A veces, camino por la ciudad y la gente me mira como si me conociera. A veces, alguien susurra el nombre “Samuel” cuando paso.
Pero yo sigo siendo Elías.
O eso me repito.
Y en las noches… cuando la lámpara oscila suavemente sobre mi cama, escucho su voz.
—Gracias… por recordarme.
Y el silencio me abraza, con una tristeza que ya no me asusta.
Porque aunque nunca fui él,
ahora soy la memoria del alma que nunca fue.