Llegamos a la playa después de haber desayunado. Nos dirigimos a una zona con poca gente, y extiendo una toalla en la arena, cerca de una palmera a fin de tener un poco de sombra. Aiden hace lo mismo y la coloca a mi lado. Saco mis gafas de sol y me las pongo.
—Hey, ¿podrías ayudarme? —dice mientras sostiene una botella de bloqueador solar. Sus dientes se asoman formando una pícara sonrisa.
—Qué conveniente… —respondo sarcásticamente casi en un susurro.
Se pone de pie y se levanta la camiseta dejando a relucir su tonificado torso.
«Santa... madre...»
Se sienta en mi toalla, de espaldas a mí, y es en ese momento en el que me doy cuenta de que tal vez esta ha sido la peor idea que he tenido en mis 21 años de vida.
«Me gusta la tortura, no encuentro otra explicación. Es eso o que soy imbécil. Y no sé cuál de las opciones es peor.»
—Elise… ¿todo bien? —dice con evidente tono de burla.
—Si. No podía abrir la botella… Pero ya lo resolví.
Comienzo a ponerle el bloqueador y miro hacia la arena mientras lo hago. No sé porque me da tanta vergüenza, pero no puedo evitarlo. Los músculos de su cuello están demasiado tensos. Supongo que tiene que ver con su evidente estrés.
Termino después de mi auto sabotaje y Aiden se gira.
—¿Te ayudo?
—Claro. —respondo no muy segura.
Me quito la camiseta que llevo sobre el bikini color blanco y Aiden ni se inmuta. Odio admitirlo, pero me lastima un poco su falta de interés.
♫♫♫
Ha pasado alrededor de hora y media desde que hemos llegado, y Aiden se ha quedado profundamente dormido escuchando música a través de sus audífonos. Yo he acabado un libro que estaba leyendo hace unos días.
De pronto, el inglés se despierta.
—Buenos días. —le digo con una risa.
—Buenos días. —responde mientras se estira. —¿Sigues leyendo?
—No, ya he terminado.
Se estira y se sienta sobre la toalla.
—Levántate un segundo.
—¿Por qué?
—Sólo levántate, Elise.
—De acuerdo…
Me levanto confundida y veo que también se levanta.
—Cierra los ojos.
—Aiden…
—¡Vamos! Confía en mí.
Cierro los ojos no muy segura y en un instante siento como soy levantada como saco de patatas. Sólo escucho las carcajadas del inglés de fondo.
—¡Bájame!
Comienza a correr en dirección al mar y pese mis pequeñas pataletas en su pecho, no me baja. En cambio, sigue riendo, por lo que me contagia y también río. Entramos al mar y me pone de nuevo de pie.
—¿Por qué has hecho eso? —le digo a media sonrisa mientras lo salpico.
—Pensé que sería divertido.
Pasamos un rato en el mar jugando y conversando. Ha estado tan alegre que no puedo evitar pensar que me gustaría seguir siendo la causa de sus sonrisas.