Entramos por una puerta de estilo medieval y entramos a un jardín precioso. Los muros son de piedra, con una larga y sinuosa enredadera en el costado. Los bordes de ventanas y puertas color azul turquesa, resaltan y contrastan en su justa medida con el resto de la fachada. Al centro se encuentra una fuente pequeña color arena. En conjunto la escenografía es etérea.
Cojo mi cámara y tomo algunas fotografías. Aiden deambula concentrado en la arquitectura y no puedo evitar querer capturar aquella imagen del inglés perdido en sus pensamientos. De pronto se gira y sonríe al darse cuenta de mi fechoría. Logro capturarlo con la cámara y miro los resultados en la pantalla mientras se acerca.
—Vaya…
—¿Qué pasa? —responde intrigado.
—Incluso puedo lograr que tú te veas decente. Debo ser muy buena tomando fotografías. —le digo aparentando seriedad y me empuja ligeramente con el hombro mientras ambos sonreímos.
—Déjame ver. —se coloca a mi lado y acerca su rostro al mío lo suficiente para poder observar las imágenes con claridad. —¿Bromeas? ¡Luzco encantador!
—Sí, claro. —respondo sarcásticamente. —Lo que te ayude a dormir por las noches.
—Bien, mi turno. —dice al momento en que toma la cámara y me la quito del cuello.
—De acuerdo. Aquí te espero.
—¿Qué? ¡No! Colócate ahí. —me indica divertido.
Sería estúpido negar que me da un poco de vergüenza que me tome una fotografía. Y no, no tengo 15 años, pero así son las cosas.
—Pero…
Aiden comienza a tomar fotografías mientras intento cubrirme con las manos. Ambos reímos y finalmente me obliga a ir donde la enredadera.
—Bien, sonríe. —me indica amablemente. Sonrío, pero la vergüenza es tal que dirijo la mirada al suelo. —Listo. ¿Quién diría que soy tan buen fotógrafo? —alardea mientras me acerco a mirar las fotografías en la pantalla.
—Debo admitir que salieron bastante bien.
—Ven. —Me quita la cámara y se acerca un poco más para tomar una fotografía de ambos. Lucimos muy sonrientes y no puedo negar que me ha alegrado mucho tal gesto.
♫♫♫
Hemos caminado durante varios minutos en las pequeñas calles de Mdina, entrando de tanto en tanto a las diferentes tiendas de artesanías que se encuentran en el camino. Almorzamos en una cafetería sumamente acogedora. Faltan apenas unas horas para la clase y es tiempo de volver a la Valeta.
—Entremos a esta tienda antes de irnos. —asiento y lo sigo dentro.
La tienda tiene diferentes objetos hechos de cristal, que es uno de los principales materiales que se trabajan en esta región. Animales, relojes, marcos y vajillas de todos colores adornan en lugar. Los rayos del Sol que entran por la puerta juegan con las diferentes tonalidades, creando un mar de colores brillantes en las paredes.
—Mira este. —dice el inglés sacando de mis pensamientos a la vez que señala un pequeño piano de cristal.
—Deberías llevar uno, es lindo.
—No… llevaré dos. Y uno es para ti.
—No hace falta que…
—Elise, quiero hacerlo. —sonríe y sé que no puedo discutir con él.