Memoria rota

Capítulo 4

Fin de semana. La verdad no le veo lo divertido a los fines de semanas. Muchos tienen esos dos días libres para salir a pasear con treinta grados en la calle, comer algo posiblemente dañino en puestos de comida, gastar dinero en prendas que dejarán de usar en un mes. Yo no me doy esos lujos. Los fines de semanas, para mi, son para cocinarles a mis hermanas, salir a hacer el mercado de la semana, asear el refugio por completo, lavar toda la ropa que tengo sucia junto con la de mis hermanas y terminar antes de hacer la cena. Por los momentos hoy me dedicaré al desayunos, las compras y la cena. Mañana me encargo del lavado y aseo. Eso es.

 Haciéndose un cuarto para las cinco, acabé de preparar el desayuno y me fui a alistar. Entré con cuidado en mi habitación, procurando no despertar a mis hermanas, para vestirme e irme al mercado. El silencio que inunda mi habitación hace que me sienta pesada y mi corazón palpite a la misma velocidad que en aquel día. Se ha vuelto un trauma aquel acto de violación. Ya mis pesadillas me persiguen con ese momento y oír un mínimo ruido en un momento de silencio hace que llegue a un nivel de locura intenso.

 Una vez lista, caminé el kilómetro que debo recorrer a oscuras para salir del refugio, tomo un taxi que me deje en el centro de la ciudad, donde el supermercado que frecuento se encuentra. Indagando en los pasillos con un carrito, tomo lo necesario para la semana. Para el desayuno, el almuerzo, la cena, y también algunos productos de limpieza. Pasando por el pasillo de víveres varios, en un estante se encontraba una caja de choco-chip gritándome a gran voz "Cómprame". Amo ese cereal, y verlo allí lo hace lucir mas hermoso... Pero no puedo comprarlo. No por mi, sino por mis hermanas. Si lo compro debo comprar para todas y no me alcanza.

Adiós mi codiciado choco-chip.

—¿te gusta ese cereal?

 Brinqué pegando un chillido muy agudo y fuerte. Oh mierda. Es el chico de la cafetería.

—¿te asuste? –se ríe ligeramente.

—sí, un poco. –carraspeo un poco mi garganta y bajo mi mirada algo sonrojada.

—¿lo querías comprar? –pregunta señalando la caja de cereal.

 Levanto mi mirada de golpe y la llevo en dirección al cereal.

—sí. –titubeo mirando a sus acaramelados ojos. –¡Pero ya no! –desvíe mi mirada de la suya y me separé un poco de él, ya que me ponía nerviosa tenerlo muy cerca mío.

—¿porqué no? Vi cómo sonreias al verlo. –sonríe dulcemente.

—e..es que no tengo suficiente para comprarlo. –jugueteé con la canasta que traía en manos.

 Estoy hablando con un extraño que me pone de nervios.

—entiendo.

 Se cruza de brazos, mira el estante, frunce el ceño pensativo. Me encantó eso. Luego de diez segundos mirando aquel cereal, toma la caja y la pone en mi cesto.

—yo lo pagaré. –pronuncia al fin, haciendo que mis cuatro litros de sangre me suban a las mejillas.

—oh, no. Lo siento. N..no podría aceptarlo. –me coloqué totalmente nerviosa. Tal vez demasiado. Avergonzada, regresé la caja a su lugar.

—tranquila. –lo vuelve a tomar y colocar en mi cesto. –Yo quiero pagarlo.

—es que... No te conozco y es muy extraño recibir algo de un... Extraño. –tomo otra vez la susodicha caja y la regreso por enésima vez.

 Él se ríe tiernamente.

—bien, si lo dices así. –extiende su mano hasta mi. –soy Cristopher.

—e..es un placer. –le correspondo el saludo extendiendo mi mano, regalándole media sonrisa. –soy Anaís.

—es un hermoso nombre, Anais.

Me hizo sonrojar de nuevo.

—Ahora, te compraré ese cereal. –lo toma, esta vez sin dejarlo en mi cesto, sino que lo lleva directo a la caja registradora para pagar.

—¡oye! Espera.

 Caso omiso me hizo.

—¡En serio, no tienes que hacerlo!

—¡pues es mi dinero y yo quiero comprártelo! –me responde de lejos.

 Lo veo llegar a la caja donde había una fila larga. Bufé por tal terquedad. Caminé a paso trote hasta otra caja registradora con una fila más corta, esperé allí hasta terminar de pagar mi compra e irme antes que él lo haga.

 Yo por mi parte terminé mis compras, rápido, pagué y salí en busca de transporte casi corriendo. No quise aceptar de su dinero el cereal, no me gusta ese tipo de obsequios por parte de un extraño. Entonces huí antes de que me lo diera, pero no funcionó.

—¡oye, Anais!

 Giré sobre mis talones y lo vi con mis ojos a punto de explotar. El se acercó a mí corriendo.

—olvidaste esto. –me da el cerial con una linda sonrisa.

—tu... En serio eres insistente. –negué con la cabeza.

 Él por su parte soltó una pequeña risa y yo le seguí igual. Con un buen trago de aire tomé aquel cereal

—gracias.

—no es nada. –me guiña un ojo. –Fue un placer.

—supongo que igual. –le sonreí por educación. –bueno, adiós.

—espera. Puedo llevarte a tu casa en mi auto, si quieres. –se rasca la nuca un tanto avergonzado.




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