Melodías de la noche |sueños oscuros #3|

10° Sueños hechos realidad

Castiel le dijo a Nathan que se encontraban cerca del lago y que Nigel parecía estar bien, aunque tuviera algunos raspones. Nathan le sugirió que Fred y él debían indicarles el camino con ayuda de la linterna, alejándose un poco de Nigel para que Ana no pudiera verlos.

Cuando Castiel explicó su ubicación, Greyson —que tenía un buen sentido de la orientación— guio a Nathan para que lo siguiera hasta ver la luz, lo que no tardó demasiado tiempo en ocurrir.

Varios minutos más transcurrieron, mientras Greyson y Nathan seguían el camino, esta vez hacia el norte. Sus piernas estaban comenzando a quejarse por el esfuerzo, cuando la silueta de Fred se pudo distinguir en la lejanía; a su lado, Castiel mecía el celular sobre su cabeza como si se encontrara en un concierto.

Greyson sintió una inmensa tranquilidad al ver a su hermanito menor sano y salvo, así que no evitó llegar directamente a él y abrazarlo. Nathan lo abrazó también en cuanto Greyson lo soltó para dirigirse esta vez hacia Fred, quien tenía la vista fija en ellos.

La expresión seria en el hombre despertó un tenue sentimiento de nerviosismo en Greyson, preguntándose qué habrían visto en realidad.

—¿Dónde están? —se apresuró a preguntar el joven.

Fred no respondió, en cambio, caminó a paso veloz rumbo al lago. Los tres muchachos lo siguieron en silencio, adentrándose más en el bosque. Conforme se acercaron al lugar, la voz de Nigel comenzó a sobresalir entre la maleza.

—Entiendo tu miedo —decía con voz tranquila—, su amor terminó por condenarte. Pero fue porque no supo lidiar con el dolor de perderte; estoy seguro que jamás quiso hacerte daño.

El silencio fue lo único que le respondió a Nigel. Greyson sintió la boca seca, Castiel apretó las manos y Nathan tragó pesado. Cautelosos se asomaron sobre los arbustos. Nigel estaba ahí, en cuclillas. El chico tenía toda la atención puesta en James, quien mantenía la cabeza baja.

Ambos jóvenes lucían sucios, bañados en sudor y con algo de sangre seca en el cuerpo. Estaban distraídos, así que Greyson decidió prepararse para lo siguiente. Abrió ambas mochilas dejando al aire las sábanas y cuerdas y las dejó en el piso. Despacio, dio un paso hacia adelante, acercándose a su hermano.

Nigel escuchó las hojas crujir tras él, girando la cabeza de inmediato y, al ver a Greyson, hizo señales bruscas con las manos indicándoles que se alejaran en silencio.

—Todo estará bien, Jenny, lo prometo —continuó diciendo, esperanzado en que la niña no se asustara y volviera a esconderse.

Una vez más, la mudez acompañó la calma del bosque, llenando el lugar sólo con el silbido del viento al cruzar por las hojas de los árboles; la tierra gemía bajo sus pies, con uno que otro pequeño animalito haciendo acto de presencia de vez en cuando.

—No —respondió por fin James con una voz infantil y aguda—. Estoy castigada.

—No se castiga a las niñas buenas —dijo Nigel tratando de ocultar la frustración.

—Si soy tan buena ¿por qué estoy sufriendo tanto?

De nuevo, el lugar se quedó callado. Nigel no supo cómo responder, cómo explicarle a una niña tan pequeña, que el hombre que juró amarla y protegerla siempre, la había condenado al infierno.

Jenny, de alguna forma, había realizado una conexión con Nigel la noche en que él intentó huir de casa, lo que permitió a la niña comunicarse con él mediante sueños. El muchacho la había escuchado llorar asustada en más de una ocasión, clamando por su madre, preguntando si acaso había sido una niña mala. Su dolor se volvió tan penetrante para Nigel, que podía escucharla suplicando auxilio incluso cuando estaba despierto.

Jenny no era más que una pobre niñita, obligada a estar en el averno por culpa de un hombre demente. Nigel sentía pena por ella y quería ayudarla; sin embargo, en ese instante, su presencia se desvaneció por completo, dejando sólo la de Ana.

Al darse cuenta, por la cabeza de Nigel cruzó la imagen de la pequeña siendo amordazada por la bestia, causándole graves heridas en la piel al obligarla a callarse. Se estremeció.

—Nena, por favor, háblame —suplicó Nigel dando un paso hacia atrás. Sentía el peligro corriendo en sus venas—. ¿Jenny?

Hubo silencio.

Un rayo bajó rabioso del cielo y cayó cerca de ellos, rugiendo ensordecedor mientras su intenso brillo los forzaba a cerrar los ojos. La tierra se cimbró y segundos después, la lluvia se arreció.




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