Melodías del Corazón.

Capítulo 4.

Oliver Coleman, un joven de veintiséis años. Siempre fue un buen estudiante con buenas calificaciones. Un chico atractivo, rubio y ojos cafés. Hijo de una familia reconocida, no muy adinerada pero respetable. Sus calificaciones de secundaria fueron tan altas que fue un apto candidato para una beca en la renombrada universidad de Oxford. Estudió arquitectura y ahora trabaja para una importante empresa en Londres.

Un chico muy experimentado, pero prudente. Todas sus relaciones fueron serias, ninguna fue una diversión para él. Su padre le había enseñado desde pequeño que las mujeres no son un trofeo que hay que ganar. No como otros hombres que sólo llegan, tocan y se van. Sus padres llevaban casi sesenta años de casados, eran personas muy mayores y, sobre todo, fueron un ejemplo a seguir para su único hijo. Su madre no podía tener hijos, así que ambos tomaron la decisión de adoptar uno. Oliver siempre supo que era adoptado y nunca quiso conocer a sus padres biológicos porque consideraba a su padres como propios de sangre y ellos a él.

Sus padres le dieron muchas cosas, pero nunca lo mal criaron. Supo lo que era el trabajo duro a los quince años para gastar su dinero en sus propios caprichos, de esa manera no sobrecargaba a sus padres, que tenían algunas deudas personales en ese momento. Por suerte Oliver tenía una beca en la secundaria, lo que restaba una carga económica a sus padres.

Ahora Oliver ayuda a sus padres ya pensionados y ellos aceptan su ayuda como un regalo, un agradecimiento por todo el amor que ellos le dieron desde el momento en que fue adoptado. La vida le dio a Oliver muchas bendiciones y nunca renegó de ellas. Las aceptó como un hermoso regalo. Siempre fue considerado un hombre muy trabajador y muy comprometido con su trabajo y con un gran futuro por delante, al menos es lo que opinaba su jefe quien pensaba dejarle su fortuna y la presidencia de la empresa algún día; ya que él no tenía hijos ni esposa ni otro familiar y consideraba a Oliver como propio.

Ahora le había encargado un trabajo muy importante para su buen amigo Sammuel Brown. Richard Martin y Sammuel Brown habían sido amigos desde la infancia, crecieron juntos y estudiaron juntos, y aún mantenían una sólida relación. Durante una cena de negocios entre ambos amigos y Oliver, Sammuel requirió los servicios de la empresa de de su amigo. Su academia estaba creciendo satisfactoriamente y ahora quería ampliar su negocio. Por supuesto que su buen amigo Richard no se negó a ayudar y le confió ese trabajo a su trabajador más fiel, Oliver Coleman.

Habían pasado tres semanas desde la última vez que se vieron. Oliver estaba en su oficina con grandes ventanales y una magnífica vista directa al famoso Big Ben. Estaba de pie contemplando la vista cuando sonó el teléfono. Era su jefe Richard quien le estaba diciendo que debía ir a visitar la academia de música de su amigo Sammuel, ya que éste quería empezar los preparativos lo más pronto posible porque tenía a muchas personas en la lista de espera que deseaban entrar a la academia el año entrante.

Oliver dijo que llamaría a Sammuel para ver si podía ir en una hora, así podría revisar el local y comenzaría hacer los planos según las necesidades y las exigentes peticiones de su nuevo cliente. Sobre todo quería que todo quedara impecable porque se trataba del mejor amigo de su jefe y no quería quedar mal con él. Oliver, sin duda alguna era el hombre indicado para el trabajo por ser un hombre muy detallista. Llamó a la academia y una mujer atendió la llamada, era Marta la secretaria; ella lo comunicó con la oficina de Sammuel y éste contestó. Oliver le explicó la situación y Sammuel le dijo que fuera en una hora, que allí estaría; Oliver complacido se despidió de él y se fue lo más rápido que pudo en el auto de la empresa.

Al llegar, utilizó las escaleras para así comenzar con su análisis sobre la infraestructura del lugar. La pintura era nueva, las gradas tenían pequeñas grietas y las sólidas paredes estaban firmes como debían estar. Tocó cada rincón con sus manos sintiendo el asfalto sobre su piel. Para él la arquitectura era un arte que perduraba casi toda la vida y que había que apreciar, admirarlo con los ojos de un artista enamorado de su obra. Llegó a la oficina de Sammuel y antes tocar la puerta escuchó una hermosa melodía que provenía de la habitación contigua. Se acercó despacio para escuchar de cerca y le nacieron ganas de entrar. En ese momento venía llegando Sammuel quien estaba en una de las clases escuchando a un grupo que practicaba para un recital de ballet que daría inicio la semana siguiente.

Sammuel gritó su nombre y éste reaccionó con un pequeño salto. Ambos se saludaron con un apretón de manos y entraron en la oficina para comenzar su reunión. Luego de una media hora, el hijo de Sammuel entró sin avisar y avergonzado se disculpó por su inesperada intromisión. Sammuel le presentó a Oliver a su hijo Ethan y viceversa. Ambos se saludaron con un apretón de manos y una amigable sonrisa. Sammuel le dijo a Ethan que Oliver iba a venir seguido por la obra de expansión de la academia y estaría siguiendo el proceso desde muy cerca. Ethan le dio una bienvenida y se ofreció a mostrarle en detalle el lugar y Oliver aceptó.

Al volver a la oficina de Sammuel, Oliver escuchó la hermosa melodía de nuevo y por curiosidad le preguntó a Ethan quien tocaba aquella canción. Ethan respondió que la mejor pianista de la academia. Le dijo que la pieza era de un famoso músico llamado Franz Liszt, Un sueño de amor. Le dijo que ella era la única persona que había escuchado en toda su vida con un talento tan grande como el que ella poseía. Era única e incomparable. Ethan lo invitó a conocerla y éste aceptó, dijo que sería un honor ser testigo de su talento. Ambos entraron en la habitación y el sonido del piano inundó sus oídos con la hermosa melodía.

Oliver admiró su largo cabello rubio caer como cascada sobre su espalda hasta la cintura. Su cabeza se movía con cada tecla que ella tocaba. Con sus ojos cerrados sentía las ondas sonoras vibrar en su cuerpo. Se sentía como en un trance musical, como si se hubiera transportado al País de las Maravillas donde todo está bien y ella es feliz, sonriendo y sin preocupaciones, bailando y corriendo. La chica de cabellos dorados estaba perdida en sus pensamientos y lo transmitía con cada nota. Al terminar de tocar la hermosa canción, Ethan aplaudió y Oliver le siguió.



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En el texto hay: musica, romance, drama

Editado: 10.02.2021

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