La música recorría los pasillos, inundaba las habitaciones y resonaba en los oídos. Las paredes bailaban con las ondas sonoras, las ventanas lloraban y las escaleras gemían. Sus dedos danzaban sobre las teclas del piano y su cabellos dorado se agitaba un poco. Sus venas ardían y su corazón corría a toda velocidad. Su estómago mariposas sentía y su cuerpo temblaba. Con el alma partida tocaba el piano y sus melodías llegaban hasta el jardín entristeciendo al mismo sol.
Estaba sola en casa, con las luces apagadas y el sol se extinguía poco a poco conforme seguía tocando su triste melodía. El cielo rugía, pero ella estaba concentrada en su música y nada más. Los empleados contemplaban su talento y bailaban a son de River flows in you de Yiruma. Sus latidos se aceleraban y ella bañaba sus corazones como las gotas de rocío en las rosas del jardín. Marcus maravillado escuchaba sentado en el marco de la puerta y las empleadas limpiaban la casa con los ojos cerrados sintiendo la música fluir por su cuerpo. Sintiendo el frío invierno a mitad de julio, crecer en sus venas. La música atravesó los corazones más débiles con facilidad.
Estaban felices de escuchar por fin a la señorita Nathaly tocar. Extrañaban esa hermosa cualidad de ella el tocar improvisadamente. Se sentían como en un concierto de música. De esos a los que ellos no podían costear, pero que disfrutaban escuchar. La lluvia comenzó a caer despacio sobre la tierra, el asfalto y las flores. Mojaba la piscina vacía y el vivero que con tanto amor cuidaban los bien pagados jardineros. Arthur O'Donell se fue de casa por unas semanas para atender algunos negocios en el extranjero. Después de la muerte de su padre, la casa estaba más silenciosa, no habían discusiones entre él y su ex esposa Esther Bullock. La anciana se había ido a una de sus múltiples casas en Europa, nadie sabía cual de todas. Casi no llamaba a casa. Tan sólo necesitaba tiempo para superar la muerte de su amados Franklin, que a pesar de todo ella amaba con todo su corazón. Siempre fue el gran amor de su vida y sus discusiones eran sólo una excusa para estar cerca de él.
Nathaly fue la más fuerte de todos en la familia. Ella empezó a tocar el piano por primera vez en mucho tiempo cuando su abuelo se lo pidió antes de morir. Ella le tocó su melodía favorita de Franz Schubert, Sonata D. 958. Todos comenzaron a llorar cuando vieron partir a Franklin despacio con una sonrisa en el rostro mientras escuchaba a su nieta tocar hasta que dio su último aliento. Ella no se dio cuenta y continuó tocando después de que él había pasado a mejor vida en la mitad de la canción. Su padre trató de detenerla, pero ella le imploró que la dejara tocar hasta el final. Y así lo hizo. Tocó hasta el el final. Sin derramar ni una sola lágrima. Al terminar se fue a su habitación y se quedó de pie frente a la ventana y se sintió feliz al saber que su abuelo tenía razón. Ella debía continuar con su carrera porque eso era lo de ella.
Al pasar un tiempo prudente, ella tomó la sabia decisión de regresar.
Ahora estaba feliz en la academia. Estaba en paz consigo misma al estar de regreso haciendo lo que más amaba en el mundo. La música. Su pasión, su alegría y su tristeza, la cura a todos sus pesares, la sensación más hermosa en el mundo entero. Era lo único bueno que ella sentía que hacía bien, porque lo amaba más que a su propia vida. Después de tanto tiempo sin ella, ahora sentía que sin la música no sería nada. Como si le quitarán un parte de su esencia. Una parte de su alma. No podría dejarla escapar nunca más porque no tenía nada más.
La chimenea estaba encendida y ella sentía su calor en la piel. El sudor en su frente se resbalaba por sus sienes, pero eso no la detuvo. Ahora interpretaba la canción favorita de su abuelo, la misma que había tocado antes de morir. Ahora más que nunca sentía su presencia cerca de ella. Marcus notó su cansancio y se fue a la cocina para traer un poco de agua fría para Nathaly. Sentía que le hacía honor a su memoria. En ese momento recordó aquellos días en lo que su abuelo la hacía reír con cada ocurrencia. Recordó la primera vez que tocó su rostro sin muchas arrugas. A pesar de su edad era un hombre que se conservaba muy bien, aunque su corazón era débil pero era algo de nunca admitiría en voz alta. En cambio Esther Bullock era una mujer anciana que siempre tenía problemas cardíacos. Había estado hospitalizada en varias ocasiones y la familia O'Donell pensaba que ella moriría primero. Son extraordinarias y confusas las vueltas que da la vida, ¿no? Franklin O'Donell murió un cuatro de febrero a las tres de la madrugada, en la paz y tranquilidad de su hogar con su familia y escuchado por última vez a su nieta tocar el piano.
¿Acaso había algo mejor que eso? No lo creo.
Sentía su vida fluir como un río tan rápido y tan vacío con cada tecla que presionaba sobre el piano. treinta minutos seguidos sin parar. Más de mil notas tocó sin cesar. Su vida resumida en una sola melodía. Su vida comenzaba a tener sentido ahora. Estaba dispuesta a dejar ir el amor de su vida para siempre y darle la oportunidad a uno nuevo. Oliver la hacía reír y nunca derramaba una lágrima al pensar en él. Por otra parte, pensar en Ethan le dolía. Era un dolor tan fuerte en el pecho que no soportaba más ese sufrimiento. Pensar en él y en su boda con Melissa Smith era una tortura para su corazón. Sentía que tomaban su corazón y los trituraban una máquina sin piedad. Su sólo recuerdo era el más grande de los castigos. Una penitencia que debía pagar por su cobardía.
Sin embargo, su nombre estaba incrustado en su mente y en su corazón. Era como si por más que intentara no pensar en él, más pensaba en cómo sería su rostro, cómo se sentirían sus labios contra los de ella, cómo sería su piel. Eso era lo que más le dolía de todo: el saber que nunca fue para ella y que nunca lo será. Eso lo tenía más que claro. Aún así, por un lado le costaba dejar ir aquellos recuerdos que la hicieron llorar, pero que también la hicieron reír; porque le dolían en lo más profundo de su pecho, pero debía dejarlo ir y aprender a vivir sin ellos.