Melodías de la noche |sueños oscuros #3|

12° Deseo de grandeza

Había pedazos de vidrio, papeles rasgados, fotografías hechas triza y, en general, un desastre esparcido por toda la habitación. Alba descargó ahí toda la furia que sintió cuando que el médico, tras haberle realizado más análisis, les explicaba a sus padres que la quimioterapia no había funcionado.

La leucemia era una enfermedad grave, que con el paso del tiempo terminaría con su vida. Lo cual, por desgracia, ocurriría en un lapso máximo de seis meses, según explicó el inepto del doctor. Alba lo odiaba con todo su ser. El maldito siempre estaba hablándole como si fuese una niña estúpida. Eso sin mencionar que su tratamiento, horrible y doloroso, no era más que un fraude descarado.

Al final, todo lo que había hecho para «sanarla», no fue más que un robo vil. Alba estaba convencida que todo eso no era más que una especie de conspiración en su contra, ya que durante las quimioterapias había entablado charlas con otros dos enfermos de leucemia, y ambos se habían curado.

Si gente tan asquerosa como esos dos leucémicos imbéciles podían salvarse, ella con mayor razón debía poder. Porque era fuerte e inteligente. ¡Merecía ser algo grande! Y si la medicina no podía salvarla, encontraría a alguien, o a algo, que lo hiciera.

El poder de internet era grande. Estaba plagado de todo tipo de información y, con un poco de conocimiento en informática, cualquiera podía meterse en las entrañas oscuras de la red, de forma segura y por tiempo suficiente para conseguir lo que buscaba. En el caso de Alba, un objeto que le permitiera comunicarse con algo poderoso de otro plano astral. Una ouija, por ejemplo.

Alba era consciente que usar ese tipo de cosas tenía variadas consecuencias, casi siempre negativas, cuando no sabían cerrar las puertas que abrían. Lo había visto cuando sus compañeros de secundaria que, ingenuos, habían jugado con una sintiéndose muy valientes.

Ese día, Alba sólo observó desde lejos a sus compañeros en el patio de una vecina, mientras éstos invocaban seres sobrenaturales en la noche. Desde luego, cuando uno de los muchachos le pidió a un ser manifestarse y las luces se apagaron, dejando el lugar repleto de gritos y susurros espectrales, los muy cobardes habían salido del lugar corriendo. Habían traído al fantasma de un hombre.

Alba pudo notar, por el color de su aura y el aroma a limón, que el ente no era maligno, sino un ser que estaba perdido. Quizá, ni siquiera sabía que estaba muerto. Tras bufar fastidiada, Alba se acercó a la ouija y se encargó de cerrar la puerta hacia aquel mundo, para que nada más pudiera entrar.

Al día siguiente, la joven regresó el objeto a su dueño, burlándose de la forma patética en que habían huido. Ninguno de los adolescentes se atrevió a enfrentarla por la intromisión.

Días más tarde, Alba pensó que regresar el objeto fue una tontería, ya que pudo haberla conservado. Después de todo, ella sí sabía usarla. Como fuese, era tarde para arrepentimientos. Siguió tecleando en la computadora, ingresando números y demás datos solicitados. Una vez que completó la compra y salió de las entrañas de internet, se dedicó a preparar el siguiente paso.

Mientras estaba sola en casa, regresó la tarjeta de crédito de su madre al lugar de donde la había sacado, para después, tomar algo más interesante. El guardapelo que su madre cuidaba con tanto recelo era una herencia familiar, y sin duda, podría servirle de mucho.

Volvió a la computadora para buscar en internet. Sabía que diferentes tipos de objetos podían servir como conductos, conexiones con el mundo de los muertos que les permitían interactuar con los vivos. Así que, mientras leía en la red sobre dicho tema, encontró el artículo de un blog abandonado que le resultó atractivo.

En dicha publicación se mencionaba a una criatura que fue dibujada por la locura y el dolor, remarcada en sus trazos por manipulación infernal. Era poderosa, hasta donde había leído. Su opción perfecta. Sin embargo, Alba era consciente de las miles de historias que flotaban en la red, así que primero debía asegurarse que fuera real.

Esa misma noche, la chica decidió llamar a la criatura. Según el artículo, el ente había sido creado a las tres con quince de la madrugada, así que llegada la hora, encendió una vela y se sentó frente al espejo de su habitación, repitiendo la palabra «Ana» una y otra vez.

Alba repitió el nombre quince veces y la vela se apagó. Después, escuchó el sonido de alguien rasguñando madera justo detrás de ella y, cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, pudo ver cómo una niña de cuencas vacías se reflejaba en el espejo frente a ella. Sonrió. Ana lo hizo también.




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