El estudio estaba inusualmente silencioso aquella noche. Ji-Yeon y Hyun-Woo se encontraban trabajando en los últimos ajustes de una melodía que parecía resistirse a encajar. La frustración comenzaba a notarse en sus expresiones: él tamborileaba los dedos sobre la consola, mientras ella miraba fijamente la partitura como si tratara de descifrar un enigma imposible.
—Quizás deberíamos tomar un descanso —sugirió él, con un suspiro.
La chica asintió, dejando el lápiz sobre la mesa. Al moverse, su mano rozó accidentalmente la de Hyun-Woo. Ambos se congelaron, como si una corriente eléctrica los hubiera atravesado.
—Lo siento —murmuró ella al apartar la mano con rapidez.
El productor no respondió de inmediato. Sus ojos se fijaron en los de ella, y por un momento, el aire pareció volverse más denso. Era una sensación extraña, como si el simple contacto hubiera desenterrado algo escondido bajo capas de silencio.
Después de ese momento, la joven se retiró al sofá del estudio, intentando concentrarse en su respiración para calmar el repentino torbellino de emociones que sentía. Había algo en el chico que le resultaba inquietantemente familiar, una calidez que no había sentido desde... Min-Soo.
—¿Estás bien? —quiso saber él al acercarse con una botella de agua.
—Sí, es solo... estoy cansada. Eso es todo.
Él no insistió, pero notó el leve temblor en su voz. Se sentó a su lado, dejando un espacio prudente entre ambos.
—Creo que no solo tú estás agotada. Esta melodía nos está volviendo locos.
Ella sonrió débilmente, agradecida por el intento de aliviar la tensión.
—Tal vez la música nos está diciendo que nos tomemos las cosas con calma.
Ambos rieron con suavidad para que el hielo entre ellos comenzara a derretirse.
Más tarde esa noche, mientras revisaban las notas juntos, sus cabezas se inclinaron al mismo tiempo hacia la misma partitura. Sin darse cuenta, sus manos volvieron a tocarse. Esta vez, Ji-Yeon no retiró la mano de inmediato.
De repente, una serie de imágenes inundó su mente: un parque bajo la lluvia, risas compartidas, la melodía de una guitarra resonando en la distancia. Se llevó la mano a la frente al tambalearse ligeramente.
—¿Qué ocurre? —preguntó él, alarmado, sosteniéndola para evitar que se desplomara.
El contacto entre ellos intensificó las imágenes. Ahora él también sintió algo extraño: una sensación de pérdida, como si estuviera conectado a un dolor que no era suyo.
—Min-Soo... —susurró Ji-Yeon, antes de apartarse bruscamente y ponerse de pie.
El productor la miró, desconcertado.
—¿Qué tiene que ver él con esto?
Ella no respondió. Su respiración era rápida y su mirada estaba perdida. Sin decir una palabra, salió del estudio, dejando al chico con más preguntas que respuestas.
A la mañana siguiente, Hyun-Woo decidió que no podía ignorar lo que había sucedido. Buscó a Ji-Yeon en su apartamento. Cuando ella abrió la puerta, su rostro estaba pálido, con los ojos rodeados de sombras que delataban una noche sin dormir.
—No deberías estar aquí —dijo en voz baja, evitando su mirada.
—Ji-Yeon, no puedo seguir trabajando contigo si no hablamos de esto. Ayer... algo pasó, y no podemos fingir que no.
Ella lo dejó entrar a regañadientes. Se sentaron en la pequeña sala, con el silencio entre ellos tan denso como la noche anterior.
—No sé cómo explicarlo —comenzó ella, finalmente—. Pero cuando te toqué, sentí cosas que no eran mías. Recuerdos, emociones... de Min-Soo.
Él frunció el ceño.
—Yo también sentí algo. No puedo explicarlo, pero era como si... hubiera compartido tu dolor.
Ella lo miró, sorprendida.
—¿Tú también?
Él asintió al inclinarse hacia adelante y responder:
—Ji-Yeon, creo que hay algo más que nos conecta. Y no hablo solo de la música.
Ella lo observó con cautela, con su corazón latiendo con fuerza. Había algo en su tono, en su mirada, que hacía que sus muros comenzaran a derrumbarse.
A pesar de las dudas, ambos decidieron volver al estudio esa misma tarde para enfrentarse a lo que fuera que estaba ocurriendo. Él preparó una grabación improvisada, alentando a la chica a cantar lo que sintiera en ese momento.
Cuando comenzó a cantar, su voz era diferente. Había una vulnerabilidad que no había mostrado antes, una honestidad cruda que parecía arrancar las emociones directamente de su alma. El productor, desde la consola, sintió que cada nota se clavaba en él como una aguja, resonando con un dolor y una esperanza que no sabía que compartían.
Al terminar, ambos se miraron, incapaces de hablar. Era como si algo invisible los hubiera unido de una manera que ninguno de los dos entendía por completo.
—Esto es más que música, Ji-Yeon —dijo él al fin para romper el silencio.
—Lo sé.
Esa noche, mientras caminaban juntos por las calles iluminadas de Seúl, el ambiente entre ellos era más relajado. Por primera vez, Ji-Yeon dejó caer su guardia, permitiéndose disfrutar de la compañía de Hyun-Woo.