿Madre? —digo al abrir la puerta lo suficiente como para que mi cabeza quepa. Mi madre aún está en su camisón, sentada en un sillón, mientras lee el periódico.
—Pasa, Elisa. Buenos días. ¿Dormiste bien?—dice mientras deja el papel a un lado.
—Sí.
«En realidad casi me muero»
—¿Tú?
—También, gracias. Anoche te desapareciste un buen rato. ¿Dónde estabas?
«Intentando beber lo suficiente como para ver elefantes rosas en lugar de escuchar las gilipolleces de Santiago y mi padre que se repetían incesantemente en mi cabeza»
—En el jardín, charlando con Lucía sobre los viejos tiempos.
—Me agrada que a pesar de haber crecido, intenten seguir siendo tan amigas como cuando eran niñas.
—Sí, a mi tambien.
«Respira, Elisa. Díselo.»
—Oye mamá…
—Dime.
—Me puse a meditar, y papá y tú tienen razón. Necesito tomar mis propias decisiones. —Trago saliva y la miro. Ella parece esperar a que termine la idea, así que no dice nada. —Anoche me puse a pensar, y la verdad es que considero que no he tenido tiempo suficiente para intentar hacerlo.
—¿A qué te refieres?
—Desde pequeña, he tenido clases a todas horas, todos los días, y pues, pensé que tal vez, dado que ha empezado el verano, podría tomar unas vacaciones. Ya sabes, sin ir a clases extras y todo eso. Y tal vez así tenga la cabeza más fría y podré elegir lo que realmente me gusta más.
—Suena lógico.
—Es sólo que, pensé que podría… irme.
—¿Irte? ¿Sola?
—Bueno, papá y tú tienen que quedarse a administrar el viñedo, y realmente me gustaría regresar hasta que comiencen las clases en la universidad. Además, creo que podría ayudarme a ser un poco más independiente.
—¿Has pensado a dónde quieres ir?
—Malta.
—¿Malta? Pensé que dirías Francia, o algo así.
—Malta es un país pequeño, es más tranquilo, y siento que eso me ayudaría a no distraerme. Además tiene mucha historia y arte, y me resulta interesante. He encontrado unos pequeños departamentos en renta por el verano. Están justo en el centro de la capital, así que es una ubicación estratégica.
—Ya veo… —me mira pensativa y no puedo descifrar su mirada. —Está bien.
—¿D-de verdad?
«No me lo creo»
—Por supuesto. Me has demostrado que realmente es algo que quieres hacer. Y creo que te mereces unas vacaciones en forma. Si no es la escuela, son clases por fuera, definitivamente mereces un descanso. Tranquila, yo hablaré con tu padre.
—¡Muchas gracias, mamá! —la abrazo con lágrimas en los ojos.
—Anda, ve a arreglar lo del departamento, yo me encargo de tu padre.
Salgo extasiada de la habitación y me dirijo a mi habitación para preparar todo.
«Malta, ¡allá voy!»