Castiel forzó una sonrisa, confundido ante la escalofriante letra de dicha canción y la voz que emanó de Nigel. Después se levantó del sofá un poco alterado, comentándole que saldría un momento. El adolescente miró a su hermano con seriedad antes de sonreír también, ignorando el porqué de la reacción de Castiel ante una simple canción, pero restándole importancia.
En cuanto cerró la puerta, Castiel se apresuró en dirigirse a la casa de James, angustiado por él y Nigel. La posibilidad de que todo fuera una simple coincidencia era poca, aunque tampoco tenía pruebas de nada, de modo que sólo le restaba confiar en que James le diría si algo iba mal. Castiel tocó el timbre luego de varios segundos de indecisión, temblando con ligereza cuando Fred le abrió la puerta y lo invitó a pasar. Gracias a la amistad sazonada de confianza entre James y Castiel, éste último no dudó en adentrarse hasta la habitación de su amigo como si estuviera en su propia morada, terminando por meterse en el cuarto de James sin detenerse para pedir permiso.
James permaneció en silencio incluso cuando Castiel se sentó a su lado, sólo mirando el guardapelo que todavía colgaba de su cuello. Durante algunos segundos la habitación estuvo llena de silencio, hasta que James se giró hacia Castiel y sonrió de medio lado.
Castiel se mantuvo serio con la vista fija en los ensombrecidos ojos de James, dudoso de la manera correcta en que debía abordar un tema que rozaba en lo perturbador. Para la sorpresa de Castiel, James fue el primero en tomar la palabra, iniciando con un suspiro resignado.
—¿Te conté que tengo sueños extraños? —comenzó James con voz tranquila—. Antes no los tenía, ahora me atormentan todas las noches. Aunque ya no me apetece dormir.
James bajó la mirada, sintiéndose extraño al denominar como sueños a los sucesos que sabía, era tan reales como el oxígeno, pero tan difíciles de afrontar como la pérdida de un familiar allegado. James no podía expresar con claridad las sensaciones que estremecían a su alma cuando era visitado por una criatura sobrenatural, porque se veía embargado de algo que iba más allá del miedo. Pero padecer de todo en soledad le mataba lentamente y por eso, decidió esforzarse en contarle a Castiel, buscando en él un poco de refugio.
—No me has contado. —Castiel se acercó a James mientras le ponía una mano en el hombro—. Te escucho.
—Desde hace días una niña se aparece en mis sueños. Tiene cinco años como mi hermano Adrián, pero no es tierna como él. Ella suele hablarme en susurros y su voz resuena en mi cabeza, incluso cuando estoy despierto. Dijo llamarse Ana. Me resultó extraño mirarla… soñarla quiero decir —se corrigió de inmediato James—, tan seguido, así que busqué en internet y leí que hay fantasmas atrapados en el mundo mortal. Buscan a una persona que los ayude a liberarse. Creo que me necesita, pero a veces me asusta porque… —El muchacho se giró despacio hacia el espejo de su tocador, conformando una expresión de miedo antes de volver a hablar—. Ella me mira a los ojos susurrando: Me gusta que sientes mi presencia antes de dormir, cuando te miro mientras cierras los ojos para enjabonarte el cabello, cuando te concentras al leer y sientes un escalofrío recorrer tu columna y erizarse los vellos de tu nuca. Me gusta que sepas que estoy detrás de ti, mirándote. Pero no me gusta, que voltees a verme. —James desvió la mirada hacia el suelo, intimidado por las palabras que Ana acababa de decirle y él repitió en voz alta.
—De todas formas yo no quería dormir hoy —comentó nervioso Castiel luego de removerse—. ¿Te ha hecho daño?
—No.
—Todavía. Tienes que buscar ayuda antes que te lastime.
—¡No! —James se levantó de la cama de un salto enfrentando a Castiel, que se mantuvo en silencio, aunque muy confundido—. Escucha: Sé que sonará raro, pero a veces su presencia me hace sentir bien.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Perdió a su familia antes de morir. Sólo quiere un amigo.
—Déjame ver si entiendo. ¿Una niña muerta te habla en sueños, te pide ser amigos y tú aceptas? Espero que no te estés enamorando.
—No es eso.
—¿Entonces?
James se encogió de hombros mientras hacía una mueca, no deseaba explicarle lo débil que era en el fondo ni que Ana, con todo y la tortura que ejercía en él, le apaciguaba un poco la soledad. Había sufrido la muerte de su madre y su único amigo era Castiel, así que se identificaba con Ana.
—Si no me dices lo que pasa, no puedo ayudarte —insistió Castiel.