"... No tengo fuerzas... ¡Entrégate a Dios!... ¡Reza a Dios! ¡Adórale!... ¡Únete al poder de Dios!..."
-¡Hey! ¡Ven aquí, Saray! -gritó Sage desde la puerta principal de la iglesia.
La figura menuda de una niña de seis años apareció brevemente antes de desaparecer entre risas sofocadas. Saray había perfeccionado el arte de escabullirse sin ser vista, burlando la vigilancia de su padre.
La iglesia, con sus altos vitrales y bancos de madera, seguía siendo un lugar de devoción para los feligreses del pueblo, pero también servía como hogar para niños huérfanos. Su ambiente sagrado se mezclaba con la vitalidad de la infancia: risas resonaban entre las paredes, y pequeños pasos corrían por los pasillos. Sage, el cura de cabellera blanca, observó el plato intacto sobre la mesa del comedor y suspiró con frustración.
-La comida ya está lista... -murmuró-. Oh... se escapó de nuevo.
Subió las escaleras con calma y llamó desde el pie del segundo piso.
-¡Liam! ¡Baja un momento!
Desde una habitación con varias camas sencillas, apareció Liam, un niño de cabello azul, radiante y lleno de energía a sus ocho años. En sus manos llevaba una improvisada caña de pescar hecha con una rama y un hilo, preparado para pasar el día junto al río con sus amigos.
-¡Ya voy, padre! -respondió, bajando las escaleras con entusiasmo.
Al llegar, encontró a Sage con una mirada seria, pero cargada de una paciencia bien practicada.
-Liam, Saray se escapó de nuevo. No ha querido comer. Búscala por mi.
El semblante de Liam cambió al instante.
-¿Por qué siempre tengo que buscarla yo? -protestó, con las manos en la cintura-. ¡Siempre hace lo mismo! Y cada vez que salgo a buscarla, nunca la encuentro. Ella regresa sola, como si nada. Además, hoy voy a pescar con mis amigos...
El leve golpe que Sage le dio en la cabeza lo detuvo en seco.
-Ve ahora -ordenó, su voz tranquila pero firme.
Con lágrimas de indignación asomando en sus ojos, Liam salió por la puerta principal. Mientras cruzaba el patio de la iglesia, se preguntaba, frustrado:
¿Por qué siempre huye? ¿Qué busca allá afuera? ¿Por qué no puede quedarse tranquila?
Liam salió de su hogar con la improvisada caña de pescar sobre el hombro. El pueblo donde vivía era pequeño, pero rebosaba de vida. Las casas de madera, con tejados inclinados y chimeneas humeantes, formaban un paisaje acogedor. Los aldeanos, con rostros curtidos por el trabajo y las sonrisas cálidas, conversaban en las calles empedradas mientras los niños corrían entre los puestos del mercado. El olor a pan recién horneado y flores silvestres llenaba el aire.
A lo lejos, Liam divisó a sus amigos reunidos junto a un viejo puente de piedra que cruzaba el arroyo. Uno de ellos, un chico pecoso de cabello desordenado, le hizo señas con entusiasmo.
-¡Liam! ¿Estás listo para ir a pescar? -gritó con una sonrisa.
Liam negó con la cabeza mientras se acercaba.
-No puedo ir hoy. Estoy buscando a mi hermana Saray -respondió, algo apenado.
- ¿A Saray? -preguntó uno de los chicos, rascándose la cabeza-. La vimos hace un rato, pero no sabemos a dónde fue.
-Sí, pasó corriendo por aquí -añadió otro-. Parecía tener prisa.
-Gracias, chicos. Si la ven, díganle que regrese a casa -pidió Liam antes de seguir su camino.
Caminando hacia el norte del pueblo, se encontró con una joven de cabello castaño claro y ojos brillantes. Su porte elegante y su sonrisa cálida la hacían destacar.
-Hola, Liam, ¿cómo estás? -preguntó Liza, inclinándose ligeramente para verlo mejor.
-Hola, Liza -respondió el niño, algo tímido-. Estoy bien, pero... estoy buscando a Saray. ¿La viste?
Liza lo observó con ternura, notando su semblante preocupado.
-¿Estás bien? Han pasado tres largos años desde que tu madre murió -dijo, su voz suave pero cargada de empatía-. A pesar de perderla, no lloraste para que tu hermana no lo hiciera. No has derramado una sola lágrima desde entonces. Eres un niño muy fuerte, Liam.
Liam bajó la mirada, sin saber cómo responder a esas palabras.
-La vi hace poco -continuó Liza, rompiendo el silencio-. Iba hacia el norte del pueblo. Aquí, llévale estas manzanas. Son dulces y frescas, estoy segura de que le encantarán.
-Gracias, Liza -dijo Liam, aceptando las manzanas y guardándolas con cuidado.
Con renovada determinación, Liam siguió adelante. Al llegar a los límites del pueblo, se encontró con Lazy y Sazy, las gemelas inseparables...
-¡Liam! -exclamó Lazy, alzando la mano para saludar.
-¿Buscando a Saray otra vez? -añadió Sazy, con una sonrisa burlona.
-Sí. ¿La han visto? -preguntó Liam.
-La vimos corriendo... -comenzó Lazy.
-... hacia el bosque, al norte del pueblo -terminó Sazy.
-Parecía tener prisa... -continuó Lazy.
-... como si escapara de algo. -finalizó Sazy.
-Gracias -dijo Liam, apresurándose hacia el bosque.
En su camino, pasó frente a la panadería del viejo Hans. En la distancia, reconoció a un grupo de niños que corrían con bolsas de pan bajo el brazo. Sus ropas viejas y sucias los delataban como los mismos que, días atrás, habían intentado robar en la iglesia fingiendo ser huérfanos.
El anciano panadero salió de su tienda, agitando un bastón mientras gritaba:
-¡Regresen aquí, pequeños ladrones!
Liam observó la escena desde lejos. Aunque había amenazado a esos niños con contarle a su padre si volvían a robar en la iglesia haciéndoles entender de que la iglesia era el único lugar se apiadaba de ellos brindándoles un techo en donde dormir. había algo en sus rostros que le generaba empatía. ¿Por qué siguen robando? pensó, sintiendo una mezcla de frustración y compasión mientras continuaba hacia el bosque.
Liam llegó al umbral del bosque. Las copas de los árboles se alzaban imponentes, filtrando la luz del sol en haces dorados. Bajó la mirada y notó huellas diminutas en la tierra blanda, acompañadas de ramas rotas y un pequeño mechón de cabello azul atrapado entre las hojas.