Las luces de neón iluminaban las calles de Seúl con destellos vibrantes que se reflejaban en los charcos de agua de una lluvia reciente. La noche estaba viva con el bullicio de personas y el murmullo de conversaciones. Hyun-Woo caminaba con las manos en los bolsillos, buscando algo que no podía nombrar. Su mente estaba repleta de notas musicales incompletas, ecos de melodías que no lograban conectarse.
Era un hombre acostumbrado a encontrar respuestas en el sonido. Su habilidad para "oír emociones" en las voces le había dado fama y fortuna en el competitivo mundo de la música, pero últimamente, todo le sonaba hueco. Las canciones que producía carecían de la chispa que las hacía únicas. Algo faltaba, y él lo sabía.
Cuando dobló una esquina hacia una calle más tranquila, un sonido suave y melancólico perforó la barrera de ruido en su mente. Era una voz, dulce pero cargada de una tristeza que parecía arraigada en algo más profundo que las palabras.
Se detuvo en seco.
La melodía provenía de una mujer que cantaba a la sombra de un café cerrado. Estaba de pie bajo un tenue farol, con los ojos cerrados y las manos aferradas al micrófono de pie improvisado, que consistía en un soporte oxidado y viejo. Una pequeña caja de madera frente a ella contenía unas cuantas monedas y billetes arrugados.
Hyun-Woo no podía apartar la vista. La canción hablaba de pérdida y anhelo, no obstante, había algo más en su voz: una verdad desnuda y pura. Las notas parecían arrancar pedazos de su alma y lanzarlos al viento, resonando con una autenticidad que él no había escuchado en años.
El público alrededor de ella era reducido; algunos transeúntes se detenían por curiosidad, mientras otros seguían caminando sin prestar atención. Sin embargo, para él, el mundo entero parecía haberse detenido.
Cuando terminó su canción, la mujer abrió los ojos y se encontró con los de Hyun-Woo. Fue un instante, apenas un segundo, pero algo pasó entre ellos, algo intangible y eléctrico.
Sin pensarlo, el hombre se adelantó.
—¡Espera! —exclamó al acercarse con rapidez.
La cantante lo miró con desconfianza, dando un paso atrás. Su expresión cambió de neutral a alerta en un instante. Hyun-Woo notó que llevaba una mochila ligera, lista para salir corriendo.
—Tu voz… —intentó decir, pero ella no lo dejó terminar.
—No estoy interesada en contratos ni en promesas vacías —respondió ella con frialdad.
Él levantó las manos en señal de paz y añadió:
—No es eso. Solo… quiero hablar contigo. Tu canción…
Ella negó con la cabeza mientras recogía sus pocas pertenencias.
—Lo siento. No soy alguien a quien deberías buscar.
Antes de que pudiera detenerla, la joven giró sobre sus talones y desapareció entre las sombras de un callejón cercano.
Hyun-Woo se quedó inmóvil, observando el espacio vacío donde ella había estado. En su vida había conocido a innumerables artistas, pero ninguno como ella. Esa voz… era algo único. Una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que lo había dejado marcado.
Con un suspiro frustrado, se agachó y recogió una hoja de papel que había caído de su mochila mientras huía. Al mirarla más de cerca, notó que era una partitura escrita a mano. Las notas estaban dispersas y parecían incompletas, mas había algo en ellas que lo intrigaba.
De vuelta en su apartamento, Hyun-Woo no pudo sacarse de la cabeza la melodía que había escuchado. Reprodujo mentalmente cada nota, intentando captar la esencia de lo que había sentido en ese momento.
Extendió la partitura en su mesa de trabajo y comenzó a tocar las notas en su teclado. La música llenó la habitación, pero algo faltaba. Esa conexión, ese dolor visceral que la cantante había transmitido, no estaba presente en la versión que él recreaba.
Frustrado, se pasó las manos por el cabello. No podía ignorar lo que había sentido. Esa mujer era especial, y su voz era la clave para lo que él había estado buscando.
A la mañana siguiente, Hyun-Woo decidió volver a la calle donde la había visto. Pasó horas esperando, observando a cada persona que pasaba, pero no había rastro de ella. La frustración crecía, mas también la determinación.
Esa misma noche, recorrió otros puntos cercanos donde los artistas callejeros solían presentarse. Preguntó a músicos, vendedores y transeúntes si habían visto a una joven cantante, y todas las respuestas eran vagas y poco útiles.
En uno de los puntos, un guitarrista mayor pareció reconocer la descripción.
—¿Ji-Yeon? Sí, a veces canta aquí, pero no tiene un horario fijo. Es como un fantasma. Aparece cuando menos lo esperas y desaparece antes de que puedas decir algo.
Hyun-Woo frunció el ceño. Ji-Yeon… al menos ahora tenía un nombre.
Esa noche, mientras intentaba dormir, la voz de la chica seguía resonando en su mente. Había algo en ella que lo conectaba con emociones que había enterrado hacía mucho tiempo. Era como si esa voz le hablara directamente al alma.
Al día siguiente, Hyun-Woo decidió cambiar de estrategia. En lugar de buscarla sin rumbo, dejó una nota en el lugar donde la había visto por primera vez, en la que decía: "Tu voz me encontró. Quiero escucharla otra vez. No soy alguien que promete vacíos. Solo un productor que quiere entender tu música. Estaré aquí mañana a las 8 p.m."