Melodías de sombras (cinco sentidos)

Capítulo 4

El bar en Itaewon estaba lleno esa noche. Las luces cálidas creaban un contraste con la fría lluvia que golpeaba las ventanas. Ji-Yeon, con la cabeza ligeramente inclinada, afinaba las cuerdas de su guitarra. El barullo de las conversaciones apenas le permitía escuchar los finos ajustes que hacía a cada nota, pero su experiencia le bastaba para confiar en sus manos.

Hyun-Woo había llegado temprano, buscando una mesa discreta desde donde pudiera observarla sin parecer intrusivo. Había algo en su presencia que lo hacía sentir inquieto, una mezcla de admiración y una necesidad persistente de descubrir más. Sin embargo, esta vez no solo quería convencerla; quería entenderla.

La chica se levantó cuando el encargado del bar le indicó que era su turno. Los murmullos cesaron cuando tomó el micrófono y dejó que las primeras notas suaves y melancólicas de su guitarra llenaran el aire.

La canción que eligió era distinta a las que el productor le había escuchado antes. Su voz, clara y profunda, estaba cargada de una emoción cruda, casi visceral. Las palabras hablaban de pérdida, de heridas que nunca sanan y de una lucha interna por seguir adelante.

Hyun-Woo sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las emociones que emanaban de su voz eran casi palpables: desesperación, tristeza, pero también un eco de resistencia. Cerró los ojos para dejarse llevar por la intensidad de la interpretación, cada palabra una confesión, cada nota una lágrima derramada.

Cuando la última nota se desvaneció, la joven dejó el micrófono con cuidado y se dirigió a su mesa habitual, ignorando los aplausos tímidos que resonaban en el bar. El hombre sabía que esa era su oportunidad.

—Esa canción... —dijo él mientras se acercaba a ella, incapaz de ocultar la emoción en su voz—. ¿Es tuya?

Ji-Yeon levantó la vista, visiblemente molesta.

—¿Por qué sigues aquí?

—Porque no puedo ignorar lo que acabo de escuchar. Eso fue... increíble. Tu voz, las emociones... Es como si estuvieras contando una historia que necesita ser escuchada.

Ella rio con amargura mientras apartaba la guitarra y contestó:

—Las historias no siempre necesitan ser escuchadas, Hyun-Woo. Algunas solo traen problemas.

—¿Problemas para quién? —preguntó él al inclinarse hacia ella—. ¿Para ti? ¿Para los que te rodean?

Ella apretó los labios, como si las palabras se quedaran atascadas en su garganta.

—Tú no lo entiendes —murmuró al fin—. No es tan simple como parece.

—Entonces, ayúdame a entender —insistió él—. Porque lo que sea que te está frenando, puedo verlo reflejado en tu música. Y no importa cuánto lo intentes, no puedes ocultarlo.

Ella se puso de pie de repente, con la guitarra colgando de un hombro e inquirió:

—¿Qué es lo que quieres, Hyun-Woo? ¿Quieres convertir mi vida en un espectáculo? ¿Hacerme cantar para que todos vean mis cicatrices?

—No —negó con la cabeza—. Quiero darte una plataforma para que transformes esas cicatrices en algo más. Tu música tiene el poder de cambiar vidas, Ji-Yeon. Pero primero tienes que dejarme ayudarte.

La tensión en el aire era palpable, los murmullos de los clientes del bar apenas perceptibles mientras el enfrentamiento se desarrollaba. La muchacha lo miró con fijeza, como si intentara decidir si confiar en él o no.

Por fin, sin decir una palabra, se sentó de nuevo, dejando caer su guitarra sobre la mesa.

—¿Quieres entender? —dijo, su tono desafiante—. Bien, entonces escucha.

Tomó el micrófono de la mesa y volvió al pequeño escenario improvisado. Los clientes del bar volvieron sus ojos hacia ella, expectantes. El productor se quedó donde estaba, observando con una mezcla de anticipación y desconcierto.

La joven comenzó a cantar. Esta vez, no había guitarra ni acompañamiento, solo su voz. La melodía era sencilla, casi infantil, mas la carga emocional era devastadora. Las palabras hablaban de una niña que había perdido su hogar, de una familia rota y de una soledad que había crecido como una sombra en su interior.

Hyun-Woo sintió que algo se rompía dentro de él. Era como si cada nota estuviera diseñada para atravesarlo, para exponer emociones que él mismo había intentado enterrar. No era solo una canción; era una confesión, un grito de ayuda disfrazado de melodía.

Cuando terminó, el silencio en el bar era absoluto. Ji-Yeon dejó el micrófono y volvió a su mesa, ignorando los murmullos que comenzaron a surgir a su alrededor.

El hombre la miró, incapaz de hablar por un momento. Por fin, se sentó frente a ella y exhaló lentamente.

—Nunca había escuchado algo así —dijo con sinceridad—. No solo es tu voz, Ji-Yeon. Es la forma en que haces que la gente sienta lo que tú sientes.

—Y eso es precisamente lo que me aterra —respondió ella, mirándolo fijamente—. Cada vez que canto, es como si estuviera abriendo una puerta que no puedo cerrar.

—Tal vez esa puerta necesita permanecer abierta —sugirió él—. Tal vez lo que llevas dentro es algo que el mundo necesita escuchar.

Ella negó con la cabeza, pero su expresión había cambiado. Había una chispa de duda, una grieta en la armadura que había construido a su alrededor.




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