Memoria rota

Capítulo 7

Nadie llegaría a pensar que la persona que acabas de conocer en una cafetería y que ni siquiera sabes qué clase de persona es te llevaría a su casa.

 ¡Por Dios! Solo sé su nombre. No sé si es un chico pervertido que me quiera convertir en su esclava, o un chico obsesionado con el cabello de las rubias, que busca una chica para seducirla y luego quitarle su cabello.

 ¡Ay Dios! ¡Soy rubia!

—¿estás bien?

 Mi mente se desplomó cómo un yunque tan pronto desperté con su pregunta.

—¿yo?

—no hay nadie más en el auto. –rió levemente.

—claro. –me tensé de pronto y solté un poco de aire. –estoy bien.

 Demasiada incomodidad entre ambos. Veía de reojo a Cristopher y estaba muy serio, sin quitar la vista del frente. No podía quedarme tan callada cuando él me salvó de mi intento de suicidio, será mejor que diga algo para romper el silencio.

—eh... Gracias por salvarme de... De mí misma. –solté con mi voz super aguda temblorosa.

Cristopher volteó a verme con una ceja levemente arqueada. Al notar mi sonrojo me quitó la mirada de encima.

—aún no entiendo porqué lo ibas a hacer.

 Mordí mi labio inferior. No veía la necesidad de contarle a cualquiera lo que vivía. Él notó eso en mi silencio.

—ya veo. No confías en mi ¿cierto?

—es... Es que aún no te conozco. —respondí con la mirada por los suelos. Se limitó solo a sonreír ligeramente.

—entiendo. Entonces podremos conocernos bien a partir de ahora.

 "A partir de ahora". No sé a qué se referirá, pero tan solo imaginarme posibles escenas me pone la piel de gallina.

***

 Llegamos a un edificio gigantesco, más grande que el refugio de hecho, me sentía muy rara al ver un edificio tan lujoso, no sabía si vivía con sus padres y tal vez no les guste que una cualquiera llena de sangre, sucia y mojada pase la noche con ellos.

—vamos. –me pidió con un gesto que lo siguiera.

 Me bajé rápidamente para estar a su lado por si me encuentro con sus padres. Apenas pisamos la planta en donde vivía quedé maravillada por lo hermoso del apartamento. Un piso completo solo para él. Miraba a mi alrededor fascinada como una niña en una tienda de dulce.

—¿te agrada? –pregunta sacándome de mis pensamientos.

—Sí. Es muy lujosa.

—pues gracias. –sonrió apenado. –Es muy grande para alguien que vive solo, pero está bien.

—¿vives solo? –disparé mis cejas al cielo. Cristopher asintió tecleando algo en un aparato pegado a la pared. Supuse que era un dispositivo de seguridad.

 Bien, no será tan malo... ¡No! Será muy malo.

—Sí, mis padres me dieron esta casa para que pudiera estudiar en la ciudad. No les pareció bien que su hijo se quedara en un pequeño departamento.

—entiendo. –dije en realidad sin comprender. Prefiero vivir en una habitación antes que en un lugar donde me perdería mas de diez veces.

 Me Ahorré el comentario y me quedé inmóvil en donde estaba parada.

 Él se sacó la chaqueta de mezclilla, lo dejó en el sofá y después volteó a mí observándome de arriba a abajo.

—¿Te quieres sentar? –dijo frunciendo el ceño en confusión. Negué inmediatamente con mi cabeza varias veces. –¿por qué?

—no... No me siento cómoda. –crucé mis manos tras mi espalda en un intento de distraer mi mente.

—¿estás herida?

 Abrí mis párpados hasta más no poder y la alarma se encendió.

—no. Yo no... Solo un poco. –murmuré bajo.

—¿puedo revisarte? –dio un paso a mí y tomó mi mano.

 Me safé con brusqueda, sintiendo cómo su tacto me electrificaba.

—tranquila estoy a solo un poco en convertirme en doctor. –presumió un poco y volvió a tomar mi mano.

 Me pidió que me sentara en la barra que da a la cocina, lo cual hice con su ayuda y muy avergonzada. ¡mis pantalones están manchados de sangre!

 Dejé que subiera mi camisa a la altura de las costillas, donde tuvo una clara vista de mi abdomen cubierto de moretones. Observe de reojo su rostro serio y concentrado levemente fruncido. Sentí como las mejillas me explotaban.

 —¿cómo te ocurrió esto?

 Tragué ruidosamente un nudo agolpado en mi garganta antes de responder.

—yo me... Me caí de las escaleras. –bajé mi mirada.

 Él presionó con sus dedos en mis costados haciéndome soltar un quejido de dolor. Me miró fijamente esperando a que mis ojos se encontraran con los suyos.

—No hay huesos rotos pero tienes demasiados moretones. ¿Quién te maltrató así? –me mira con un semblante exigente.

 No podía decir nada, las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas delatando lo doloroso que era recordar mi mal rato.

—bien. Si no me dirás está bien. –se incorporó con un suspiro. –curaré tus heridas, pero primero deberías lavarte.




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