Memoria rota

Capítulo 14

No estoy acostumbrada a la atención de todos, y justo ahora estoy tan incómoda que mi lengua se atascó a mi paladar; además mi cara estaba cubierta de pintura y eso disimulaba muy el hecho de que estoy en total shock. Se supone que debo decir algo, pero mi cerebro se descompuso tan pronto todo se hizo presente.

 Treinta minutos antes...

 Entramos directo al sitio en el cual muchos jóvenes salían entre risas y bromas, pude ver algunas caras conocidas del instituto, pero al pasarles de largo bajaba mi rostro y usaba mi cabello de escudo. No pensaba dar explicaciones de mi nueva apariencia y del chico que caminaba junto a mí.

—¿le temes a las personas? –soltó Cris con algo de diversión es su tono. –¿qué rayos estás haciendo?

—¿yo? –titubeo con nerviosismo. –tenía un bicho en el cabello. –me excusé volviendo a acomodar mis cabellos a su lugar.

—átalo, o no jugarás bien. –guiñó un ojo antes de seguir de largo. En cambio yo me paralicé en mi lugar.

—¿jugar?

 Soy pésima con los deportes, no sé que clase de juego estoy a punto de experimentar, solo espero que no sean balones. ¡Por favor, balones no!

 Después de haber escaneado y olfateado el ambiente, llegué a la conclusión de que estoy a punto de morir. No sé exactamente cómo, pero sé que moriré. Los deportes son como la criptonita para Súper Man, es mi mayor debilidad.

 Dos chicos entraron a la habitación en la que esperábamos, supongo yo, a ellos. Nos dieron unas instrucciones que, en cuanto acabaron de darlas, me dieron a entender que estábamos a punto de entrar en un campo de Paint Boal. En seguida el poco color de mi piel bajó a mis pies de golpe.

—Cristopher. –susurré, presa en las emociones. –¿es este el juego en donde las personas se disparan con bolas de pinturas?

 Sabía que era así, pero me negaba a jugar y tengo la esperanza de que me diga que se trata de una tonta broma.

—el uniforme amortiguará los golpes. No te lastimarás. –me sonrió cálidamente.

 Cambié mi vestimenta con la del enorme uniforme, el cual una chica me ayudó a ajustarlo, me colocaron un casco protector y bajaron el plástico que, espero, protegerá mi rostro. Suspiré en cuanto acabaron de enfundarme, aún tenía los nervios a flor de piel y no por el juego, sino por el ridículo que haré cuando salga al campus.

—¿lista?

—no. –solté sin pensármelo.

—prometo que te cubriré, pequeña. –ahuecó mi rostro en su mano, llevando corrientes eléctricas desde mi cuello hasta mi estómago.

 Pensé mil y un respuestas para darles, pero ese simple tacto provocó algo muy extraño dentro de mí. Estar con él está creando sensaciones muy raras.

—vamos, Ana. –me dio un empujón hasta un puerta.

 Al parecer el juego estaba punto de comenzar, pero en cuanto me percato de unos cuantos disparos eso me dio señal total de que ya había comenzado antes de pensar en prepararme. Grité como una niña al ver a un sujeto salir de la nada y dispararme en el brazo izquierdo; inmediatamente se encendió una alarma en mi cabeza que me hizo mover los pies, lejos del bombardeo de pintura. Mi pecho vibraba con la respiración agitada, y también estaba mi corazón que golpeaba con fuerza mis costillas.

—Anaís, ¿qué estás haciendo? Dispara. –exclama con diversión el chico que me metió en este lío.

—no puedo. –repliqué con todo horror en mi tono.

 Cristopher corrió hasta mí, esquivando algunas balas de pinturas y aún así llegó con su uniforme tintado. Subió el plástico que cubre su rostro para mirarme.

—ayúdame en esto. –me pidió aún con su sonrisa dulce. –estoy haciendo el esfuerzo para que te diviertas. ¿qué está mal?

 Mi corazón se estrujó tan solo oírlo.

—es que... Casi me da un ataque hace un momento.

 Su sonrisa se ensancha, dejando ver sus perfectos dientes.

—entonces no te separes de mi.

 El latido desbocado de mi corazón se detuvo un momento y luego continuó su marcha con más intensidad. Nada más sus ojos ambarinos me calientan el pecho y ahora su sonrisa enciende una pequeña llama en mi estómago.

—quédate conmigo y verás que ya no hay nada que temer. Te tendré sostenida hasta que todo acabe. ¿De acuerdo?

 Pensé, en ese momento, que el mundo se había paralizado. Sus ojos irradiaban una seguridad tan impresionante que ni en mis tortuosos recuerdos pude adquirir. Mi corazón rebotaba con tanta intensidad en mi pecho que me cortaba la respiración.

 Tomé una gran inspiración antes de tragar pesadamente y tomar su mano para al fin salir de nuestro escudo. No se hicieron esperar mis gritos de espanto, usé de forma descontrolada el arma que me dieron con mi mano derecha, mientras que con la otra me enganchaba a Cristopher. Mis gritos de pronto se convirtieron en unos de adrenalina, haciéndome sacar, de lo más profundo de mí, las carcajadas más escandalosas que jamás había oído de mi parte.

 No pensé que un juego de violencia e intriga iba a sacar esa parte salvaje que todas las personas dejan al rojo vivo. No después de lo que pasó con los sujetos en el callejón. Mi cerebro abandonó ese sentimiento de trauma, para reemplazarlo por uno de libertad; porque era lo que me hizo sentir esta asombrosa experiencia.




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