Melodías de la noche |sueños oscuros #3|

11° Sacrificio

Greyson avanzaba a paso lento en la oscuridad. Había dejado la linterna tirada en el suelo, ya que debía sujetarse el brazo para intentar que la hemorragia se controlara. La cabeza estaba dándole vueltas y, en más de una ocasión perdió el equilibrio, golpeándose contra los árboles en intentos por no caer al piso.

Cada músculo, tendón y ligamento, se quejaba ante el esfuerzo sobre humano que estaban haciendo por mantenerlo en pie. Greyson reposaba un instante cuando perdía el equilibrio, secándose las lágrimas de dolor que humedecían su rostro.

Inhalaba, exhalaba. Inhalaba, exhalaba. Y volvía a caminar.

Apenas se había adentrado unos cuantos metros, pero los sentía como kilómetros. Entre la penumbra, la voz de James guiaba su camino con gruñidos y gritos. Podía oír golpe tras golpe retumbando en la nada, mientras avanzaba entre temblores corporales y sudor frío.

—James —susurró todavía con la voz ahogada, tragándose el dolor—. Déjame ayudar.

Se detuvo, recargó la espalda contra un árbol cercano y esperó por una respuesta que nunca llegó. El bosque se quedó callado. Greyson movió la cabeza en negación, apretando los dientes para contener un grito.

Sabía muy bien que James estaba tratando de alejarse de él, de morir en manos de la bestia sin que alguien más saliera herido. Cual mártir. Sin embargo, eso era parte del problema; porque James actuaba como un completo cobarde, prefiriendo morir antes de esforzarse hasta el final por ganarle a la criatura.

Aunque tampoco podía culparlo, después de todo, Ana sabía jugar. Tanto, que los forzó a seguir sus reglas, a jugar a su manera. Entonces tuvo una idea repentina. Era arriesgada, desquiciada y quizá hasta impulsiva, pero pondría fin a la pesadilla.

La idea le removió el estómago. Le asustaba mucho; a pesar de ello puso los pies firmes sobre el suelo, cerró los ojos y, deseando que su plan surtiera efecto, reunió todas sus fuerzas para gritar.

—¡Ana! —La voz rebotó en los troncos e hizo eco en la lejanía. El muchacho respiró agitado, una parte por furia y otra por dolor—. ¡Enfréntame, perra cobarde!

Sabía que la criatura no resistiría presentarse para hacerlo pedazos, pues se había dado cuenta que, si Ana odiaba algo, era que se opusieran a ella. Que la retaran. Que no le temieran.

Así como supuso que pasaría, el cuerpo de James salió de entre la oscuridad, saltando un par de arbustos y cayendo frente a Greyson. Tenía un rostro enloquecido, y en los labios, una mueca rabiosa. Había espuma rojiza naciendo de su boca, mientras que de las cuencas vacías, el líquido café se escurría hasta el piso.

Ana no sólo estaba enfurecida por la provocación de Greyson sino que, más allá de eso, estaba furiosa de ser enfrentada. El joven clavó la vista en la criatura, respirando agitado. Estaba seguro de la tortura y el sufrimiento que viviría en unos segundos, pero no había otra opción. Era tiempo de hacer un sacrificio.

—Terminemos con esto —susurró Greyson sin acobardarse, listo para lo que viniera.

Cuando Ana arremetió contra su cuerpo herido, todo se hizo negro. No pudo hacer nada para defenderse.

 

 

Habían salido del bosque hacía apenas unos minutos. La tormenta golpeaba con mayor fuerza adentro del bosque, siendo apenas una brisa fuera de él. El viento era frío esa noche. El reloj, marcaba las tres con quince de la madrugada.

Nathan se dio cuenta que su percepción del tiempo se había alterado mientras estuvieron en el interior del bosque, del tal manera que la noche llegó sin avisar. Suspiró consternado. El padre de Jenny realizó el ritual satánico a las tres con quince, según la había contado Greyson. En pocas palabras, era la hora del nacimiento de Ana; su fuerza era mayor entonces. Las manecillas del reloj se detenían al marcarla. Sin embargo...

—Tres dieciséis —murmuró al muchacho cuando su reloj avanzó.

—¿Nigel?

Nathan se giró de golpe al escuchar la voz débil de Kenia. Ella estaba ahí, quieta, serena, con su rostro encantador y mirada inocente. Nathan sujetó la mano de Nigel y tiró de él para acercarlo a su cuerpo. No se fiaba de ella. Tal vez estaba paranoico después de todo lo ocurrido con Ana, pero ninguna adolescente salía sola a las tres de la mañana. Ese era motivo suficiente para desconfiar.

—Oh, cariño, estaba tan preocupada —dijo la chica con voz melosa, acercándose más hacia ellos.

—¿Qué haces aquí a esta hora? —interrogó de forma perspicaz Nathan, manteniendo su agarre sobre Nigel.




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