Memoria rota

Capítulo 5

Hace ya unas semanas que no duermo bien a causa de las pesadillas, y entré en un estado de depresión terrible. La semana pasada me enfermé de tanto llorar, fue inútil porque a la final no conseguí entrar a esa universidad. Mi plan B, ahora, es trabajar más turnos en la cafetería y hacer un fondo para buscar una universidad que pueda pagarla o que me pueda dar una beca.

 Me levanté a cambiarme para hacer el desayuno, eran vacaciones de verano y normalmente me tocaba hacer el desayuno y la cena. Luego tomaba el turno del medio día hasta las 7:00pm en la cafetería. Sólo por hoy, le pediré a liz que me de otro turno, puede ser en la mañana.

 Voy a la cocina, preparo lo necesario y comienzo a cocinar. Acabé el desayuno y de limpiar la cocin haciéndose las 11:00am, me alisté lo mas rápido posible y tomé un bus que me llevara a mi trabajo. En el camino iba muy distraída, un tanto mareada y desayuné muy poco. No cargaba nada de hambre. Aún así tengo nauseas.

 Al fin llegué al trabajo, y aunque me estaba muriendo de los mareos en el bus, entré a la cafetería y me puse a trabajar.

 Las semanas pasaron así de normal, trabajo, torturas, sensaciones extrañas. Vi un par de veces a Cristopher, se me ha acercado las veces que me distraigo y hemos hablado, pero en cuanto el miedo me toma lo evito completamente. Incluso en estos días se hizo mi acto de graduación. No fui, pero sí recogí mi título en dirección. Me hicieron miles de preguntas, las cuales ninguna respondí. Todo normal.

***

 Limpiaba las mesas para iniciar el día, cuando el aroma del café tostado se infiltró en mi nariz, provocando en mí un asco brutal. La comida se me vino y salí corriendo al baño tapando mi boca.

 —¿Anaís? ¿Estas bien niña? –oí a lizy tocando la puerta en un tono preocupado.

 No podía responder. Solté todo lo que mi estómago tenía.

 —¡si! Estoy bi..

 No terminé mi frase cuando volví a vomitar. Realmente estoy muy mal.

 Lizy empujó la puerta y entró conmigo.

 —cariño, ¿estas enferma? ¿Te sientes mal? –toca mi frente y mis mejillas, inspeccionando mi temperatura.!

 —no lo sé. Tengo nauseas desde hace días y mi nariz está muy sencible. Muchas cosas me dan nauseas –suspiré cansada. –Creo que no estoy bien. –me levanté de allí y enjuagué mi boca.

 —deberías ir al doctor, linda. Nunca te habías enfermado así.

 —si, lo sé. Iré mañana. Debo terminar de trabajar. –asentí dispuesta a salir.

Lizy toma mis hombros y me detiene en seco.

 —no.-suelta así de simple. –Ve a casa. No puedes trabajar así. Enfermarás a los demás

 —pero..

 —pero nada. Ve a casa. –señala la puerta en una postura firme.

 Me doy la vuelta a regaña dientes y busco mis cosas para irme.

 Obedecí a lizy y me fui a casa a recuperarme de las nauseas. Tenía mucha razón, no puedo estar trabajando en mi estado, pero me es necesario trabajar ahora.

 Al llegar a casa Karen no tardó en colmar mi paciencia.

 —¿qué demonios haces aquí? Deberías estar trabajando.

 —me siento muy mal. Mi jefa me dejo ir hasta que esté bien.

 —estás mintiendo. –afirmó descaradamente. –siempre eres así. Te haces la víctima para faltar al trabajo. Eres una mentirosa. –tomó mi brazo bruscamente y yo me solté con fuerza.

 —¡yo no soy mentirosa, madre! –la miré con firmeza. No dejaría que ella me llamara como le dé la gana.

 —¿sabes qué? Estás castigada. Sube y encierrate en tu maldito cuarto, ahora.

 —de todos modos lo iba a hacer. –contraataqué mientras subía.

 Me recosté sobre la cama frustrada, mirando hacia el techo un par de minutos. Traía mucho estrés. Parpadee un par de veces, quedándome completamente dormida.

***

 —mosquita muerta.

 Abrí mis ojos de golpe tan pronto oí aquel irritante sonido. Mi corazón se apresuró a golpear mis costillas, al punto de querer hacer un agujero en mi costado. Demonios.

 —Ya es tu turno de hacer la cena. –me dice Lola, parada como si nada delante de mi cama.

 Demonios. Casi muero del susto.

 —¿qué hora es? –estiré mis brazos con un bostezo enorme.

 —las 7:45pm.

 —¿qué?-me ahogué con saliva. –¡es muy tarde!

 Me paré como un rayo y cambié para ir corriendo a la cocina. Entré lo más rápido que mi cansancio m permitió, me coloqué un delantal para cocinar y empecé a poner los ingredientes.

 A medida que agregaba especias el olor que emprendía era insoportable para mi estómago. No es por presumir, pero yo no cocino tan mal. Pero esta vez, de alguna manera extraña, ésta me cayó mal y volé a vomitar al baño.

 Debería ir al hospital antes de que tenga una enfermedad terminal. Estas nauseas repentinas no me parecen normales. ¡Han pasados casi una semana desde que comencé con ellas!

 —¿qué sucede, Anaís? –me sorprende Olivia, una de mis compañera de cuarto. –Te vez pálida.




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