Sus manos cada nota tocan sin vacilar,
su música en el corazón navega sin cesar.
Volar, volar, volar,
hasta el cielo alcanzar.
Vuelan, vuelan, vuelan,
sus dedos como aves vuelan.
Su sinfonía el corazón alegra,
y sus melodías en el aire flotando se encuentran.
¡Oh! Dulce melodía,
eres tú mi dulce compañía.
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La niña de cabellos dorados toca el piano con destreza, sintiendo la música correr por sus venas. La melodía de la Sonata N° 14 de Beethoven invade sus sentidos. Sus espectadores sienten la pasión que fluye a través de sus mágicos dedos. El talento que ella posee es único y muy pocas veces visto antes. Su madre sabía que su hija era un prodigio musical, por esa razón decidió concertar una cita para que estudiara música en la Academia de Artes Musicales en el programa especial de niños y niñas prodigio. Estaba orgullosa. Además podía costear la matrícula y el programa especial, ya que era la esposa del uno de los dueños del mejor bufete de abogados en toda Inglaterra. El bufete O'Donell, reconocido por su prestigio y calidad en sus abogados especialmente entrenado para enfrentar cada desafío y por supuesto ganar cada caso por más complicado que sea. Nathaly O'Donell era la hija menor de cinco hermanos. Una numerosa familia con mucho poder político y económico en Londres y un apellido reconocido alrededor del mundo por sus negocios y acciones en otras empresas de alto rango empresarial y tecnológico.
Era obvio que su apellido le abriría muchas puertas en el futuro. Sin embargo, su talento haría callar las malas lenguas.
- Ella es un genio musical. Un diamante en bruto -dijo un joven de cabello negro y ojos azules con asombro-. Llegará a tocar en los mejores teatros del mundo si continúa así. Qué edad tiene?
- Seis.
- ¿Seis? -la mujer asintió con orgullo.
- De acuerdo -dijo decidido-. Yo la voy a entrenar para que mi padre la escuche y acepte enseñarle en su academia de niños y niñas prodigios.
- Muchas gracias, Ethan -dijo no muy convencida-. Yo sé que eres talentoso, pero preferiría que la entrenara alguien más capacitado. Un profesional. Sé que tienes buen oído, pero sólo eres solo un niño de trece años.
- Señora, sé que soy joven -dijo con elocuencia-. Pero soy el mejor para esto. Tengo los puntos a mi favor.
- ¿Cuáles si se puede saber? -dijo burlona.
- Por supuesto. En primer lugar -empezó-, mi padre me educó en el mundo de la música y lo conozco mejor que nadie, por lo que sé cuales son sus gustos y exigencias -puntualizó-. En segundo lugar, ella es una niña pequeña de seis años y por lo que me dice usted es muy tímida. Así que pienso que estaría mejor con alguien cercano a su edad que con un adulto ansiado, panzón e intimidante -dijo finalmente y levantó una ceja para enfatizar su punto.
- De acuerdo, tienes razón -admitió-. Tú ganas, Ethan. La dejo en tus manos.
- Y yo estaré encantado -lanzó una sonrisa de campeón.
Ethan Brown, hijo de uno de los mejores músicos en todo el mundo, quien tras su larga carrera levantó con sus propias manos, sudor y lágrimas una academia de música para descubrir nuevos posibles talentos en este bello y competitivo arte. Quien quisiera triunfar en el mundo de la música era obvio que manteniendo una buena relación con alguien que tenía importantes contactos podría llegar a ser alguien en el futuro, ya que hasta el momento el famoso Sammuel Brown nunca se ha equivocado en sus recomendaciones. Especialmente, si él pule con precisión, tiempo y mucho cuidado esa hermosa perla que muy pocas veces logra encontrar. Ethan se acercó a la pequeña quien no sintió su presencia por el sonido de la música sino hasta que escuchó su voz. Él notó que no había partitura alguna que ella pudiera leer. Se impresionó y preguntó:
- ¿Cómo es posible que una niña de seis años aprenda Claro de Luna de Beethoven y la toque a la perfección? -él siempre se caracterizó por ser muy directo.
La niña asustada dejó de tocar y apartó las manos de las teclas blancas y negras del hermoso y enorme piano de cola color negro. Bajó la mirada con timidez.
- No temas -dijo el joven con un todo dulce-. Sólo quiero ser tu amigo.
Sin decir una palabra, ella subió su mirada dirigiéndose a él; lo que le permitió admirar sus hermosos ojos azules. Aunque por alguna razón él sentía que no lo miraba directamente a él, sino que vio unos ojos vacíos, tristes, llenos de soledad. Esta pequeña nunca tuvo la dicha de tener un amigo.
- ¿Quieres decirme cómo aprendiste a tocar el piano sin partituras, Nathaly?
Ella solo extendió sus manos. Él no comprendió qué quería decir en eso. Ella nunca había hablando con nadie más que no fueran sus hermanos Daniel y Sebástian o sus padres. Él la miró desconcertado.
- ¿Qué sucede?
Reené O'Donell, su madre, se acercó a ambos y contestó la pregunta por ella.
- Es ciega de nacimiento.
- ¿Qué? -abrió los ojos como platos.
- Las partituras que usa están especialmente hechas en braille. Aunque la mayoría del tiempo utiliza su oído para tocar alguna canción -agregó con orgullo-. Tengo entendido que es muy difícil de hacer.
- Ni yo puedo hacerlo -dijo con asombro. La niña se sonrojó-. Bien, creo que podríamos empezar hoy -la madre complacida asintió.
Ethan tenía curiosidad por conocer el talento de esa niña que le había caído del cielo. Además de ser una niña realmente hermosa, tocaba el piano como un ángel. Y cantaba como uno, pero era otro de sus talentos ocultos que ella no quería sacar a la luz. Ese día Ethan se dedicó a analizar cada sentido de aquella niña de seis años que había llamado su atención. Le pidió que tocara de nuevo la sonata de Beethoven desde el inicio.