Memoria [au Sinrin]

Cuando dos almas se encuentran

Era la fecha en que los juveniles comenzaban sus lecciones de vuelo con las alas definitivas y era común que ese día todos los chicos se movieran alborotados, esperando impacientemente ser llamados por sus instructores, pero Eunbi sentía tantos nervios que apenas podía mezclarse con sus compañeros en la paltaforma de espera.

La noche anterior había dado más vueltas de las que necesitaba para estar cómoda, comprobando si alguna postura lastimaba lo suficiente como para escapar al ala médica y posponer su entrenamiento por otro ciclo más. Sin embargo, tal y como lo había declarado su médico de cabecera el día anterior, estaba completamente sana.

Hace horas que uno de sus compañeros le estaba hablando de lo genial que sería volar "en serio" y el solo sonido de su fraseo acelerado agigantaba su vértigo.

Solo el eco maximizado de las pisadas de la cabecilla del centro de cuidado de juveniles la trajo de regreso a la realidad.

—Ustedes dos —anunció con voz imponente, acercándose hasta casi respirar sobre sus cabezas—, por aquí.

Sin esperar una respuesta, la mujer de cabellera negra e interminablemente larga comenzó a caminar de regreso a las casetas auxiliares, en donde todos los reclutas desaparecían para jamás regresar a la zona de apoyo.

El muchacho que debía ir con Eunbi la tomó de la muñeca inmediatamente y tiró de ella a la velocidad de sus ansias, caminado a grandes zancadas y tropezándose con todo el mundo en el proceso. El cuerpo de la chica saltaba de un lado a otro tras de él, sus alas ancladas a la espalda como un lámina de acero.

Cuando llegaron al portal de los pequeños cuartos de madera, la mujer golpeó la puerta y esperó en una postura muy solemne.

El muchacho se detuvo directamente tras ella, soltando el brazo de su amiga.

—¿Ya llegaron los maestros? —consultó con un tono de voz extremadamente alegre.

La jefa de las cuidadoras se volteó a verlo con una sonrisa.

—Sí, así que sean buenos —se inclinó cerca del muchacho hasta que su aliento bañó el contorno de su oreja—. No queremos dejar una mala impresión de la guardería, ¿verdad? —la adulta planeaba que su advertencia fuera más larga, pero la figura de un ángel joven apareció en la mitad del portal, interrumpiendo sus intenciones. Se incorporó—. Esperen aquí.

En cuanto la mujer de ojos violeta se acercó a intercambiar un par de palabras silenciosas con su colega, el chiquillo se alejó varios pasos para susurrar únicamente a su compañera.

—La directora da miedo a veces.

Eunbi no dijo nada. Ni siquiera estaba totalmente consciente de la situación. Todo lo que quería era escapar y esconderse detrás de alguna pared hasta que alguien notara su ausencia, de preferencia cuando fuera demasiado tarde como para incluirla en el proceso.

De pronto, la mujer se volteó jubilosa hacia el mayor de los dos adolescentes.

—Charles, ven conmigo.

El chico tragó saliva ruidosamente y se acercó a pasos precavidos hacia el portal, desde donde el muchacho rubio lo guió hacia los corredores tomándolo suavemente por los hombros. La directora los siguió desde atrás.

Desde ahí el tiempo pasó terriblemente lento y la muchacha apenas podía mantenerse quieta, con las alas cada vez más contraídas y pequeñas. Se abrazó a sí misma, intentando obtener un poco de calma, pero en el instante en que sus dedos tocaron la zona desnudas de los apéndices dorsales, volvió la inquietud como una comezón insoportable.

¿Le tendrían que hacer un examen físico?

Su cabeza daba vueltas de solo pensar en la posibilidad.

Ya había tenido a suficientes personas tocando sus alas como si fuera una zona de pruebas.

—Eunbi —sintió que la voz gentil de la directora la llamaba hacia la puerta, aunque no la miró de inmediato—, es tu turno.

La chica fue llevada dentro como un monigote y no hizo ninguna pregunta cuando la dejaron abandonada al final del pasillo, en frente de una pequeña portezuela blanca con un número que no se molestó en leer. La miró por bastante tiempo, tratando de decidirse entre tocar la hoja pintada o salir corriendo a algún sitio en el que la verían inmediatamente y la llevarían de vuelta a su módulo.

No era tonta.

Pensando en las pocas posibilidades que tenía de evitar lo que se supone que debía suceder, se dispuso a tocar la puerta con la mano moldeada en un puño muy apretado.

Del otro lado se escucharon unos pasos muy acelerados e inmediatamente después, la hoja fue abierta de un brusco movimiento.

Eunbi pensó que se encontraría con la maqueta de la doctora Park. Se imaginó que vería los mismos lentes redondos, el mismo cabello negro y desaliñado, con la misma vieja túnica médica manchada con "definitivamente no es sangre, no te asustes Eunbi" y los mismos artefactos desfasados a su espalda, lista para hacer un comentario desatinado sobre su alas huesudas.

En resumen, lo que esperaba era un terapeuta promedio. Un médico, si se quiere.

Sin embargo, estaba completamente segura que la figura que se mostraba ante ella estaba muy lejos del arquetipo en el que había transformado a la señorita Park.

En cuanto se abrió la puerta, la primera cosa que llamó su atención fueron un par de ojos oscuros que la miraban chispeantes, como si la hubiera estado esperando durante horas y ahora su presencia le alegrara el día. La desconocida comodó su cabello trenzado con una pequeña sonrisa abochornada y contempló a la recién llegada, intentando no hacer obvio el barrido que quería hacer sobre su pequeña figura.

Había tenido la suerte de verla un par de veces cuando decidió hacer el voluntariado con los ángeles más jóvenes y, aunque le parecía incorrecto admitirlo en voz alta, su belleza la dejó sin aliento desde el primer instante. Por eso, cuando le dieron la lista de sus estudiantes y vio su fotografía en la ficha, casi se evaporó en su puesto de la anticipación.



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En el texto hay: angeles, amor, almasgemelas

Editado: 05.03.2023

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