Memoria rota

Capítulo 9

Luego de un voluntario segundo turno, limpiamos el lugar, recogimos las mesas de afuera y apagamos las luces. Estaba acomodando las sillas encima de las mesas cuando a alguien se le ocurre abrir la puerta.

—lo siento, ya cerramos. –me volteo sobre mis talones llevándome una increíble sorpresa. –viniste por mí. –se me escapa en una risa boba.

—si. Lo sé. –sonríe con diversión contagiándome de ella. –¿estás lista?

—eh... Ya casi termino. Podrías esperar un momento. –me encogí de la vergüenza.

—niña, termina allí para que... –liz lo queda mirando entre emocionada y sorprendida. –hola. Soy Elizabeth, la madre de Anaís. –se estrecharon las manos amistosamente.

—Lizy... –la reprendí con mi mirada. –ella no es mi madre. Es como una para mi, pero no lo es en realidad. –le aclaré a Cristopher, con la sangre acumulada en mi cara.

—Está bien. –asiente en comprensión. –ya que es la madre, entonces déjeme pedirle permiso para llevarme a su hija. –mi termostato estalló repentinamente. Lizy me mira con un semblante divertido para después fijar sus ojos en él.

—si que sabes cómo jugar tus cartas, ¿eh?

—solo si me dejan ganar, pues no tengo muchas.

 Los miré a ambos hablar de naipes y juegos de carta, y no pude entender un demonio de lo que hablaban.

—está bien. Pero solo por esta vez.

 Alcé una de mis cejas totalmente confundida.

—eres perfecto para mi Anaís. –dio un estruendosos aplauso y no puedo creer que dijo eso.

—¿perfecto? –sonrió confundido y sacude la cabeza. –si no es muy apresurado, ya debemos irnos.

—dame un momento. Ya estamos por acabar.

—oh, no, no. Está bien. Puedes irte, linda.

—¿estás segura? –abro mis ojos sorprendida.

—claro. Vamos, largo. Puedes irte. –hace un gesto con las manos echándome del lugar.

_está bien, ya me voy. Déjame cambiarme.

 Voy a los vestidores, suspirando con fuerza calmando mis sentidos, y quito mi uniforme rápidamente. Me hace sentir extraña el saber que me vino a buscar un chico que conozco muy poco y volveré a dormir en su casa.

 Dejé mi uniforme intacto en mi locker y salí, mirándolos hablar muy interesados.

—ya estoy lista. –hicieron silencio en cuanto me junté con ellos.

—vámonos, entonces.

—adiós, Elizabeth.

—adiós, linda. Adios, Cristopher.

—adiós, Elizabeth.

 Salí de la cafeteria como un tomate, nunca había estado tan avergonzada como hoy, y lo que dijo lizy... Por poco y colapso de los nervios. Dejando de lado todo esto, ahora debo hallar un lugar donde quedarme. El refugio está más que descartado; ya no tengo trabajo, así que no puedo pagar un apartamento; no pienso quedarme con este sujeto una noche más, es muy intimidante y no estoy acostumbrada a vivir connun chico bajo el mismo techo. Quizás deba pensar en algo mejor. Un plan B.

—oye... Quisiera pedirte un favor. –las palabras salieron disparadas.

—claro. ¿Qué pasa? –dejó de ver al frente por una décima de segundos para verme.

 Abrí mi boca para pronunciar algo, pero me bloqueé en un instante. Se me atoraron la palabras en la lengua.

—pues... Es que necesito que me prestes dinero.

 Desvía su mirada hasta mí por un momento. Me puse rígida en el asiento.

—es para alquilar un departamento. –me apresuré a decir antes de que si quiera pensara en negarse. –Conseguiré un trabajo y te lo pagaré cuando pueda. Lo juro.

 Sonrió con diversión, haciendo parecer esto un chiste. Unos segundos más y él se ríe.

—¿por qué te ríes? ¿Qué es divertido?

—no es nada. Tranquila. –paró en un semáforo, permitiéndole volverse a mí. –En realidad sabía que tu intención era escapar de tu casa por lo que sea que te halla pasado, y que aún no me cuentas. –recalca esa ultima frase.

—lo haré cuando esté lista. Lo juro.

 Asintió levemente, procesando cada palabra pronunciada por mí.

—está bien. Pero, volviendo al tema anterior, no te puedo prestar el dinero.

—¿qué? ¿Porqué? –mi tono fue uno decepcionado.

—te quedarás conmigo hasta que sepa todo sobre ti, Anaís. –esquivó mi pregunta hábilmente. El hecho de oír mi nombre por su parte me erizó la piel.

 Dio marcha al auto cuando el semáforo cambió a verde, y mediante el recorrido al vecindario no dijimos nada más. Llegamos a su casa en ocho minutos para ser exactos, entré pegada a su espalda como una desconocida entra a casa ajena, y que por casualidad soy una. Él desaparece en la cocina y yo me inmovilizo en la sala hasta que reaparece con un vaso en manos.

—¿Qué sucede? –pregunta dirigiéndose a mí.

 ¿en serio lo vas a preguntar?

—lo siento, Cristopher. Pero es que... Me siento muy incómoda al estar contigo.

 Él suelta una sonrisa divertida , tapando el gesto con su vaso de jugo.




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