—¿Elise? ¿Qué haces aquí? —pregunta el inglés confundido al verme tan temprano en la puerta de su casa. Su voz es ronca y rasposa. Su cabello está alborotado y lleva una camiseta gris y un pantaloncillo. Claramente lo he despertado.
—Vine por ti para ir a la playa. —respondo sonriente, intentado reprimir cualquier rastro de la adolescente alborotada que sale de mí en situaciones como ésta.
—¿No vamos a componer?
—Dije que te ayudaría, pero necesitas un descanso.
—Pero… —levanto la mano indicando que pare.
—No aceptaré un no como respuesta.
—¿Te había dicho ya que estás chiflada?
—Creo que sí.
—Bien, porque lo estás. Pero así me agradas. —Sonríe y va a su recámara. Entro y me siento en el sofá. Después de unos minutos, Aiden sale con gafas de sol, una camiseta sin mangas (que empiezo a creer que le molan) y un bañador azul. Trae consigo una mochila y me da la mano para levantarme y salir por la puerta.
Antes de llegar a la playa pasamos a un pequeño café a desayunar.
—¿Por qué la playa? —me pregunta mientras nos sentamos.
—Me da la impresión de que estás atrapado entre la canción y el trabajo. La playa de aquí me resulta espectacular, así que pensé que podría resultar relajante.
—Pues sí, hace mucho que no voy.
Pedimos algo ligero y el mesero se retira.
—¿Y bien?
—¿Qué cosa?
—No me has contado tu historia.
—¿De qué hablas?
—Bueno, te conté la mía, es justo que me cuentes la tuya.
—Mi vida no es interesante.
—Elise, por favor. —sonríe e imito el gesto.
— Bien... ¿Qué quieres saber?
—Todo. ¿De dónde eres? ¿Por qué has venido? ¿Tienes hermanos? ¿Por qué tomas las clases? ¿Cómo es que sabes hacer tantas cosas? Lo que sea.
—Bueno, soy de Madrid. No tengo hermanos. Mis padres trabajan en un viñedo. Malta me resulta bello y nunca había tomado vacaciones de verdad, por lo que decidí que sería una buena ocasión para venir.
—¿Nunca habías tomado vacaciones?
—No. Mis padres se encargaron de sobresaturar mi agenda desde que aprendí a caminar.
—¿Con clases de música y baile?
—Entre otras cosas.
—Define “entre otras cosas”.
—Pintura, teatro, idiomas, fotografía y literatura… —digo ligeramente avergonzada.
—¡QUÉ! —exclama realmente sorprendido.
—La situación es que al trabajar en el viñedo, querían que me convirtiera en el ejemplo claro de “señorita de sociedad”.
—Espera, —me interrumpe. —¿trabajan en el viñedo o son dueños del viñedo?
—Lo segundo. —respondo por lo bajo.
—Ya veo…
—Pero en muchas ocasiones resulta muy molesto. Todas esas juntas con personas frívolas y falsas, es un verdadero fastidio. Me preocupa que al estar al frente del viñedo me vuelva como ellos. —le digo sinceramente.
—No lo creo. Al menos no me das esa impresión. —responde mientras me mira con una sonrisa muy dulce.
—Gracias, Aiden.
—Sólo una pregunta más respecto a tus padres. Si vas a heredar el viñedo, ¿por qué meterte a clases de arte?
—Mis padres creen que para poder encontrar inversionistas y tener éxito en las juntas de socios debo ser una “dama”. —respondo con ironía. —En cuanto a la parte administrativa, mi padre me ha dado algunas clases de contaduría y finanzas. El manejo del viñedo lo he visto toda mi vida, pues es de lo único que habla. Además, de niña, en mis minúsculos ratos libres, jugaba en el viñedo, y algunos de los empleados de mi padre me mostraban cómo se cultiva, el riego, el tratamiento, la poda, en fin…
—De acuerdo… ¿Y por qué la clase de baile?
—Estoy en el segundo año de la universidad, y se supone que debería elegir lo que más me gusta, pero no tengo idea. Parte de la razón por la que estas son mis primeras vacaciones es porque pedí alejarme durante el verano para poder tomar una buena decisión por mi cuenta. La clase de baile es para probar un estilo de enseñanza distinto del que estoy acostumbrada.
—¿Y bien?
—¡Me encantan tus clases! Es decir… —carraspeo un poco —me agradan. Tus clases me agradan.
Suelta una pequeña risita, y creo que es posible que se haya sonrojado un poco.