Melodías de la noche |sueños oscuros #3|

1° El accidente

La vida planea el camino de cada individuo de una manera especial y diferente, imponiendo en su andar los obstáculos a los que debe enfrentarse. Cuando a la vida se le viene a la mente una idea, no existe un poder capaz de desviarla. Y ella, como la más inteligente, creativa y a veces perversa musa, decide utilizar como peones a sus hijos humanos, para así escribir sus fastuosas creaciones.

Algunas personas están forzadas a arrastrarse por un túnel de alambre de púas que, sin duda, dejará profundas cicatrices a lo largo de casi toda su vida hasta que su madurez se complete o su propósito se cumpla, para que al fin pueda llegar a ser feliz. Otras personas, deben caminar descalzos un breve sendero de espinas y vidrios rotos, antes de que a la vida le parezca apropiado llevarlos a la felicidad absoluta.

Aunque, sin importar el camino que la Madre Naturaleza elija para cada uno de sus mortales e imperfectos hijos, ella se encarga de criar a su retoños, de brindarles el amor y la fuerza que requieren para sobresalir a las duras pruebas, como la madre amorosa que es.

Eso es algo que Greyson, un joven cuyo sendero ha sido difícil desde que cumplió siete años, y tuvo edad suficiente para ganarse la vida —según palabras de su grotesco y malvado padre—, ha tenido que aprender por las malas. Por alguna razón, cuando creía que la felicidad estaba llegando a su vida, y que por fin podría tener la oportunidad de disfrutarla al lado de sus tres hermanos menores, la vida decidió colocar un nuevo impedimento en su camino. Quizá, para ayudarle a refrescar su memoria, para que jamás olvide las cosas de verdad importantes. Fue así que a la edad de once años, uno de los mayores obstáculos en su vida dio inicio de una manera que jamás olvidaría.

 

 

 

El tono negro del cielo era la expresión perfecta del dolor que Susy estaba experimentando. Un gran número de gente estaba ahí reunida con el mismo fin que el suyo: decirle "adiós" a tan singular joven. La causa de su deceso era conocida por todos como un accidente, un trágico y horrible accidente del cual sólo ella había sobrevivido. Aunque a esas alturas, Susy aún deseaba —muy en el fondo de su corazón— haber partido con él.

El lugar se había llenado de susurros que acompañaban a las palabras claras de aquel hombre de ropa oscura que oficiaba la misa luctuosa. Valeria llevaba puestas gafas oscuras, para ocultar lo inflamados y enrojecidos que debían lucir sus ojos por el dolor en su espíritu. Susy se encontraba abrazada de Valeria llorando en silencio, mientras veía cómo Alan se acercaba hasta aquel agujero en el suelo para arrojarle tierra y así dar la señal para proceder a enterrarlo. Toda la alegría del mundo parecía consumirse en un profundo abismo de desolación y tristeza, tragándose sus corazones junto con él. 

A la distancia podía apreciarse una silueta observando hasta el más mínimo detalle de dicho suceso. Se trataba de Greyson, aquel niño al que Víctor había brindado ayuda y comprensión, además del cariño que le faltaba. En el funeral había comenzado a sonar una canción lenta, dedicada a aquel joven, que llegó hasta los oídos del niño que miraba a lo lejos. Greyson, aun encontrándose a tal distancia del funeral, fue capaz de distinguir dicha canción con suma sencillez: Yo te extrañaré. Por sus mejillas se deslizaron las lágrimas al recordar todas esas cosas maravillosas que Víctor había hecho por él, y no se resistió a cantar, aunque su voz sólo salía de su garganta como un suave y poco nítido susurro a causa del llanto. Pocos minutos más tarde, el cielo se unió a su dolor, empapando poco a poco cada rincón del lugar y a cada persona presente.

La lluvia hizo que las personas comenzaran a retirarse del lugar, dejado solo a Greyson en medio de lo que se volvió una tormenta. Él se rehusaba a marcharse del lado de su amigo. Víctor significó un centro de apoyo cuando los obstáculos se tornaron más complicados en su vida. Él le había enseñado tantas cosas. Greyson caminó hasta la lápida del muchacho, se hincó frente a ella y permaneció ahí hasta que el sol asomó sus rayos. Se quedó dormido sobre la tumba de su querido amigo, sin importarle que su ropa se hubiese mojado ni el riesgo de enfermarse.

Cuando el niño abrió los ojos, se dio cuenta que había alguien sentado a su lado. Mirándolo con tristeza.

—Hans —susurró Greyson mientras se levantaba del suelo.

—¿Tienes hambre, campeón? —preguntó Hans con amabilidad, intentando apartar su mente de la tristeza, y procedió a levantarse también— Puedo invitarte a comer algo y después llevarte a tu hogar.

—El orfanato no es mi hogar. Sólo es donde estoy obligado a vivir.




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