Melodía Oscura

Salve el rey, viva el único

—Espero ver avances en sus proyectos la próxima semana —advirtió el profesor de ciencias tomando sus cosas para luego salir del salón de clases.

Ciencias era una de las materias favoritas de Gina, aunque casi todas las materias eran sus favoritas; excepto las matemáticas, eran un dolor de cabeza espantoso para ella.

Tomó sus apuntes y los colocó dentro de la carpeta. Guardó todas sus cosas dentro de su mochila y salió del salón antes que sus compañeros, como siempre lo hacía.

La mayoría cargaba con una oscura aura producto del mal humor que generaba el día de clases en todos. A paso rápido iba por el pasillo, bajó las escaleras y giró a la izquierda. Sin detenerse a hablar con nadie cruzó las puertas de la preparatoria y salió a la calle; el camino a la parada del autobús no era muy largo y llegó en quince minutos. Tomó asiento en el banco desteñido y se puso los auriculares para esperar escuchando un poco de música.

Algunas sombras pasaron presurosas junto a ella, pero las ignoró; aunque intentara volver a verlas nunca lo conseguía. Varios niños jugaban en el parque que estaba cruzando la calle, pero un niño en particular llamó su atención, tras él un gran espectro oscuro se mantenía de pie a la espera de su muerte; sabía que era así porque lo había visto incontables veces... justo antes de que sucediera lo inevitable.

El autobús que la llevaba a casa llegó y subió en él, el vehículo se puso en marcha y cuando se alejó de la parada, se oyó el grito desgarrador de una mujer. Para ella no era necesario girar para confirmar que el niño había muerto.

Green Valley lucía gris a pesar de que era de día, todo a causa del invierno que lo acechaba y mataba poco a poco sus días. Las personas iban de un lado a otro, ignorantes de los espectros a su alrededor, cada uno alimentándose de sus energías.

Bajó unas calles antes de su casa y caminó sin prisa ésta vez. Su madre debía estar esperándola con el almuerzo listo en la mesa. Sólo eran ellas dos desde hacía mucho tiempo.

—¡Ya llegué! —afirmó, lanzando su mochila en el lugar de siempre.

—Lávate las manos y ven a comer —ordenó la mujer desde la cocina.

—Sí, mamá —respondió Gina e hizo lo que la mujer decía.

Nunca preguntaba qué tal le había ido y ni siquiera se había preocupado por llevarla alguna vez a la preparatoria. El almuerzo era atípico y silencioso, al terminar de almorzar la chica lavó todo, lo secó y guardó en su lugar. A Gina no le molestaba, por el contrario, agradecía que su madre no mostrara interés en ella; después de todo, ella odiaba las hipocresías. Y decir que añoraba afecto por parte de ella, sería eso... hipócrita.

—Nos vemos más tarde, Regina —se despidió su madre saliendo de la cocina y posteriormente de la casa.

Gina sabía que lo hacía a propósito, llamarla por su nombre de pila y no por su diminutivo; siempre le había parecido un nombre horrendo. Su madre prestaba ''servicio comunitario'' todos los días sin excepción. La chica ignoraba lo que realmente hacía todas esas horas en la iglesia y no le importaba; con tal de que mantuviera lejos de ella su palabrería religiosa, no pensaba tomarse la molestia de averiguarlo.


...

 

La oscuridad se había apoderado de cada rincón. Cada parte de su cuerpo era abrazado por el frío. Intentaba moverse pero le era imposible, tenía los pies y las manos atadas. Volteó la cabeza de un lado a otro en busca de algún halo de luz pero era inútil, no había nada. El miedo comenzó a inundar su cuerpo una vez más haciéndola temblar de pies a cabeza. Sintió cómo algo frío la tomaba del cuello ejerciendo poca presión. Su respiración se volvió agitada y cerró fuertemente los ojos, pensó que tal vez después fuera lo que fuera que estaba junto a ella, se iría.

Gina despertó algo confundida y le tomó un poco de tiempo darse cuenta que seguía en su habitación, miró el reloj incrustado en la pared y apenas eran las 09:45 de la noche; su corazón aún latía alocadamente y seguía presa del pánico. Fuera o no solo un sueño había hecho estragos en ella dejándola sin poder volver a dormir.

—Tú me perteneces y voy a hacer contigo lo que quiera —proclamó la misma voz áspera de siempre.

—¿Una pesadilla? —indagó Eva, sorprendiendo a Gina con su voz— . La puerta estaba abierta así que pasamos a verte. Acabamos de llegar, pensé que tardarías más en despertar.

La castaña miraba alrededor, tratando de entender lo que sucedía ¿Por qué Eva decía que la puerta estaba abierta, siendo que Gina estaba segura de haberla cerrado antes de subir a su habitación? ¿Qué hacían a esas horas en su casa?

—¿Qué hacen aquí? —preguntó, levantándose de su cama.

—Hemos venido por ti —respondió simple el chico del otro lado de la habitación—. No aceptaré de nuevo una respuesta negativa.

Gina rodó los ojos y volvió a colocarse una gruesa sudadera gris, igual a esas que siempre llevaba puestas; entró al baño a lavarse el rostro y cepillarse para luego salir junto a los impertinentes y osados chicos.

Siempre había sido bastante curiosa, algunas veces le había causado problemas y otras le había resultado muy educativo y entretenido; éstos chicos causaban una curiosidad gigante en ella, esperaba que en esta ocasión le fuera provechoso; salió de su casa junto con los dos rubios y se encaminaron al bosque.




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