Melodías de la noche |sueños oscuros #3|

4° La hora maldita

El grito aterrado de Nigel hizo que Greyson despertara de golpe y corriera en dirección al cuarto del muchacho, seguido por Nathan que se despertó ante el escándalo producido por su hermano mayor al salir de aquella manera. Greyson se arrojó contra la puerta de la habitación de Nigel e ingresó tan rápido como le fue posible, topándose con el armario medio vacío, algo de ropa tirada por el piso y en general, un panorama desolador que le obligó a entender que Nigel se había ido de casa.

Castiel apenas había salido de su cuarto a causa del grito de Greyson preguntando por su hermano menor, cuando fuertes y desesperados golpes sonaron contra la puerta principal, seguidos por la voz de Nigel implorando por ayuda. Greyson arremetió esta vez contra la puerta principal para abrirla, olvidando por la desesperación el hecho de que ésta se encontraba cerrada con llave, terminando por caer víctima de una frustración mayor. Castiel fue quien logró mantener la calma para abrir la puerta, dejando el paso libre a un bulto para caer débil sobre los brazos de Greyson: el mismo Nigel, quien temblaba de pánico mientras lloraba.

Greyson abrazó con todas sus fuerzas a Nigel, acariciando su cabeza y espalda, pidiéndole explicaciones de lo que había pasado, pero él continuaba llorando a gritos y aferrándose al cuerpo de Greyson. El menor comenzó a susurrar palabras extrañas, la mayoría inentendibles debido al estado en que estaba. Greyson lo alzó del suelo para llevarlo hasta el sofá de la sala, donde continuó con su abrazo fuerte y sus caricias, luchando por tranquilizar al pequeño.

—Había… —susurró Nigel por fin con algo de claridad, alzando muy apenas la cabeza pero sin mirar a nadie en específico— había alguien ahí. Algo…

—¿Alguien? —dijo Greyson alterado—, ¿Pudiste verlo? ¿Te hizo daño?

—No lo sé. Me sujetó del brazo y me hizo algo, pero no sé qué. ¡Me duele la cabeza! —Nigel se soltó a llorar una vez más como la había hecho al principio. Greyson volvió a abrazarlo—. Me dijo que no olvidara la hora.

—¿La hora? —preguntó Castiel mientras acariciaba la cabeza de su hermano menor.

—Las tres con quince —susurró Nigel—. Tres con quince.

Nathan y Castiel regresaron a sus habitaciones cerca de las cuatro de la mañana por órdenes de su hermano mayor, pues prefería quedarse a solas con el pequeño para consolarlo. Greyson se mantuvo despierto toda la noche pues el muchacho continuaba temblando aterrado por el ataque de esa noche.

Nigel se abrazaba a su hermano mayor con todas las fuerzas que poseía mientras continuaba susurrando cosas inentendibles para Greyson, quien sólo se dedicó a asegurarle que todo estaría bien. El muchacho lloró asustado hasta las cinco de la mañana, cuando el sueño se volvió más fuerte que él y lo arrastró a un lugar más tranquilo, donde era protegido del miedo por la calidez de los brazos de su hermano mayor.

Cuando por fin el pequeño se durmió, Greyson quiso relajarse para él hacer lo mismo y reponer algo de la energía perdida pero la preocupación no se apartaba de su ser, de modo que permaneció atento el resto de la madrugada por si Nigel necesitaba algo. La noche con su tranquilidad es la maestra de la ironía, ya que despierta a la mente cuando ésta duerme o intenta dormir, atrapando el subconsciente en fantasías, recuerdos o deseos profundos. Suele ser tedioso que ese momento donde se desea descansar de un día duro, la mente se niegue a obedecer. Greyson padeció de aquello por muchos años pero esa noche, el recuerdo que vino a su mente le hizo sentir que tal vez no era tan malo.

Trece años atrás Nigel había enfermado gravemente de influenza, padeciendo de una fiebre que nadie en el orfanato le podía controlar, así que Greyson invadido por la desesperación se adentró en la enfermería para sacar a su hermano —aún en contra de las órdenes de las encargadas— y lo llevó hasta el baño del último piso, donde atracó la puerta con una silla para estar a solas con el niño.

Todo el día una fuerte lluvia se encargó de cubrir a la ciudad, de modo que Greyson decidió aprovechar la falta de calentadores, así como el frío del agua de la regadera a favor; desnudó a Nigel, él mismo se quitó la camisa y abrazó con fuerza al pequeño mientras ambos eran empapados bajo el agua. Greyson le pedía al cielo con toda el alma que eso le redujera la fiebre de una vez a su hermano, así los medicamentos podrían hacer el resto y sanarlo. Mientras esperaba a que la idea surtiera efecto, Greyson le acariciaba la cabeza a Nigel, susurrándole al oído que todo estaría bien e implorando porque sólo escuchara su voz, y no la de las encargadas gritando que estaba arriesgando a Nigel a la hipotermia.




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