La cabeza de Aiden yace sobre mi regazo mientras se cubre el rostro con las manos. Después de lo ocurrido, la clase transcurrió con normalidad. Aiden dijo que lo ayudara con algunas parejas, quienes antes de iniciar me daban sus buenos deseos o me decían que hacía que Aiden luciera más feliz. Realmente la actitud de todos ellos me hizo sentir mejor con respecto a lo nuestro, y mi humor regreso a ser tan bueno como antes de que iniciara la clase.
No se puede decir lo mismo del inglés.
Al finalizar, Angele se acercó y se ha disculpado con Aiden, quien le respondió que no había nada de qué disculparse, pues ella no es responsable de los actos de Matteo. Me dio un fuerte abrazo y me dijo que intentaría hablar con él nuevamente, especificándole que “no puede ir por ahí comportándose como un niño demente al que le han quitado su jodido juguete”.
No quiero ni pensar en qué más va a decirle, pero le agradezco su apoyo.
Aiden y yo fuimos los últimos en salir, y tomados de la mano y en silencio, con algunos suspiros pesados de tanto en tanto por parte suya, llegamos a casa. Lo invité a pasar y simplemente entró conmigo.
Desde entonces lleva recostado sobre mi regazo sin decir palabra.
—Hey, ¿todo bien?
—¿Crees que me he comportado como un salvaje?
—¿Es eso lo que te aflige?
—No quiero que pienses que he perdido los estribos, ni que soy un hombre celoso, en lo absoluto, es sólo que no sé cómo hacer esto. Soy muy nuevo en este tema. —dice quitando las manos de su rostro y mirándome fijamente con el ceño fruncido.
—Tranquilo, sé que no ha sido culpa tuya.
—En verdad bailo contigo porque siento que haces mi clase más sencilla. Con Penny debía detenerme en algunos movimientos, pero a ti te sale tan… natural. No lo sé. No bailo contigo por considerarte de mí propiedad, jamás pienses eso. La forma en la que lo hizo ver Matteo... Dios, me ha hecho sentir que me he comportado como un cabrón posesivo.
—Ni siquiera lo pensaría. Sé quién eres. Me quieres por lo que soy, y eso es mucho más de lo que alguna vez hubiera siquiera imaginado.
Aiden se levanta y me da un beso en los labios. En un inicio es suave, pero aumenta su intensidad conforme pasa el tiempo.
Como por inercia paso una pierna a un lado suyo, y me siento sobre sus piernas. Me toma de la cintura y sus manos acarician suavemente la piel que se asoma por debajo de mi sudadera. Mis piernas abrazan sus caderas y sosteniéndome con una mano se levanta y se dirige a la habitación que no utilizo.
Cierra la puerta y me encuentro con la espalda pegada a ella. Sujeto a Aiden del cuello y enredo mis dedos en sus suaves rizos.
—Aiden…—murmuro con el poco aire que me queda, sonriendole sinceramente.
—Elise, te quiero, joder, de verdad te quiero.
—También te quiero.
Me baja lentamente y me da un beso en la frente. Sonríe ampliamente y respondo el gesto, sintiendo como mi corazón se torna más cálido de lo que jamás ha estado. Me toma como saco de patatas una vez más y conmigo en brazos y muchas carcajadas, terminamos en la cama.
Me acomodo a su lado y nos miramos fijamente.
—¿Cómo era tu padre? —le pregunto de pronto.
—Mi padre, era el hombre más talentoso que jamás he conocido.
—Pero, ¿cómo era como padre?
—Era un hombre dulce y sumamente amable, creo que es la razón por la que mi madre se enamoró de él. A veces jugaba conmigo y con mi hermano a las escondidas por toda la casa. Realmente hacíamos un gran desastre. Generalmente ya sabía dónde estábamos, pero se tardaba en encontrarnos y a veces nos dejaba ganar.
—Suena muy divertido. —le digo mientras admiro la gran felicidad con la que lo cuenta.
—Era lo máximo. Lo mejor siempre fue buscarlo nosotros. Dejaba sus zapatos detrás de las cortinas o hacía bultos con las almohadas para esconder bajo la cama. Nunca desciframos cómo lo lograba. Contábamos hasta 100 y él de alguna forma ya tenía toda una estrategia planeada y bien desarrollada.
—Cuéntame más.
—¿Por qué de pronto preguntas estas cosas? —dice mientras me acerca hacia sí y coloco la cabeza sobre su pecho.
—No lo sé. Quiero saber lo más que pueda de ti.
—Tienes algo que hace que quiera contarte hasta el más mínimo detalle de mi vida. —dice y deposita un beso en la punta de mi nariz. Él no lo sabe, pero ese gesto me parece lo más romántico de este mundo y hace que mi corazón dé saltos de felicidad.
Aiden continúa relatandome anécdotas de su infancia, detalles de sus padres y su hermano, a las que hago preguntas de tanto en tanto. Le cuento algunas historias de mi infancia y adolescencia, corriendo por los viñedos y leyendo por el lago; las veces que salí con Lucía y terminabamos castigadas, las leyendas que me relataba mi nana de su poblado, y prácticamente todo lo que me pasaba por la cabeza. Incluso le comparto cosas de las cuáles ni siquiera me acordaba.
Hacemos el amor, pero no de forma física.