Caminamos al departamento y saca las llaves para abrir la puerta por la que vi entrar a Matteo hace un par de días.
—¿Qué hacía Matteo aquí?
—Vino a pedirme que diera su clase, tenía que salir a resolver algunos asuntos.
—¿Por qué no te lo pidió por teléfono?
—Porque necesitaba explicarme lo que sigue en su itinerario de clases.
«Un pregunta menos... Creo...»
Entramos a su departamento y en la estancia hay un piano de madera bellísimo. Toma asiento en el sofá doble color vino y me siento en el sofá individual frente a este. Me mira y una vez más, suspira pesadamente.
—Te contaré, aunque posiblemente te niegues a ayudarme por lo patético que te voy a parecer.
—Prometí ayudarte, pero no puedo hacerlo hasta saber qué es lo que te aflige tanto.
—De acuerdo. Verás, crecí en Londres, en una familia pequeña. Tengo un hermano, un hermano mayor. Mi padre solía compositor, y trabajaba con una de las orquestas más importantes de Inglaterra. Eso fue hasta que… hasta que murió de un infarto.
Al morir, mi madre, maestra de danza de una pequeña academia, tuvo que conseguir un empleo extra para poder mantener a los dos niños que habían quedado a su cargo. Y aun así no teníamos mucho dinero.
Mi madre, sin embargo, nunca dejó de sonreír, y nos enseñó a bailar tanto a mi hermano como a mí, de ahí que doy clases aquí; he bailado prácticamente desde que tengo memoria.
En el colegio no tenía realmente muchos amigos, pues para un niño de 7 años sin padre, no me era fácil abrirme a las personas, y pues los niños pueden ser muy crueles a veces… Las personas veían extraño que un chico bailara. Mi hermano lo ocultó durante varios años, al menos hasta que llegamos al bachillerato, cuando como era de esperarse, lograba que las chicas murieran por él.
No todo fue tan triste… Un amigo de mi padre me enseñó a tocar el piano. Lograba que me sintiera cerca de él, que sintiera que seguía con el legado que había dejado. Mi hermano se negó a ello debido a que se sentía muy triste cada vez que siquiera lo pensaba.
Al cumplir los 19 años, entré a la Universidad de Música con una beca. Mi hermano, por otra parte, entró a una universidad de artes, donde estudió danza. Es un bailarín muy aclamado por profesores, compañeros, y personas del ámbito artístico. Se graduó con los mayores honores posibles para un bailarín. Para mi madre, él siempre fue lo máximo. Yo… quería ser como él, quería que me miraran, y por unos años así pareció. Era apreciado por mis compañeros, tenía algunos amigos, y los profesores consideraban que mi talento era innato, sin embargo… todo cambió cuando hablaron sobre la titulación.
Para poder titularme, era necesario componer una pieza; una pieza única que pudiera lograr poner a todo un auditorio de pie. Podría sonar sencillo, para alguien que lo lleva en la sangre, pero ese es precisamente el problema…
No logro hacerlo…
—¿Cómo es eso posible?
—A lo largo de la carrera escribí muchas canciones, pero ninguna es lo suficientemente buena… Y ahora me resulta imposible componer algo que siquiera sea decente. Mi padre compuso melodías espléndidas, pero yo… No puedo… Me resulta difícil, y nunca son tan buenas como las que compuso él… Decidí poner mi carrera en pausa y buscar inspiración en otro lugar, alejado de la decepción de todos aquellos que creyeron en mí… ¡Quería lograr algo monumental! ¡Que mi madre se sintiera orgullosa de mí! —se lleva la cabeza a las manos. —Pero soy un fraude…
—Aiden… creo que eres muy duro contigo mismo. —le digo sinceramente.
—Es verdad. Llevo 8 meses aquí, próximamente 9, y sigo sin poder terminar esa canción. Jamás lograré ser como mi padre. Todas las tardes que estaba en la biblioteca, como aquella vez en la que nos conocimos, trabajaba en las notas, escribiendo y borrando una y otra vez, como desde el día en que llegué aquí. No he hablado con mi familia en todo este tiempo… Nadie aquí sabe realmente por qué he llegado a Malta, o cuál es mi propósito. Me siento avergonzado de mí mismo.
Me levanto y me pongo de rodillas frente al sofá. —Hey, mírame. —Levanto la cabeza del inglés con la mano en su barbilla. Este me observa con gran tristeza en sus almendrados ojos. Sé que le duele. Incluso yo siento una opresión en el pecho que no puedo explicar. Un niño tan pequeño teniendo que pasar por todo ello… —Eres tal vez el pianista más talentoso que he escuchado en toda mi vida, y he conocido muchos. El problema es que no has encontrado tu voz. Estás atrapado queriendo ser alguien que no eres, y no te has dado cuenta de que no lo necesitas. Te ayudaré a terminar la canción, y te prometo que haré hasta lo imposible para que veas el maravilloso talento que sólo tú llevas dentro.
—Yo.. no sé qué decir.
—No tienes que decir nada. Y sé que ha sido difícil contármelo, pero te agradezco la confianza. Es una pena que hayas pasado por tanto.
Sin tener control de mi cuerpo, me levanto y tomándolo de las manos, lo levanto junto conmigo. Y le doy un abrazo. Parece que lo tomo desprevenido, pero después de unos segundos, me corresponde el abrazo.
—Gracias.