—Rápido, se hace tarde. —Se escuchó la voz de Greyson salir de la casa.
Eran cerca de las siete treinta de la mañana y el mayor de los cuatro hermanos apresuraba a los demás, porque las clases de Nigel en la secundaria iniciaban a las ocho en punto. Apenas estuvieron listos salieron a la calle para subir al auto, aunque Castiel decidió alejarse un poco y cruzar la calle. Sentado afuera de la casa de enfrente estaba James.
Si bien a Greyson le era casi imposible soportar al muchacho, a Castiel le resultaba agradable, con todo y las pesadas bromas que les había realizado; él sabía que el problema real era entre Greyson y James, de modo que él no tenía motivos para rechazar a ninguno de los dos, más bien deseaba que pudieran llevarse mejor.
Castiel caminó hasta el muchacho ignorando los gritos de Greyson para que volviera y se detuvo justo frente a James. El joven tenía la cabeza baja luciendo perdido en su propio mundo, bajo sus ojos unas discretas ojeras sobresalían, además, el muchacho mostraba una apariencia algo desaliñada. Un viento fresco soplaba esa mañana, arrastrando un tenue aroma repulsivo al que Castiel no prestó demasiada atención.
—Hola —saludó Castiel con normalidad pero el muchacho no respondió, manteniéndose con la cabeza baja y en completo silencio. Del cuello de James colgaba el guardapelo, mismo que él sostenía abierto entre sus manos—. ¿James, estás bien? —volvió a hablarle Castiel, al tiempo que se hincaba frente a su amigo.
James alzó despacio la cabeza para dirigir por fin sus ojos hacia Castiel. La mirada le lucía ausente, el rostro pálido y las cuencas de los ojos pronunciadas, como si sus globos oculares se hundieran en su cara. Ladeó muy apenas la cabeza antes de responder—: No lo sé. Estoy confundido —con voz seca.
—¿Cómo así? —preguntó Castiel buscando que James se explayara—. ¿Te pasó algo malo? Sabes que cuentas conmigo si necesitas hablar.
—No. Me refiero a… —hizo una pausa, miró hacia el suelo antes de aclararse la garganta y dijo—: ¿Has visto documentales sobre el gusano barrenador? Ese tipo de mosca deposita sus huevecillos en heridas abiertas, así cuando nacen las larvas se alimentan de tu carne y te dejan agujeros profundos que pueden infectarse. Por una parte me siento así. Con una larva en mi cuerpo alimentándose de mis heridas. Por otra parte, no siento nada. Como si yo no estuviese aquí. —Ambos guardaron silencio durante varios segundos, sin saber qué decir. James volvió a levantar la vista para dirigirse hacia su amigo, dedicándole un intento de sonrisa—. Anoche tuve una pesadilla muy extraña. Supongo que eso es lo que me tiene así. Seguro que por la tarde estaré mejor, no te preocupes, pero voy a quedarme en casa hoy.
—Entiendo. ¿Quieres que avise que no irás a clase?
Castiel se inclinó hacia adelante para colocar la mano en el hombro de su amigo en señal de apoyo, cuando escuchó la voz de Nigel gritando de forma histérica desde el otro lado de la calle para que regresara con ellos. Nigel abrió la puerta del auto y se introdujo en él con brusquedad, sentándose en el asiento de atrás y llevándose las manos hacia el cabello mientras agachaba la cabeza. Estaba temblando. Nunca antes había visto algo que le causara tanto terror como esa extraña sombra negra, que ahora sujetaba por los hombros a James y que además, había intentado tocar a Castiel. Desconcertado por los gritos de Nigel, Castiel se levantó del piso, dando un par de pasos hacia atrás, sintiéndose inundado por una extraña sensación de miedo y, tras darle una breve despedida a James, se dirigió hacia el auto también para subirse al igual que Greyson y Nathan. Los tres se veían igual de confundidos por la reacción del muchacho, quien después se mantuvo rejego a responder las preguntas de Greyson pidiendo una explicación.
James se encontraba recostado sobre su cama. El pecho le había comenzado a doler unas horas atrás, mientras que esa rara sensación de vacío se encargaba de inundar su espíritu. No estaba seguro de qué le ocurría, aunque lo atribuyó a que quizás estaba resfriándose. Se giró sobre su costado hacia la ventana fijando su vista sobre esta. El guardapelo cerrado aún colgaba desde su cuello hasta el colchón de la cama, dejándole una marca oscura sobre la piel. James había comenzado a verse invadido por la sensación de ser observado desde el espejo de su tocador, lo que le mantenía intranquilo e inquieto. Al final, eso fue demasiado para él, de modo que se levantó de la cama, se vistió y bajó las escaleras rumbo a la sala común.
En la sala se encontraba un hombre mayor de cabello plateado, ojos azules y tez blanca. Estaba sentado sobre el sillón individual, sosteniendo en sus manos el libro La Guerra de los Mundos de H. G. Wells. James se dirigió hasta el hombre parándose justo enfrente de él. Fred, el padre de James, le dedicó una sonrisa a su hijo antes de cerrar el libro para prestar toda su atención a lo que James deseaba decirle.