Terminada la primera instrucción de la mañana con un grupo especialmente numeroso, Eunbi todavía maquinaba tratando de recordar si había declarado los 57 estudiantes en el orden correcto o si había mezclado los nombres en el proceso.
Mientras tomaba la asistencia en la entrada y las voces de los alados se mezclaba uniformemente como una sola traza da murmullos ininteligibles, sufrió un desconocido dolor en la base de la mandíbula por lo nervios. Se aseguró de preguntar por el nombre de todos los ángeles en cuatro ocasiones y, tan irritada como estaba por tener que repetir el trabajo, no le importó dar las instrucciones a grito limpio ante los ojos sorprendidos de sus colegas.
Durante los cinco meses que llevaba ejerciendo en la famosa posición de registro oral se había ganado la fama de ser una de las instructoras más alegre y permisivas, pero ese día en particular los reclutas tuvieron que saborear las bofetadas de su voz rabiosa.
Sin embargo, pasadas las primeras horas de ejercicio y después de que los alumnos se pusieran en regla, el ambiente se distendió lo suficiente como para que Eunbi volviera a bromear con sus compañeros.
Los ángeles prefirieron mantenerse a raya solo por precaución.
Para el final de la actividad, Hwang Eunbi había regresado a su cálida y despreocupada actitud de siempre, bromeando a carcajada limpia con su compañero Jerónimo.
—¿Ya tienes la lista de mañana, Hwang? —consultó repentinamente, después de casi caerse de la risa con las ocurrencias de su amiga.
Eunbi aún estaba intentando nadar fuera de las risotadas para hablar con normalidad.
—Aún no —su voz aún estaba temblorosa, risueña—. La Escriba estaba muy ocupada cuando fui a darle el reporte, así que me hizo recitar los nombres y me dijo que me fuera.
Jerónimo abrió la boca exageradamente, configurando una expresión tan jocosa que la chica estuvo a segundo de volver a ahogarse en risas.
Habían estado bromeando por tanto tiempo que incluso la respiración del muchacho le parecía divertida.
—¡Que dulce de su parte! —exclamó el chico, sin lograr ponerse serio del todo.
—¿Verdad? —replicó de inmediato, resoplando ligeramente indignada—. Espero que no nos toquen nombres extraños en el primer turno de mañana.
—No te preocupes. Soy el traductor oficial.
Pasearon un rato más por los alrededores de la caseta de vigilancia principal, hablando de cualquier nimiedad para recomponerse.
Entonces apareció la Guía en jefe desde una de las portezuelas laterales.
—¡Señorita Hwang! —la saludó con suma energía, haciendo a Eunbi saltar del espanto. Sus alas revolotearon inquietas, pero no lograron levantarla de la superficie esponjosa—. Me alegro de encontrarla por aquí.
La muchacha tomó con firmeza la credencial que colgaba de su cuello y se obligó a poner la expresión más profesional posible, aunque seguramente el tono rojo causado por las risas seguía prendido de sus mejillas.
—Buenas tardes. ¿Me necesita para algo?
La mujer rió encantada y agitó ambas manos en el aire, como si intentara disipar un poco de la formalidad que había adquirido el asuntó.
—Ni hablar, estás en tu hora libre —comentó en un tono incluso más alegre que el anterior, con una amplia sonrisa plasmada en la cara—. Es solo que me encontré con tu novia cerca de la zona de entrenamiento juvenil y me enteré de su pequeño milagro.
El corazón de Eunbi pareció detenerse por un momento y luego regresó a latir un poco más acelerado. Su rostro se quedó a medio camino entre una expresión seria y una genuinamente confundida.
—¿Cómo dice?
Yerin estaba trabajando, ¿verdad? No había posibilidad de que ella volviera antes del anochecer.
Ser Guardián era una tarea que demandaba toda la jornada, sin excepción.
—¿Fui muy efusiva? —la voz de la mujer sonó un tanto avergonzada esta vez. La reacción de su empleada era muy distinta a la que esperaba—. Sé que soy tu jefa, pero siempre es lindo enterarse de este tipo de noticias.
—Señora, no sé de que habla.
La Guía en jefe resopló ante lo que suspuso era una afirmación bastante absurda.
—Eres más tímida de lo que pensaba, pero no tienes de que avergonzarte —se acercó y pasó una de sus manos en el hombro de su interlocutora, dando suaves palmaditas antes de retirarse—. Solo quería extenderte mis felicitaciones.
Cuando la mujer se fue de regreso a su posición de vigilante, la joven quedó helada en donde estaba, tratando de darle sentido a las palabras que acababa de oír.
Para empezar era imposible que Yerin estuviera allí a esa hora, especialmente para dar un largo e inusual paseo por la zona que solo solían frecuentar ángeles jóvenes que aún no aprendían lo necesario para realizar labores independientes.
La castaña ya no cumplía funciones de ese tipo en lo absoluto.
Además, ¿por que la presencia de su amada en los alrededores era motivo de felicitaciones de su propia jefa?
No podía dejar de pensar en lo extraño que era.
—Eunbi —la interrumpió Jerónimo después de un rato—, ¿me estoy perdiendo de algo?
La chica se dio la vuelta para verlo, descubriendo la misma expresión en blanco que imaginaba en su propio rostro.
—Creo que sí —contestó como reflejo, llevando una de sus manos a la cabeza para rascar la nuca—. Y parentemente también yo. ¿Te molestaría acompañarme a la... ?
—Claro que no —la interrumpió con un tono comprensivo, poniendo una de sus manos en su hombro para comenzar a caminar—. Yo también tengo curiosidad.
Ambos se pusieron en marcha hacia el ala izquierda, un lugar en el que la chica no ponía un pie desde que Yerin le había enseñado a volar por primera vez y se había dado cuenta de que ya no sería capaz de vivir lejos de ella.
Había cambiado bastante.
Recordaba que cuando ella había llegado en el cuerpo de una adolescente de 17 años, el lugar tenía barreras de seguridad para evitar accidentes de vuelo y un centro médico para tratar las heridas propias del crecimiento de alas, pero ahora el recinto estaba completamente a la intemperie.